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“Somos los desaparecidos vivos de la dictadura”

La historia postguerra de Marcelo Lapajufker, un ex combatiente de Malvinas.

 

Va más allá del tamaño de las armas, del color de las vestiduras. Decirle a una madre que su hijo murió en la guerra no es tarea fácil. Decirle a una madre que su hijo no estaba preparado para dormir con quince grados bajo cero a la temperie, vivir sin comida, sin agua; tampoco lo es. Nadie está preparado para una vivencia semejante.

El 2 de marzo de 1982 Marcelo Lapajufker (44) ingresó al servicio militar, el 15 de abril, a sus 18 años de edad Marcelo arribó en Malvinas; cumplió 19 años en el medio de las bombas, a los pocos días de haber pisado la Isla. Como cualquier adolescente, el no había vivido algo similar, salvo en su imaginación. “vivir en una trinchera es como vivir en una tumba, y no es fácil vivir en una tumba”

Este relato va más allá de la guerra, se enfoca en el después; en la asimilación de la verdadera pesadilla.

“El 14 de junio empezó la guerra para mi, fue el día que entregue mi fusil y mi casco, el día de la rendición. Ese día yo vi en blanco y negro”. Esa misma tarde le dieron a Marcelo un pañuelo blanco con un alfiler de gancho para que se pusiera en el pecho; todavía lo conserva, con sangre y con tierra lo guarda como parte de su vida.

Escribió un libro que se llama “Hay dos cartas sin abrir”. Hoy se usa como libro de texto en muchas escuelas, como un manual de vida. Intenta contar su experiencia, su guerra. “Ver algo escrito en puño y letra de esa época es conmovedor y sirve para explicar las preguntas y las respuestas que nos dábamos y que les brindábamos a nuestros seres queridos”.

El libro es su deuda pendiente, su agradecimiento a la gente que en algún momento le escribió a el y a sus compañeros. “Muestro mis cartas, 100 cartas, para que la gente las lea. Las que yo contestaba eran muy distintas, mentía mucho, les decía a mis padres que no pasaba frío, que comía”.

“Me traje cartas que pertenecían a otros soldados. Después de mucho tiempo encontré que había dos cartas que no se habían abierto. No eran para mi. Fue muy conmovedor volver a leer esas palabras después de tanto tiempo”.

No solo las cartas fueron parte de la vuelta, sino también los recuerdos, las marcas en el cuerpo, los sueños y las conversaciones con sus compañeros.

“Todos coincidimos en el mismo pensamiento, en saber que la vuelta fue peor que la guerra misma. Se dice que mientras más corto es el conflicto más secuelas quedan. Nosotros nos dimos cuenta mucho tiempo después que mientras muchos se morían, en Buenos Aires se seguía jugando el mundial”. Las noticias llegaban pero sus cabezas estaban bloqueadas en el bombardeo, es por eso que al regreso te “volvés” a enterar de lo que pasaba en el país.

Pasaron 30 años. Todos recordarán lo vivido cada día de su vida. “Yo lo llamo el fantasma de la guerra, la herida que nunca cicatriza”. “Una vez por año también nos juntamos, tenemos un grupo ya conformado”. Sin embargo, hay muchos que faltan, muchos hombres que se quitaron la vida post querra, “fueron 450 los que se suicidaron después; y yo lo entiendo porque también lo pensé, pero por suerte encontré otros motivos para seguir viviendo. Algunos tenemos más herramientas que otros, educación, trabajo, familia, un apoyo para seguir adelante”.

Después de muchos años algunos eligen pisar nuevamente el suelo que intentaron olvidar. Los sentimientos encontrados son tan distintos como la diversidad de personas que visitan el lugar. Sin embargo Marcelo afirma que la mayoría vuelve con culpa; con la culpa de “porque yo vuelvo y el otro no”.

Treinta años después sigue la nostalgia de un recuerdo que fue suyo y del que solo algunos pueden volver. Sin embargo, tanto el libro de Marcelo como sus anécdotas sirven para informase, para poder hablar de algo no vivido por los jóvenes y por otros. Pocos son los bienes que superan las ganas de contagiar nuestros propios pensamientos.