Por Matías Cambiaggi (@mcambiaggi)
“Fue terrible. Estaba en un pantano. Me hundía de a poco. No podía salir y la gente me miraba con indiferencia. Nadie se acercaba a darme una mano. Ni siquiera hablaban. Y yo me hundía cada vez más. Me asfixiaba, me moría sin recibir ayuda. Hasta que me ahogué. Y me desperté llorando como una tonta. Esa pesadilla me dejó mal, muy mal”. Cuando la abuela Bellido escuchó de boca de Cecilia este angustiante relato, nunca hubiera imaginado que poco tiempo después podría hacerse realidad y que su querida Cecilia desaparecería tragada por la noche y que nadie, nunca más volvería a saber de ella.
Cecilia fue (es?) la Doctora Giubileo y el misterio de su desaparición quedaría para siempre encerrado al interior de la Colonia Montes de Oca, con la fuerza de un espectro terrorífico que una y otra vez se empeña en volver para que nadie lo olvide, ni deje de asociar su nombre al de la institución para enfermos mentales en la que se la vio por última vez.
A lo largo de los veintiséis años que ya lleva desaparecida la doctora Giubileo la historia ha sido investigada y contada muchas veces. ¿Por qué seguir haciéndolo? Tal vez por la misma razón que asistió anteriores búsquedas. La idea de que este caso aún tiene mucho para decirnos. Y no sólo por el misterio irresuelto que carga, sino sobretodo, porque aquella desaparición tan lejana, en varios sentidos sigue interrogando nuestro presente. Julio López es el mejor ejemplo de ello.
Sus desapariciones, las de Cecilia y Julio, son nuestras heridas y sólo podrán ser curadas si no dejamos de preguntarnos ¿Dónde están?
Cecilia era una joven delgada, de pelo lacio y largo. Usaba pantalones por lo general y unas camisas sencillas. Tenía una sonrisa franca y una mirada tímida.
La historia de su desaparición comenzó el 16 de junio de 1985, a pocos días de iniciarse el invierno. En la colonia, un predio de 270 hectáreas, ubicado a 20 kilómetros de Luján, sólo el sonido de las hojas y las ramas golpeadas por el viento se animaban a cuestionar el silencio del campo abierto.
Cecilia llegó allí para cumplir con su guardia cerca de las 21: 30 en su Renault 6 blanco, firmó el libro de entrada y esperó en la Casa Médica, uno de los edificios del predio, hasta que alguien solicitara su presencia en alguno de los pabellones.
Pasada la medianoche, se cruzó con un enfermero.
-¿Alguna novedad doctora?
-Vengo del pabellón siete -contestó Cecilia-. Atendí una urticaria gigante.
El 17 de junio amaneció también con mal tiempo y el viento seguía golpeando sobre los añosos árboles de la Colonia, pero algo había cambiado. No estaba la doctora. No había rastros de ella en la guardia, ni en su habitación, que tenía la cama sin tender. No se encontraban ni su cartera, ni el pequeño bolso que siempre portaba, pero extrañamente, sí su Renault 6 blanco.
Dos días después de su desaparición y sin tener noticias sobre ella, mientras su amiga Beatriz Ehlinger hacía la denuncia policial por averiguación de paradero, el Director de la Colonia, el Doctor Florencio Sánchez, iniciaba en cambio, un sumario administrativo contra Cecilia Giubileo por abandono de guardia y autorizaba a un grupo de albañiles a realizar trabajos de refacción y pintura en la habitación que utilizaba para descansar la doctora.
¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado? ¿Por qué?
Las hipótesis que se siguieron fueron tan amplias como el desconcierto de los investigadores.
La pista del drama pasional fue la primera en trascender. Otra línea investigativa fue la política. Cecilia, durante su estadía en Córdoba, cursando la carrera de medicina había militado durante algunos meses en una agrupación estudiantil de izquierda y más tarde se uniría en matrimonio con Pablo Chabrol quien era a su vez, hermano de dos militantes del PRT que más tarde integraron las listas de desaparecidos de la CONADEP. Finalmente, la que más impulso iba a tomar en los medios. La hipótesis del tráfico de órganos.
