Por Fernando Danza (@fdanza)
En la Argentina se naturalizó la idea de que el funcionario público no debe rendir cuentas ante la sociedad civil. El administrador estatal argentino no cree que deba dar explicaciones sobre su tarea, o peor aún, no cree que su tarea sea lo suficientemente significativa como para justificarla.
La evaluación no es un hábito, entonces se seguirán aplicando políticas y programas sin demasiada noticia de los resultados, hayan sido satisfactorios o no.
Para aquellos que prefieren un pensamiento y epistemología “nacional”, les puede resultar interesante saber que hace ya más de tres décadas, dos Argentinos, el recientemente fallecido Guillermo O´Donnell y el politólogo Oscar Oszlak diseñaron un modelo de evaluación de políticas públicas que les valió reconocimiento a nivel mundial. A pesar de los avances de dos argentinos en ese campo y de que en las universidades se enseña la aplicación de este y otros modelos de evaluación, en la Argentina del siglo XXI todavía no tenemos novedades. A Oszlak se lo conoce más por sus intervenciones en Página 12 que por sus posibilidades de actuar en el gobierno, y en cuanto a O´Donnell, quien en algún momento fue reconocido internacionalmente por su labor, en la Argentina actual, se lo conmemora más a su hermano, el médico “Pacho” O´Donnell, con el otorgamiento de la dirección de un instituto de revisionismo histórico.
¿Ingenuidad por parte de los administradores? ¿Falta de ganas de realizar un proceso de características tan engorrosas como lo puede ser una evaluación? ¿Intención de generar opacidad sobre estas cuestiones? Una política pública sin evaluación no es seria. Entonces un país tampoco.
Cuando una misma fuerza política permanece en el gobierno durante una serie continuada de mandatos, los burócratas se consolidan en la administración y, como diría Vicente Palermo, probablemente esto contribuya a que las agencias sean capturadas: Lo que era de todos, pasa a ser del administrador, que no encuentra ningún resabio de algo público en su puesto de trabajo. El empleo público pasa a tener las características de cualquier empleo privado y los intereses personales priman por sobre el interés estatal. Aquel empleado público que se siente propietario de su puesto de trabajo no tiene intenciones de contribuir a la evaluación de su desempeño, no lo cree necesario.
También, puede que el administrador público no de cuenta de la necesidad de una evaluación, ya que esta no se encuentra entre las demandas más inmediatas que encabezan la agenda. Los mecanismos contrademocráticos en los que bien nos introduce el Francés Pierre Rosanvallón – aquellos mediante los cuales la sociedad civil se organiza y pide a sus políticos una rendición de cuentas – no parecen encontrar en la Argentina un funcionamiento concreto, excepto en algunos aspectos, como es el caso de Transparency International para la fiscalización de los comicios.
Las agencias de gobierno poseen absoluta responsabilidad por sobre estas cuestiones. Si bien la opacidad a la hora de rendir cuentas y la inexistencia de evaluación de programas son características comunes a casi todas las administraciones públicas provinciales y también de la ciudad de Buenos Aires, podemos tomar el caso concreto del gobierno nacional. ¿Cuánto costó tecnópolis? ¿Por qué no se realiza un seguimiento estricto sobre el destino de los fondos de planes sociales? ¿Cuántas son las cooperativas que, luego de recibir subsidios, siguen aún en pie? ¿Están en funcionamiento los entes reguladores pertinentes? ¿Por qué un organismo como SIEMPRO (el sistema de información, evaluación y monitoreo de políticas sociales, creado en 1995 y que cuenta con proyectos parlamentarios concretos que impulsan su reactivación) se encuentra invisibilizado? ¿Por qué en la TDT solo se admiten señales alineadas al oficialismo? ¿Cómo se financia la AUH? ¿Tiene sentido que en gran parte sea financiada tomando deuda del BID? A los efectos de la inclusión, ¿No sería preferible montar estructuras productivas que aseguren un trabajo estable para aquellos padres que necesiten de la asignación? Muchas de estas preguntas se pueden plantear, pero de ellas no conoceremos la respuesta.
Existen requisitos que un sistema como el que nos gobierna debería practicar. Cuando se cae en aquella enfermedad llamada obsecuencia, el ejercicio crítico (en un sentido constructivo) o evaluativo pierde vigencia y posibilidad.