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Hay muchos estereotipos de mujeres, actualmente sería erróneo generalizar las actitudes femeninas. Sin embargo, todavía existe este tipo en particular: esa mujer con mucha memoria, esa amiga que nos recuerda cada tanto por qué nuestro ex es nuestro ex, y no seguimos juntos. Esa mujer que recuerda diálogos enteros y archiva en un mirochip las peleas, las escenas y las palabras.
La relación de las mujeres con las palabras es algo que nos supera a nosotras mismas. De la palabra no hay vuelta atrás, y eso lo sabemos muy bien.
“¿Me querés? ¿Cómo me queda este vestido? ¿Puede ser que haya engordado? ¿Te gusta esa chica?”, simples preguntas que hacemos sabiendo que su respuesta describe el tipo de hombre con el que nos hemos metido. Luego de cualquiera de esas preguntas puede venir el silencio, el peor de los ruidos para nuestras cabezas. O puede venir la respuesta equivocada, el peor de los desastres. En ese momento tomamos cualquier tipo de frase que no nos haya gustado y la archivamos en nuestro disco rígido para sacarlo a la luz en algún momento, en alguna discusión oportuna.
Las palabras que nos lastiman son armas perfectas para poner sobre la mesa y hacer jaque mate; “vos de eso no te acordás, pero me lo dijiste hace tiempo, en esta situación y yo me lo acuerdo muy bien”.
Una vez mi novio me dijo que estaba gorda. A partir de ese momento deje de escuchar sus halagos. No me importaba si el pelo lo tenía lindo o esos zapatos me quedaban bien. Tampoco me afectó lo suficiente como para bajar de peso, estaba segura que ese tipo estaba equivocado. Sin embargo esa palabra me quedo dando vueltas, me dolió, y la tengo archivada en mi cabeza. Qué mejor recuerdo que una palabra hiriente para olvidarme de alguien. Qué mejor recuerdo que una frase desafortunada para saber que no quiero volver a llamarlo nunca más.
Las mujeres rememoramos mucho mejor los recuerdos emocionales intensos. Recreamos momentos puntuales y hasta maldecimos tener memoria para cierta información innecesaria. Conocemos a un tipo casado y lo peor que nos puede pasar es que nos hable de su actual mujer. Esa información la retenemos sin querer y se convierte en algo horrible. Quizás no nos acordamos del cumpleaños de un amigo, pero retenemos el nombre de esa mujer que ni conocemos, sabemos por qué se casaron y por qué siguen juntos. ¿Es necesario saber eso? No. ¿Lo recordamos? Sí. ¿Por qué? Porque las mujeres tenemos el karma de la memoria emocional selectiva.
Mi más humilde consejo a los hombres: deben tener cuidado con lo que dicen, nombres de ex novias, nombres de actuales novias, críticas a nuestras familias o amigas, experiencias sexuales anteriores, defectos físicos.
Las mujeres que se acuerdan de una frase lejana e hiriente corren con una ventaja, tratan de no tropezarse siempre con la misma piedra. Mientras tanto, ustedes hombres, sigan así, sin saberla fecha del aniversario. Ya se van a acordar de nosotras cuando faltemos.
A modo de ilustración, un relato de Andrew Lang.
La bofetada.
Algunas eran traicioneras, como Halgerda la Hermosa. Tres maridos tuvo y causó la muerte de todos. Su último señor fue Gunnar de Lithend, el más valiente y el más pacífico de los hombres. Una vez, ella obró de un modo mezquino, y el le dio una bofetada. Ella no se lo perdonó.
Años después, el enemigo sitió la casa. Las puertas estaban cerradas; la casa silenciosa. Uno de los enemigos trepó hasta el alféizar de una ventana y Gunnar lo atravesó de un lanzazo.
-¿Está Gunnar en casa? -preguntaron los sitiadores.
-Él, no sé, pero está su lanza -dijo el herido, y murió con esa broma en los labios.
Gunnar los tuvo a raya con sus flechas, pero al fin uno de ellos de cortó la cuerda del arco.
-Téjeme una cuerda con tu pelo -le dijo a su esposa, Halgerda, cuyos cabellos eran rubios y relucientes.
-¿Te va en ello la vida? -ella preguntó.
-Sí -respondió Gunnar.
-Entonces recuerdo esa bofetada y te veré morir.
Así murió Gunnar, vencido por muchos, y mataron a Smar, su perro, pero no antes de que Samr matara a un hombre.