Para una sociedad con tantas heridas sin cicatrizar, la extraña desaparición de esta joven médica fue una noticia que agitó sus peores fantasmas. Era el nacimiento del “Caso Giubileo”. Así se transformó en la noticia central de cada noticiero y diario del país. La Colonia Montes de Oca fue invadida por policías, abogados y periodistas.
Durante el tiempo que duró la causa ningún médico o enfermero de la Colonia aportó datos que pudieran resolver el misterio que cubrió la desaparición de la Doctora. Quienes sí prestaron testimonios, aunque sin validez para la justicia, fueron dos pacientes de la institución.
Esos no tuvieron tanta trasendencia como el de Patricia Valle, una paciente que también había desaparecido de la Colonia por la misma época en que lo había echo Giubileo, pero que iba a ser encontrada poco más tarde en una localidad cercana. Según cuenta Enrique Sdrech en su libro Giubileo, un caso abierto, la joven que en su testimonio aseguró ser secuestrada por dos sujetos dentro de la Colonia, llevada hasta una derruída choza y violada salvajemente por sus raptores, también afirmó: “Cuando permanecí secuestrada en manos de esos sujetos pude ver que en la misma pieza estaba la doctora Giubileo. La tenían atada y amordazada, tirada en el piso de tierra. La habían golpeado mucho, después se la llevaron”.
Sdrech se hizo eco de estas incertidumbres “¿Quién puede dar fe al testimonio de una enferma mental? Sin embargo…”
A cinco meses de la desaparición que conmocionó al país y cuando el caso empezaba a perder espacio en los medios de comunicación, según hizo trascender la policía de Mercedes, la que salió a hablar a través de una cinta grabada fue la propia doctora Giubileo: “Hola soy Cecilia Giubileo. Les pido que no me busquen más. Estoy entre amigos y por fin encontré la paz que tanto busqué. Lamento que haya algunos que no entiendan mis razones pero quiero decirles que se queden tranquilos. Estoy en paz y rodeada de mucho amor. Por favor no se preocupen más por mi”.
Las cintas fueron desestimadas. La voz no pertenecía a Cecilia Giubileo y los responsables de la misma y sus motivos se transformaron en una más de las incógnitas que acompañaron a la desaparición de la médica.
Con el correr de los meses la única verdad que quedó al descubierto fueron las lamentables condiciones en que se encontraba la Institución dirigida por Sanchez y el completo abandono en que se encontraban sus pacientes. El misterio de lo que ocurrió con Cecilia Giubileo en cambio, permaneció inescrutable, dejando su lugar en los diarios y noticieros para alojarse definitivamente al interior de la Colonia Montes de Oca, como una sombra tan imponente como la de sus enormes árboles.
Leonor Hernández, la parapsicóloga que hace veintiséis años intervino en el caso Giubileo, hoy tiene más de setenta años y sigue siendo una persona muy vital; se ha vuelto una apasionada de las investigaciones policiales. Más aún de las que ella intervino con sus capacidades sobrenaturales.
Me recibe en su pequeño y coqueto departamento de la Avenida Santa Fé. No hay bolas de cristal ni mazos de carta a la vista pero las paredes y los estantes están abigarrados de fotos de su familia y en alguna pared se ven también varios diplomas por sus aportes a la Parapsicología.
Antes de empezar me invita a sentarme frente a su escritorio, me sirve en un vaso un Gatorade de color celeste fluorescente, toma ella y empieza, como si siguiera una rutina que ya conoce, por contar su oficio:
– No hay tiempo, distancia, ni materia. Incluso hay veces que las imágenes pueden ser tan fuertes que vos podés sentir como que sos otra persona. Ta?
