Las causas que llevaron a que el peón rural Alberto Bonifacio Martínez, de 72 años, asesinara a Marcos Pizarro Costa Paz, su patrón. La precariedad laboral y el maltrato de los empresarios. Especial desde Tres Arroyos.
(D.R., especial desde Tres Arroyos)
Alberto Bonifacio Martínez, peón rural de 72 años, permanece detenido en un calabozo de la comisaría de la ciudad de Tres Arroyos, al sur de la provincia de Buenos Aires. Cometió un crimen: mató a Marcos Pizarro Costa Paz, su patrón, de un escopetazo luego de una discusión que, según señalan en el entorno del peón, se convirtió en el corolario de una serie de maltratos y abusos laborales que desembocaron en el trágico acontecimiento. “Me faltó el respeto. A mí no me grita nadie. Sólo se lo permitía a mi padre, que murió hace cincuenta años. Le voy a pegar un tiro”. Estas son las palabras con que Martínez anunció el disparo fatal, según el fiscal Gabriel Lopazzo, quien dio los primeros pasos en la investigación del homicidio.
“Ese día hubo una discusión a partir de una llamada de atención que le hizo Pizarro, la persona fallecida al puestero, que era Martínez –explica Lopazzo–. Los testigos, que estaban en un radio de cincuenta metros a la redonda, veían los ademanes propios de una discusión, aunque nadie escuchó específicamente los términos del intercambio. Luego, Martínez pronunció las palabras con las que anunció su acción”. Algunos testigos señalaron algunas características del modo de obrar de Pizarro como patrón. “A ese campo siempre iba el padre de Pizarro, pero en el último tiempo este chico había comenzado a ir y surgió de los testimonios que había habido algunas discusiones con Martínez y que incluso este chico Pizarro era medio mal hablado y que no tenía buenos tratos”.
“No me servís para nada”. “No sé para qué lo tengo acá”. “Viejo de mierda”. De este modo se dirigía Marcos Pizarro Costa Paz a Alberto Bonifacio Martínez cuando lo reprendía, según Andrea y Elsa, nietas del peón. Plazademayo.com estuvo en Tres Arroyos y recabó, luego de la visita que realizaron sus familiares a Martínez en la comisaría, los testimonios que dan cuenta de una situación de explotación laboral manifiesta, a la que se sumaba este tipo de maltratos.
“Pizarro era de mal modo para tratar a la gente, siempre lo humillaba –cuenta Elsa Rosa Pellarín, pareja de Martínez desde hace 34 años–. Pero parece que esta vuelta dijo que no. Él se cansó, lo que pasa es que se cansó”.
La pareja cobraba dos mil quinientos pesos mensuales por las tareas de cuidado del campo, de 800 hectáreas, que Pizarro Costa Paz arrendaba para criar más de trescientas cabezas de ganado. “Actualmente debía cuatro meses de sueldo, más mil más que debía de una anterior paga, más el aguinaldo –calcula Elsa Rosa Pellarín–. Debía como trece mil pesos y no sé si lo voy a poder cobrar, si me van a pagar”.
“Las condiciones del campo son deplorables, los alambrados están por el suelo –describe Andrea, una de las nietas de Martínez–. Hace poco salió una vaca a la calle, pasó un auto y la atropelló, el auto quedó averiado. El policía llamó a Bonifacio y le dijo para evitar multas lo mejor era que se arregle el auto. ¿Qué hizo Pizarro? Le dijo a Bonifacio que el arreglo se lo iba a descontar del sueldo de ellos. El policía al enterarse llamó llamó a Pizarro y le dijo que no quería enterarse de que le había descontado esa plata del sueldo porque si no él mismo se iba a ocupar de ir todos los días a inspeccionar el campo para hacerle multas, porque no podía ser que un alambrado que debe tener siete alambres tenga dos y porque no podía pretender que mi abuelo esté todo el día en la calle ciudándole las vacas. Entonces Pizarro pagó, pero de no haber recibido ese llamado, hubiera descontado esa plata del sueldo”.
Elsa, la otra nieta, describe el rancho donde vivían sus abuelos en el momento del homicidio: “El agua de la canilla de adentro de la casa no sirve ni para lavar los platos: sale barro. No hay luz eléctrica, las ventanas están todas rotas”.
Según sus familiares, Alberto Bonifacio –que es analfabeto– era un hombre que se dedicaba por entero al campo: “Sale una vez al mes a cobrar porque yo no quise que me haga el poder para cobrar yo la jubilación por él –dice Elsa Rosa Pellarín–, así lo obligaba a salir. íbamos a cobrar a Chaves (un pueblo cercano) y nunca podíamos quedarnos a cenar en la casa de la nieta porque había que ir temprano al campo para ir a cuidar las vacas del patrón”.
Dicen que Alberto Bonifacio recuerda a medias el trágico suceso, que perdió noción del tiempo, que se le hizo una nube en la cabeza y luego actuó. Las formas de decir basta pueden ser confusas, fatales.
“Lo vi decaído –dice la pareja de Martínez luego de visitarlo en la comisaría–, viví toda una vida con él, treinta y cuatro años juntos. Yo lo extraño, y él también se pone mal. Cada vez que despierto lloro”. La familia del peón que asesinó a su patrón espera que la justicia le otorgue el beneficio de la prisión domiciliaria cuanto antes.
El caso de Alberto Bonifacio Martínez revela, también, las condiciones precarias en las que desarrollan sus vidas los peones rurales en la pampa rica y sojera bonaerense, sometidos a la codicia natural de los empresarios agrarios y al desamparo del sindicato dirigido por Jerónimo “Momo” Venegas, un exponente del sindicalismo patronal.
A Martínez lo superó el cansancio. Una advertencia de un posible cansancio social más general.
El hecho excita e inflama la imaginación del que quiere ver un proletario justiciero ante la injusticia del patrón.
Pero los que andamos por Chavez cada tanto, podemos averiguar fácilmente que Bonifacio era un hombre muy «especial», por ser benigno, en las relaciones con otras personas, incluyendo a pares que ha corrido con un cuchillo.
También que era jubilado desde hace años (después de trabajar 30 años en blanco), y tenía su casa en el pueblo. El trabajo en ese campo era un «complemento». Necesario porque el gobierno(Ministerio de Trabajo) no había querido homologar el convenio de Uatre con las patronales, porque determinaba un aumento «excesivo». Eso incidía en los haberes de los pasivos.
Y también excita la imaginación de los que tienen desde 2008 una deuda a cobrar con el campo. Desde 2008 vienen inspeccionado, buscando a los «tractoristas esclavos» de la soja, y solo encontraron gente en blanco. Encontraron a semilleros multinacionales en infracción, aceituneros, hueveros, horticultores, fruticultores, vendimiadores, etc. Pero nunca un sojero como para sacarlo en tapa de Pagina12 o Tiempo Argentino.
Sigan participando, Bonifacio tampo sirve como caso.
Eso no quita que el muerto fuera sin duda uno de esos pendejos que se quiere llevar a todo el mundo por delante, que siempre pueden encontrar la horma de su zapato en una persona que no esta del todo en sus cabales. Pero no se exciten tanto!