Fabio Quetglas, Master en gestión de ciudades analiza los problemas urbanos más frecuentes y propone modelos alternativos. El Borda, las villas, el tránsito y la basura.
Foto: Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
El desafío de vivir y convivir en ciudades más sustentables y ordenadas hoy plantea varios interrogantes. Como otros grandes centros urbanos, en Buenos Aires existen problemáticas que persisten como el tránsito, la brecha norte-sur, la gestión de residuos y el colapso de servicios públicos, a las que se agregan tendencias emergentes como la segregación etaria hacia la periferia metropolitana. Apocalípticos o integrados: ¿Será el fin de las ciudades tal como las conocemos? Fabio Quetglas, Master en gestión de ciudades de la Universidad de Barcelona, se muestra optimista y ayuda a pensar las actuales demandas de la ciudad en clave urbanística.
– Pregunta idiota, ¿qué es una ciudad?
– No es una pregunta para nada idiota, porque este fenómeno que llamamos ciudad, a lo largo de 10 mil años aproximadamente que tiene de existencia, ha cambiado mucho de forma, y es un fenómeno que se instala en todo el globo, por lo tanto, a muchas cosas distintas les llamamos ciudad. Pero básicamente si uno pudiera decir, ayudándonos con la literatura: la ciudad es el esfuerzo humano por la convivencia. El fenómeno arquitectónico viene por detrás del fenómeno de convivencialidad. Cuando personas distintas, de distintos clanes, de distintas familias, de distintos orígenes, deciden en un punto geográfico vivir juntos toman el desafío de la convivencialidad. O sea que esta idea de la mezcla, de la diversidad, de la riqueza, de la mezcla, no sólo en el sentido de la tolerancia sino de que yo aprenda del otro diferente y el otro aprenda de mi, de como ser mejores en esa convivencia. Pero esa convivencia tiene que ser reglada, porque hay cosas del otro que pueden ser agresivas para mí.
– ¿Esa sería la diferencia entre aldea y ciudad?
– La aldea nos da la idea de personas homogéneas, todos de la misma religión, todos heterosexuales, todos carnívoros; la ciudad nos da la idea de la diversidad, y esa diversidad entraña una gran posibilidad y una gran complejidad. Porque esa diversidad es diversidad de actividades económicas que tienen que convivir, diversidad etaria, diversidad de cultura, diversidad de perspectiva, y se precisa construir un gobierno. La ciudad necesita constituir un gobierno que determine qué es lo privado y qué es lo público, qué es lo prohibido y qué es lo permitido, qué es lo que se estimula y lo que no se estimula. Y ahí da ese resultado tan rico, y a su vez, que nos parece tan anárquico, que es la cultura urbana, que es tan estimulante y tan compleja de ser administrada también. Pero la ciudad es sobre todo un fenómeno cultural. Y después hay respuestas en ese fenómeno cultural, por supuesto, a la gestión de la espacialidad. A qué cantidad de espacio le dedicamos a las aguadas de los animales, a solares públicos, al culto religioso, cómo vamos a transitar, qué hacemos con las máquinas. Por ejemplo, nosotros tenemos naturalizado, porque es un triunfo cultural de la industria del auto, que los autos puedan estacionarse en las puertas de las casas. Entonces la gente tiene un departamento de cuarenta metros cuadrados y quiere estacionarse en la puerta de la casa. Vamos a suponer que el triunfo cultural en vez de ser del auto, hubiera sido de los músicos, y la gente que tiene el piano dejara el piano en la puerta de la casa, o el contrabajo. A nosotros nos parecería ridículo, ¿pero por qué no es ridículo que esté el auto? ¿porque el auto usa la calle? Son respuestas que tienen por detrás supuestos. Por ejemplo, cuando el taxista discute por la bicisenda, da por sentado que tiene más legitimidad ir en auto que ir en bicicleta. Es un supuesto. Ahora, ese supuesto en la Ciudad de Buenos Aires sería discutible: hay ciudades en Argentina donde la proporción de bicicletas con respecto al auto es de 10 a 1, y toda la normativa de tránsito en esas ciudades de 50 mil o 60 mil habitantes es autocéntrica.
– Es decir que en las ciudades donde hay más bicicletas que autos, igual siguen siendo coordinadas para autos.
– Exactamente, en las ciudades de Argentina, que son los casos que yo conozco. Uno va a ciudades de 15 mil habitantes y el tránsito está ordenado para el auto y no para la bicicleta. Y ahí el punto no es que hay más o menos bicicletas que autos. Uno también podría discutir la funcionalidad. No digo transformarla en una ciudad libre de autos, porque es un bien útil, no es una cuestión principista, sino de la función racional del auto como la de cualquier objeto que convive con otros objetos.