“Yo estaba participando de un Congreso de Parapsicología y viene un periodista muy jovencito que era Franco Salomone y le pregunta a mi pareja si se podía hacer algo para investigar que había pasado con la doctora y mi pareja le dice: “preguntale a ella”. Así entré”.
Cuando los familiares autorizaron su participación, antes de ir a la Colonia, Leonor intentó tener una aproximación sobre el tema que iba a investigar utilizando desde su casa, su particular método:
“Ahí lo que ví fue algo que parecían unas torres y a un muchacho joven con un mechón largo que le caía sobre la cara subiendo una escalerita y que en el piso había agua. A los pocos días vamos a la Colonia con mi marido y rodeados por todos los periodistas y me llevan hacia esa supuesta torre y yo ahí me quiero asomar para entrar pero estaba con un candado, entonces doy la vuelta para entrar por otro lado y veo a través de una ventana medio rota y lo primero que veo es el agua y a una muchacha subir. ¿Por qué los veo? Porque yo entro en trance sin proponérmelo. Y ahí veo eso y me pongo a llorar y digo: en agua hay un cadáver. En agua hay un cadáver. Resulta que a los pocos días se tapa uno de los desagues y lo que encuentran, más o menos a la altura de donde me da el ataque de llanto, es el esqueleto de una persona. Que era otro paciente que no aparecía”.
Así terminaba la primera parte de su intervención, pero unos días después Leonor iba a insistir en su búsqueda: “Yo intento ver de nuevo y lo que veo son dos encapuchados y una imagen terrible. Veo como que estuvieran por enterrar a alguien en el pozo con toda la tierra al costado y entonces yo me asomo como para ver que hay adentro del pozo y ahí está la Doctora. ¿Qué hacen esos encapuchados? Eso que yo había visto como tierra era cal. Cal viva y se la tiran, Por eso te digo que nunca la van a encontrar. Ta?”.
A esta altura de la conversación la muletilla de Leonor, ya parecía una invitada más a la mesa. Su repetitivo ¿ta? era lo que más me inquietaba.
–¿Más allá de la videncia, que impresión le quedó de la Colonia Montes de Oca?
–Es nefasta. Es tétrica. Yo creo que ahí podía pasar cualquier cosa. Absolutamente lo que se te ocurra. Ta? Es que es terrible cualquier lugar donde hay enfermos mentales. Todo es triste. Tétrico.
La historia de la Colonia Montes de Oca se asemeja en mucho a la del país, con sus momentos de de auges, caídas y resurrecciones.
Fue fundada en Julio de 1915 con treinta pacientes varones “frenasténicos” procedentes del Hospicio de las Mercedes de Capital Federal, que para finales de ese año serían trescientos sesenta y tres y un año después cuatrocientos setenta y nueve.
La Colonia Montes Oca terminó por convertirse, en un depósito de carne, atiborrado de ejemplares incómodos para la mirada de los “sanos” y “normales”, ofreciendo la ventaja de su lejanía y difícil acceso. Llegamos a la Colonia cerca de las diez de la mañana. La primera impresión antes de cruzar la garita de seguridad fue extraña. Aquellas viejas y lúgubres casonas y pabellones que recordábamos haber visto en las imágenes de la época del caso Giubileo, hoy con sus fachadas multicolores, parecían una extensión del pintoresco Caminito del barrio de la Boca. Dice el saber popular que no hay nada como una mano de pintura para renovarse.
El que nos esperaba era Federico, el responsable del área de comunicación institucional del establecimiento y cuarta generación familiar de trabajadores de la Colonia, continuando la dinastía que comenzó con su bisabuela, por eso puede decirse que él conoce de primera mano la rica historia del lugar.
