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Se acaba el crédito

Por Tristán Grimaux (@autopolitics)

 


Hablar del dólar es nuestra forma de decir que sospechamos con crudeza que estamos frente a un final de fiesta, y queremos saludar al anfitrión, irnos a casa y no lavar los platos.

Es muy probable que seamos prematuros, porque las variables económicas no son las mismas que en otras crisis. Sería de locos caer en el conocido descalabro de nuestros finales de fiesta porque nuestra economía ha soltado el acelerador. Podríamos estar mejor si pudiéramos cambiar actitudes en nosotros y en nuestros gobernantes.

De tantas crisis que tuvimos en los últimos años, este poderoso déjà vu electriza nuestros músculos para no terminar llorando por lo que perdimos. La corrupción es importante ahora porque nos impactará directamente. Si evitamos el tren cuando no es feriado, y si nos ponemos en los vagones de atrás zafamos. Hasta la inseguridad, que es la gran preocupación argentina según dicen las encuestas, es algo que le pasará a otro si ponemos cuidado.

El final de fiesta es un fenómeno colectivo y amplio. Vimos a los que zafaron y nos entrenamos a la luz de nuestros fracasos para que no nos toque la próxima vez. Ahora tenemos que calcular de dónde vendrá la ola y para eso necesitamos tener algunas certezas. Ahora es cuando nos pesan las mentiras que nunca nos creímos del todo pero que alimentaron la relación con nuestros gobernantes.

En las últimas votaciones elegimos que nos siguieran mintiendo. No por lo que elegimos sino porque sacamos de la mesa temas que eran estructurales, concretos y reales. En aquel tiempo la corrupción era mala, pero nos pareció un mal menor con el que podíamos convivir porque nuestros gobernantes eran hacedores. Los políticos entienden todo esto con claridad, y explican que la compulsiva tarea de inaugurar todo lo que se mueve pone un cómodo velo sobre nuestros ojos y nos dice que el precio que pagamos está bien.

Para estas últimas elecciones los partidos políticos entendieron que con indicadores económicos positivos era imposible ganarle al oficialismo y la oposición jugó a presentar personajes combustibles y menores, a tratar de no ponerle mala onda, a no jugar al denuncismo, a obviar ciertas realidades que resultan incómodas, inoportunas.

Desde el arco opositor sabían que el país está enfermo hasta los huesos, pero tampoco quisieron hacerse cargo de los costos. Supieron que en algún momento la estructura se caería y aunque se ilusionaron de que esta vez pagara el peronismo, abandonar la contienda los alejó como alternativa cuando las cosas se pusieron bravas. En el medio de este descontento observan asustados que cuando quieren capitalizar algún rédito político irritan a la gente. La crisis que se asoma podría ser más grande de lo que se pensaba.

En el cielo argentino los profetas que nos guían son aquellos que en la crisis anterior se enterraron apenas hasta las rodillas. Se alejaron a tiempo del circuito sobre el que tenía poder el Estado, se desconectaron de la matriz cuando todavía se podía y se salvaron.

Por eso hacemos un culto de la mentira, de la sagacidad, del artilugio. Son herramientas del que salta a tiempo. Por eso tenemos un gobierno que usa la mentira tan activamente. Para el gobierno actual la mentira es un material, ladrillos con los que se puede fabricar una realidad nueva. Porque la realidad es una cuestión de percepciones, el poder es tener la fábrica de la verdad.

No podemos aceptar sus mentiras sin regalarles con eso la verdad. Y cuando alguien tiene una convicción tan desmesurada piensa que un rayo de luz ha caído sobre su frente. Resplandecen las cabezas de Él y después de Ella, porque tienen el derecho irrenunciable del poder. La Argentina les pertenece, y devolverla les resulta no solamente incómodo, les parece impropio.

Para un gobierno así, caer en la realidad es no tener el suficiente poder para crear la realidad que se pretende. Pero cuando más se acerca la realidad mayor poder se debe tener y ya nada alcanza. «Reality catch us up», dicen los ingleses.

La realidad nos alcanza. Cuando estaba lejos sabíamos que al gobierno argentino ninguna nación le quiere prestar dinero. No tiene crédito, no tiene confianza. Se portó mal y ha sido prepotente y mentiroso. Acusó a los que sí confiaron de ser buitres, usureros, oportunistas que nos exprimieron y provocaron nuestra caída. Golpistas.

Pero los que recordamos la crisis anterior sabemos bien que todos pusimos y todos lloramos. Y ahora, cuando los que gobiernan esperan que les contestemos con el corazón, no les damos crédito. No tenemos.

 

 

 

Comments

  1. Sofía says:

    Me sentí muy indentificada con la posición que sostiene la nota. Realmente no puedo creer cómo tantos argentinos están fanatizados con esa realidad ficticia que discurso tras discurso, medida tras medida, va instalando el kirchnerismo, en el oficialismo, pero también en algunos recodos progresistas de la oposición.