– Supongamos que en la Ciudad no está Macri y sólo se tiene que hacer lo que corresponda ¿qué harías con esas 30 hectáreas donde está el Borda?
– Primero que ahí hay que preguntarle a los técnicos en salud mental qué tipo de institución precisan para atender bien. Si yo voy a cambiarle de función a un espacio que hoy está cumpliendo una función, lo primero que tengo que saber es cómo resuelvo esa función porque ahí se da una paradoja: la gente que trabaja en el Borda a su vez, se queja de la situación del Borda y ante la posibilidad de cambiarlo, también se queja, entonces estamos ante una situación de inmovilidad. Entonces hay que abrir el debate porque en muchas ciudades se ha comenzado un proceso de desmanicomización. Pero en tal caso, la salud de la ciudad de Buenos Aires ¿qué tipo de institución precisa? Yo estoy casi seguro que de 30 hectáreas, es probable que la Ciudad pueda hacerse de 20. Esas 20 hectáreas en el sur de la ciudad son muy importantes en el equilibrio urbano porque hay una ley; la inversión pública bien dirigida, atrae inversión privada.
La ciudad está quebrada en un eje norte-sur, donde hay un norte con más recursos económicos, más posibilidades de consumo y, por lo tanto, otra oferta de comercio, logística y de transporte; y un sur más empobrecido y, por lo tanto, una oferta más pobre. Entonces tener ese excedente es una oportunidad interesante en un lugar interesante de la Ciudad, que se puede destinar a varios fines: a espacios verdes para personas del entorno que tienen un déficit importante, inclusive para generar oportunidades en términos de vivienda social de buena calidad, con políticas públicas de fuentes de financiamiento, y uno podría hasta -si se dirige bien- rejuvenecer el sur, que es una cosa necesaria porque, una vez que uno lo rejuvenece, cambia el mapa de comercios, el mapa cultural, el mapa de demanda del sector público. Así que no estoy con las posiciones refractarias a cambiar el Borda.
Las ciudades exitosas son las que se reconstituyen bien. Las ciudades no son un lugar para no tocar e incluso los lugares de preservación de memoria -que en las ciudades son una cosa importante- se preservan mejor, en tanto a esos espacios se les da una funcionalidad. Las ciudades tienen que asumir el desafío de su reconfiguración permanente porque la sociedad a la que receptan está cambiando.
– Sin embargo, en muchos casos, se da la paradoja de que existe una resistencia al cambio.
– Sí, y algunas de esas resistencias son legítimas porque si uno tiene un complejo arquitectónico que es parte de la memoria de la ciudad y se está por derribar porque se está por hacer una torre de 30 pisos, es una resistencia legítima. Cuando yo hablo de refuncionalización no digo eso: digo que quizás ese mismo espacio, teniendo todos los mismos rasgos identitarios, puede cumplir una función distinta. Doy el ejemplo de Puerto Madero: hoy cumple una función distinta a la de estar en un puerto, pero uno va y tiene la sensación de estar en un puerto porque los docks no han perdido su morfología, porque están las máquinas, o sea que el rol de memoria lo juega y cambió la funcionalidad. Yo estoy comprometido con la defensa del patrimonio porque creo que una cuestión de covivencionalidad, que está en la base de ser ciudad, es la memoria. Las ciudades de refuncionalizan pero no se refundan con cada nueva generación. Pero pensemos que la ciudad que tenemos derribó una ciudad preexistente, la de Buenos Aires era una ciudad colonial y fue una decisión explícita de la generación del ’80. Los rasgos hispanistas de la ciudad representaban el atraso, la cosa inquisitorial y el auge de la arquitectura afrancesada terminó con una ciudad colonial. Entonces se abrieron los grandes boulevares como en París, Avenida de Mayo, cortamos el Cabildo que probablemente sea un icono en términos de monumentalidad de la Nación de los más significativos. Yo no propongo que cortemos nada, sino que preservemos pero sí teniendo en cuenta que hay una dinámica de la ciudad y demandas sociales porque también es muy elitista porque los dilemas de la ciudad no son patrimoniales, sus dilemas son las personas que viven hacinadas.
– Hablando de eso, la villa 31 -y la forma en la que viven- ¿se parece más a las viejas ciudades, o esto se parece más?