Si bien cuando acordamos la visita en ningún momento mencioné a Cecilia Giubileo, poco después de presentarnos, él fue el primero en nombrarla como una referencia del pasado que había dejado atrás el instituto fundado por Domingo Cabred. Sin embargo la simple mención del tema daba un fuerte indicio de que en la Colonia el pasado y el presente viven en un mismo tiempo, como una persona y su sombra. Por eso utilicé la oportunidad para preguntarle por Cecilia Giubileo, aunque hayan pasado veintiséis años de su desaparición. Cuando escuchó la pregunta su cara pareció mostrar signos de incomodidad o arrepentimiento por haber invocado al pasado, sin embargo lo sorpresivo fue su respuesta:
–Mirá acá toda la gente de la Colonia piensa que Giubileo está viva y que se fue a algún otro lado.
–¿Y qué pasó entonces?
–No sé pero yo estoy seguro que la Colonia no tiene nada que ver.
Federico tenía la mejor predisposición pero era evidente que prefería hablar sobre la actualidad de la Colonia. Los cambios que contaba Federico eran profundos y buscaban ponerse a tono con lo estipulado por la nueva ley de Salud, dijo que pretendían modificar hasta el nombre de la institución. Según palabras de Federico: “Antes esto era un depósito. El juez lo disponía y venían personas con cualquier criterio que responda a que es peligrosa para sí misma o para terceros. Nosotros queremos especializarnos en personas con discapacidades mentales, que fue siempre la orientación principal de la Colonia”.
Mientras recorríamos nos cruzábamos con algunos pocos pacientes que saludaban o pedían alguna moneda o cigarrillos. Todos tenían el característico andar encorvado que traen los largos años de encierro, sin tareas ni proyectos. La mayoría de ellos llevaban más de veinte años en la Colonia y algunos hasta cincuenta. El pabellón que visitamos es el que corresponde a las pacientes psiquiátricas. En él había 12 mujeres, todas en sillas de ruedas, ubicadas en el mismo salón y sentadas en grupos frente a unas mesas redondas, pero cada una de ellas parecía concentrada en su propio mundo, con las cabezas gachas o cayendo hacia un costado, mientras sonaba un televisor de fondo.
La imagen de la vejez y el olvido era tan triste como la más triste de las despedidas, pero era la responsable del pabellón quien mejor podía dar fe de lo que podía ser la vida en la antesala del infierno: “En este pabellón en donde hoy hay doce pacientes y que atendemos dos personas antes había ciento cincuenta y éramos las mismas dos personas las que teníamos que atenderlo. Imaginate las condiciones en que estábamos nosotras y las pacientes. Acá estaban todos los olores que te puedas imaginar durante todo el día y no sólo a pis porque se orinaban. Todas las paredes estaban llenas de marcas de manos con materia fecal y nosotras no dábamos a basto. En esas condiciones trabajábamos”
Era una buena oportunidad para profundizar en el tema con Federico:
–Más allá del caso Giubileo, según lo que acabamos de hablar parece que este lugar era un descontrol.
–Y seguro que sí, pero el problema es que la gente de acá lo que hacía no lo hacía pensando que era lo correcto. Se hacía lo que decía el doctor y se manejaban dentro del paradigma que había. “lo que hubo acá no fue sólo una rehabilitación de los pacientes. Acá también se rehabilitaron los que trabajan acá. Imaginate que trabajar con tan poca gente atendiendo a tantos pacientes te hace muy mal a la cabeza”
El viaje a la Colonia y la entrevista a Leonor Hernández aportaban algunos elementos para acercarse al misterio que rodeaba al caso, sin embargo faltaban algunas piezas fundamentales. Era necesario llegar a los familiares de la Doctora Giubileo.
El primero en responder fue Gastón Giubileo uno de los sobrinos de la doctora. Después de su sorpresa ante un llamado desde Buenos Aires que le preguntara por su tía después de tantos años accedió a responder aclarando que él era muy chico cuando ocurrió la desaparición de su tía.“Yo era muy chico para entender lo que pasaba. Te diría que hables con los hermanos”.
