Crónica desde Venezuela sobre jornadas en las que reina la incertidumbre sobre la salud del presidente y los rumores anuncian su inminente deceso.
Por Hinde Pomeraniec, desde Caracas *
Estoy en Caracas, por trabajo. Hay en las calles un clima de falsa quietud, una vibración contenida. La famosa «tensa calma» que conocemos los periodistas. No hay noticias de Chávez salvo uno u otro tweet que todos suponen escrito por otro o algún llamado telefónico a una reunión de autoridades de su partido para hacer acto de modesta presencia. El presidente sigue en Cuba por su tratamiento de radioterapia y los rumores son una ola gigantesca, un tsunami de temores enlazados. Las elecciones presidenciales son en octubre, faltan seis meses. Una eternidad para un hombre que, dicen, agoniza.
Durante el domingo las versiones tomaron una fuerza escandalosa y las redes sociales lo dieron por muerto largo rato. Mientras eso sucedía, en esta ciudad superpoblada y ruidosa, de calor sucio y humedad de ahogo, no se movía un alma. El impacto de la posible noticia y el pánico por una eventual respuesta social violenta hizo que la mayoría no se moviera de casa. La versión se fundó en un hecho incontrastable: durante nueve días ni se lo vio ni se lo oyó al comandante Hugo Chávez, quien en los últimos meses pasa más tiempo en La Habana que en Caracas, una decisión obligada por un cáncer del que solo se sabe que está alojado en la cavidad pélvica y ya le implicó dos cirugías mayores, un potente tratamiento de quimioterapia y los actuales rayos, aparentemente sin que la enfermedad retrocediera. Por el contrario, aseguran voces que no son autorizadas por el entorno pero que parecen tener muy buenas fuentes entre los médicos que tratan a Chávez, su estado de salud está muy deteriorado y se hace difícil por no decir imposible imaginar que, así como está, pueda llegar con vida al gran compromiso electoral del 7 de octubre. Para reforzar las especulaciones, la última vez que se lo vio fue durante Semana Santa, en un acto que aunque debió ser íntimo algún cerebro mediático decidió entregarlo a las cámaras de la TV oficial. Ese día las imágenes mostraban a un Chávez edematizado y adusto, pidiéndole a Cristo por su vida en una plegaria angustiosa, desesperada. Su reclamo de “Dame vida” resonaba como singular versión de aquel cristiano “Dios mío, por qué me has abandonado”. Imposible no ver tras ese pedido a un hombre que teme haber perdido su futuro.
El candidato opositor, Henrique Capriles Radonski, a quien se lo percibe cauto en sus referencias a la enfermedad, salió ayer a cuestionar a Chávez por pretender gobernar vía Twitter. Dijo Capriles lo que dicen muchos y que es evidente: es imposible que un gobernante siga teniendo las riendas estando tan enfermo y fuera del país. Hay otra cosa que genera indignación y fastidio y es el hecho de que el presidente se esté tratando afuera y no aquí, donde millones de venezolanos padecen las falencias de un sistema de salud precario que, pese al trabajo social encarado por el chavismo, sigue en tremenda deuda con los eslabones más bajos de la sociedad. “El va allá y se trata como un rey, de la mano de Fidel, mientras nosotros acá parecemos animales”, rumió con rostro de fastidio Jorge, un mozo del Loreto, bodegón modesto pero limpio, en una ciudad en donde la mugre no es excepcional.
Hay temor por la posible desaparición del líder dentro y fuera del chavismo. Quienes están cerca suyo saben que sin él en carrera, las chances de seguir gobernando se desvanecen porque también se desvanece la fortaleza del movimiento ya que su figura es el aglutinante de gente muy diversa y con muy diversas intenciones a la hora de hacer uso de un poder en el que se alojan desde hace 13 años. En materia de carisma y pasión de multitudes, el bolivariano no deja herencia alguna. No se ocupó de hacerlo, es cierto, como también es cierto que no se ve alrededor a un sucesor en caso de que, sin llegar al peor de los finales, Chávez tuviera un gesto de verdadero estadista y diera un paso al costado mientras dure su tratamiento. Algunos creen que por estos días Chávez está testeando a su canciller, Nicolás Maduro, quien en las últimas horas dejó de hablar de relaciones exteriores y a cambio se dedicó a defender el proyecto de la inminente ley laboral que los empresarios esperan con el corazón en la mano, adaptados a la fuerza a la política de control de cambios y límite a las importaciones que ya llevó a hacer las valijas a varios grupos económicos extranjeros. Esa aparición singular del ministro Maduro, para algunos podría ser una prueba de que Chávez piensa en él como posible compañero de fórmula, un eventual relevo en caso de tener que dejar, de manera forzada, el gobierno.
Entre la gente común, los temores son de diverso signo. El hastío general por el imperio de la corrupción en el territorio de dominio estatal se ve vencido por el desasosiego y la incertidumbre. Hay un enorme miedo a que se desate la violencia entre oficialismo y oposición pero también hay miedo a una guerra interna del chavismo una vez desaparecida la figura del gran conductor. La violencia política es algo que todos quieren evitar para no seguir sumando duelos en una sociedad acostumbrada de manera pasmosa al crimen y al delito. Esta es una de las ciudades más feroces de la región, lo marcan todos los índices; los robos brutales y la muerte gratuita son datos de todos los días, grandes flagelos que el socialismo bolivariano no pudo revertir pese a la inyección constante de dinero y planes sociales a lo largo de los años. Ayer nomás, cuando me presentaban a la gente en la editorial para la que trabajo, una mujer con rostro de zombi me miraba sin verme y me pedía perdón. Es una promotora de libros, una mujer que busca desde hace años que los maestros logren entusiasmar a los chicos con la lectura. Luego supe el porqué de su mirada extraviada: hace 15 días le mataron a su hijo mayor, de 20 años. Era repartidor con su moto. El chico quedó atrapado por un enfrentamiento entre bandas, cerca de su barrio. Desde ese día vive dopada; dicen sus compañeras que va a trabajar para pensar menos.
Es curioso. Oficialismo y oposición se acusan mutuamente de estar detrás de la ola de rumores; de uno y otro lado ven en estas elucubraciones posibles beneficios electorales para el otro. No hay información seria por parte del oficialismo. El gobierno ha decidido tomar la enfermedad del presidente como una intimidad de Chávez, cuando es evidente que se trata de cosa pública porque el futuro del país está en juego. Con una sociedad en donde la violencia de los desposeídos aparece hora tras hora y se cruza ferozmente con la de los poderosos de siempre y los poderosos de ahora.
“Es esa misma violencia que nos hace tener miedo y devuelve a casa en cuanto se va la luz del sol; la misma que no nos permite pensar juntos un proyecto de sociedad”, reflexionaba anoche H., escritor y docente, alguien que asegura no tener odio y que hasta le reconoce al presidente su preocupación de origen por los miserables, aquellas mayorías por las que poco y nada hicieron los partidos tradicionales que se turnaron en el poder durante décadas y rapiñaron el tesoro de la Venezuela saudita. Esos “adecos” y “copeyanos” de resonancias shakespereanas que produjeron las condiciones para que viera la luz un fenómeno llamado Chávez.
* Hinde Pomeraniec es periodista y directora global de Literatura Infantil y Juvenil de editorial Norma.