– La villa 31para mi es un fenómeno irresoluble. Yo creo que hay que asumir el complejo de dificultad. ¿Por qué es una pregunta difícil? Voy a ir a los supuestos: En la ciudad de Buenos Aires más de 2/3 de su actividad económica es de servicios y es una ciudad que ha precarizado su mercado laboral, es muy flexible, sobre todo el mercado informal de la economía. No es la ciudad de los ’50 o ’60 que tenemos en la cabeza “de la casa al trabajo, del trabajo a casa”, porque en una ciudad de movimientos rutinarios, uno puede poner el hábitat relativamente lejos del trabajo, y un medio de transporte que rutinariamente te lleve y te traiga y a vos te resuelve la vida. Pero si vos trabajás una semana de remisero, otra semana limpiando los vidrios del Sheraton, una semana trabajando de noche y otra de día, como la gente de seguridad privada, vivir lejos del mundo del trabajo, no solo es tiempo que perdés, sino también perdés el valor de la información. Yo creo que si se hace un estudio serio y se georeferencia dónde trabaja la gente que vive en la villa 31, estoy seguro que el 90% de la gente trabaja a 2km de la villa, que es la economía formal incluida en la Ciudad de Buenos Aires que tiene un ejército de fuelle de mano de obra en la villa 31. Entonces a esa gente no se la puede poner en José León Suárez con un tren a 1:40 hora, o en Florencio Valera. En la economía de servicios, el valor de la locación es mucho más alto que en la economía industrial.
El otro tema es que está enclavado en el espacio inmobiliario más caro de la Argentina. Está al lado de una estación nodal en el país, a un minuto de Puerto Madero, de Recoleta, con lo cual cualquier fenomenología de cambio de población ahí es, en términos sociales, regresivo porque les sacaron a los pobres el lugar más caro para poner ¿qué?
– Macri dijo que quería duplicar la cantidad de gente en la ciudad ¿es una locura?
– Hace 2500 años atrás, en lo que es la península helénica, había 300 o 400 mil habitantes y Aristóteles decía que estaba superpoblada. Y estaba superpoblada porque para una economía que vive de la pesca y que vive del pastoreo de ovejas era mucho. Qué es superpoblado y qué no, depende de un conjunto de factores que no tienen que ver solo con si hay lugar o no hay lugar. Hay una parte de la respuesta de Macri que es cierta: en un espacio de este tamaño en otros lugares del mundo sí viven 5 o 6 millones de habitantes y no hay dudas de que hay lugares de la Ciudad de Buenos Aires que tienen una relativa baja densidad y que mejorarían su calidad urbana aumentando su densidad, eso es un dato estadístico. Pero para que eso ocurra tienen que cumplirse una serie de factores. No sé en qué sentido lo decía Macri.
– Ellos dicen que el hecho de que mucha gente que trabaja en la ciudad viva afuera, genera un gasto ecológico por el combustible que se gasta. Si la gente viviera en la ciudad eso se evitaría.
– Eso es exactamente así, pero el problema es que el valor del metro cuadrado en Liniers o en Floresta o en Barracas, de un joven profesional compite con el metro cuadrado de Wilde, Ciudadela o San Martín. En la medida en que m2 de esta localidades valga 30% o 40% menos, no hay cómo explicarle a ese muchacho que el departamento de 40m2, que es a lo máximo que está pudiendo acceder, se lo compre en un lugar que vale más caro porque él un manguito más para el bondi puede pagar, pero 15 mil dólares para el departamento no. Entonces, lo que ocurre es que empezamos a tener una ciudad con una morfología demográfica típicamente latinoamericana donde los propietarios del área central de la ciudad empiezan a ser cada vez más viejos y esos 3 millones que trabajan son jóvenes que trabajan en toda la escala laboral: jóvenes más pobres en la periferia y viejos más ricos en el centro. Eso es una muy mala combinación. La reversión de ese proceso requiere políticas de la ciudad y de políticas metropolitanas porque al revés, al intendente de Quilmes también le viene bien tener jóvenes profesionales que paguen el ABL. Y los nuevos que quiere Macri para pasar de 3 a 6 millones de habitantes, no son los jóvenes de las villas. O sea, se disputan al mismo sujeto. Este es uno de los temas que desnuda la ausencia de políticas metropolitanas. Tener una ciudad enormemente dispersa hace que sea muy ineficiente llegar con el agua, llegar con la luz. Esa ineficiencia, en la práctica, se traduce en no tener luz, en no tener agua, no tener recolección de basura; entonces segmento la ciudad en una ciudad servida y una ciudad sirviente.
– ¿Cuáles son los problemas más serios y comunes a todas las ciudades?