Los números de los hermanos de Giubileo figuraban entre los de la lista. Eran los que pertenecían a Rubén, Raúl y Jorge. El del hermano mayor pertenecía a la localidad de Unquillo pero nunca nadie atendió. El de Raúl según la máquina que atendió no pertenecía a un abonado en servicio. En del tercero correspondía a Jorge, el menor de los hermanos. Él atendió. Jorge no tenía dudas de que Cecilia había sido asesinada y también en su caso se notaba que hacía tiempo que no hablaba de su desaparición:
– ¿Cual piensa que fue la causa de lo que pasó con su hermana?
– Y eso fue una cuestión económica. Tenía que ver con las cosas que ella había denunciado respecto a como funcionaba la Colonia durante esos años.
–¿Lo del tráfico de órganos dice?
–Sí, claro
–¿Durante estos últimos años intentaron reabrir la causa?
–No. No tuvimos intención de reabrirla porque ya no había más nada para poder hacer. No se podía hacer más nada.
Jorge esperaba otra pregunta pero a mi no se me ocurría más nada. Era innecesario hurgar en su dolor. No era él quien tenía que dar respuestas sobre la desaparición de su hermana.
La causa se cerró definitivamente durante el año 2000 sin aportar ninguna respuesta al misterio.
En 1992, siete años después de la desaparición de la doctora, su Director, Florencio Sánchez, fue encarcelado por irregularidades administrativas, aunque no relacionados con el caso Giubileo. Utilizando su tiempo libre, escribió un libro en el cual le dedicó algunas líneas a Cecilia Giubileo, acusándola de tener signos esquizofrénicos en su conducta y a la sociedad en su conjunto por no tomar en cuenta los supuestos antecedentes subversivos de la doctora.
Sánchez, alternativamente funcionario de la dictadura y del primer gobierno democrático, murió en la cárcel y si supo algo se llevó su secreto con él.
La policía de Luján y la Justicia de Mercedes, responsables de llevar adelante el caso, demostraron muchas falencias e irregularidades en sus procedimientos, sin embargo nunca fueron investigadas.
A veintiséis años de aquella fría noche del 16 de junio de 1985, a excepción de la ausencia de Cecilia, muchas cosas cambiaron.
Leonor Hernández a partir de este caso construyó una carrera de vidente en la cual se especializó como colaboradora en varios casos policiales famosos.
En cuanto a la colonia Montes de Oca, es evidente que las intenciones de cambio que orientan el trabajo de la actual gestión son mucho más profundas que las manos de pintura que recibieron las tradicionales construcciones del lugar y en ciertos aspectos ya puede exhibir algunos importantes logros.
En la actualidad, a partir de un interesante proceso de externación, la Colonia cuenta con 630 pacientes internados. Bastantes menos que los más de novecientos con los que empezó la actual gestión y aún menos que los 3600 que supo tener en otros tiempos.
La familia Giubileo, por su parte, buscó durante muchos años la verdad y más allá de lo que digan los tribunales encontró la suya y con ella vive junto al recuerdo de Cecilia.
–¿Viste pibe que todo iba a salir bien?
– Acordate de esta frase: El crimen perfecto no existe. Los que existen son los malos investigadores. Y yo te digo una cosa, acá hubo muchos de esos o había algunos que no querían que se escarbara mucho. Como dije alguna vez, yo creo que la policía de Luján y la justicia de Mercedes tienen una deuda grande con el pueblo argentino.
– ¿Y qué habrá pasado con Cecilia?
– No se, pero te puedo asegurar algo. Aunque pinten de todos los colores que se te ocurra, el misterio de Cecilia Giubileo va a quedar para siempre encerrado dentro de la Colonia. Y van a tener que vivir con eso. Ponele la firma.
La voz del Turco Sdrech sonaba algunos minutos después de poner el último punto a esta historia. Me acuerdo que lo último que me dijo fue esto “No resultaste tan cagón pibe”. Después se empezó a reír con ganas con ese vozarrón tan inconfundible que tenía.