– No quiero ser snob, pero un gran problema es la reconversión masiva de la mano de obra hacia la economía del conocimiento. Si nosotros no queremos ciudades quebradas, precisamos -así como fue la alfabetización masiva el correlato para la industrialización- bilingüismo masivo, interpretación, comprensión, tolerancia, porque empezamos a trabajar con culturas diversas. Un montón de valores de la nueva laboriosidad que está emergiendo a partir de la economía del conocimiento para evitar que sea una ciudad amurallada de personas que conozcan los códigos de esa nueva economía, y extramuros quede la ciudad que no ingresó a ese nuevo estadio civilizatorio. Ese es el desafío más importante para poder poner equidad. Después, como yo acompaño la posición de que la gente viva cerca de donde trabaja, esto es un gran tema. En EE.UU., la gente vive a un promedio de 50km del lugar de donde trabaja.
– Los judíos y gallegos sabían eso. Vivían arriba del negocio.
– Pero vivían cerca del negocio por otra cosa también. La idea de vivir en un lugar y trabajar en otro, es una idea de la industria. En la economía agraria tradicional, lo que se llama la producción y la reproducción ocurrían en el mismo espacio. El artesano estaba en el fondo o arriba y la mujer iba y le decía: “José baja que está la comida”. Pero cuando aparece la industria, aparecen los olores, las explosiones, los ruidos, la basura, por un problema de convivencialidad, sacamos a la industria de la ciudad y generamos un fenómeno que hasta ahora nos aturde que es la movilidad urbana: tenemos que ir a trabajar y volver. Pero ahora estamos saliendo del proceso de industrialización en vez de ir 3 mil a la fábrica, van 200 y los otros trabajan de otra cosa, entonces hay que volver a vivir cerca del lugar donde trabajamos para disminuir la movilidad y mejorar nuestra calidad de vida.
El tercer problema es la basura. Es un tema que en Buenos Aires está muy mal resuelto porque estamos muy atrás, pero es un problema mundial. Vivimos en una sociedad fetiche, generamos volúmenes de basura extraordinarios y creo que todavía no hay una conciencia. Empieza a haber en los últimos 20 años una conciencia planetaria, pero de verdad hay que adquirir una conciencia mayor de que el tema de la basura es un riesgo severo para el planeta y es un costo inasumible para las ciudades si uno le da todo el tratamiento que le tiene que dar. Para que ese costo no sea tal, tenemos que separar en casa, etc. Nosotros nos tomamos unos minutos y le ahorramos a la ciudad un montón de dinero y ese dinero hay que destinarlo a políticas estructurantes de cohesión social.
– Pepe Mujica dijo que si aceptamos este paradigma de consumo y que si cada habitante de India tuviera lo que todo el mundo quiere tener (un coche, una heladera y un plasma) el mundo se acabaría ¿cómo se hace para que una ciudad sobreviva a esto?
– Cuando apareció la industria hubo gente que decía que iba a desaparecer la ciudad. Cada tanto se anuncia la desaparición de la ciudad. Como nosotros somos gregarios y queremos vivir juntos, la ciudad no desaparece porque descubrimos cómo resolver el problema. También hay que decir que hay una vanguardia intelectual en el mundo, cada vez menos testimonial y cada vez más relevante, que plantea diferencias en términos de paradigma.
Que estamos ante una situación de difícil resolución está claro y por diversas razones. Hay países cuyos estándares de consumo no son de los más pobres del mundo, sin embargo cuando uno les pregunta a sus clases medias creen que son los desheredados de la tierra: ese es un caso típico de la clase media latinoamericana. Es un problema de imaginario, del lugar donde se ubican. Entonces con esto del consumo que plantea Mujica hay un problema de imaginario. La pregunta es si muchos de los que consumen mucho creen que consumen mucho o todavía piensan que consumen poco porque ven las sitcoms norteamericanas y comparan con los que más consumen. Y esto no es una batalla económica, es una batalla cultural. Es probable que esta vanguardia cultural tenga que generar sus dispositivos comunicacionales para desmontar mitos sobre cómo se viviría en un mundo que yo no llamaría de menor consumo; de otro consumo. Empezaríamos a consumir otras cosas: productos artísticos, libros, masajes, guías turísticos, explicaciones, cuentos, que son perfectamente sostenibles y reciclables. Los símbolos de riqueza de las sociedades industriales son productos industriales y es probable que los símbolos de riqueza de la sociedad del conocimiento sean otros. Por eso, estamos ante un cambio civilizatorio que no sabemos para dónde va a ir pero está claro que pone en juego la supervivencia de las ciudades tal cual hoy las conocemos.