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Víctimas de su Destino

Por Luis Gasulla (@LuisGasulla)

El 30 de diciembre del 2011 se cumplirán 7 años de la tragedia más grande que sufrió, tal vez, en toda su historia, la ciudad de Buenos Aires. Miles de líneas se han escrito para intentar comprender la Masacre de Cromañón, un hecho que marcó mi generación, la de aquellos que pasamos la adolescencia durante el menemismo y nos aferramos a la rebeldía del rock barrial, el desencanto a la política y la bronca ante una injusta requisa policial. 7 años después de la peor noche de la vida de cientos de familias, y aunque para muchos, Callejeros se haya transformado en asesinos, responsables o simplemente una mala palabra, las letras de la banda, se reinterpretan ante cada nueva escucha.

Tan Perfecto que Asusta

 

 

Es imposible escuchar a Callejeros sin remitir a la tragedia y a la muerte. Sin embargo, morbo o qué, sus letras aún emocionan y permiten aflorar otros sentimientos más allá de la inevitable tristeza de lo sucedido. En esta nota, el lector no encontrará explicaciones de nada. Tampoco estas líneas están bañadas de moralina. Mucho menos se analiza a los responsables políticos ni a la trama judicial del hecho ocurrido aquella caliente noche del barrio de Once. Esta es la historia de las letras de la banda liderada por Rogelio “Pato” Santos Fontanet que nació en Villa Celina a mediados de los noventa cuando el ascenso social, a través del rock, aún era posible.

Callejeros fue la última gran banda que surgió en los noventa y la esperanza final del rock barrial de trascender post Redondos. Mientras que Fernando De la Rúa se iba en helicóptero y Patricio Rey disolvía a sus Redonditos de Ricota, la banda que se formó a metros de General Paz y del Riachuelo, en un inmenso monoblock, llenaba el Marquee cuatro veces seguidas. Todavía no cantaban aquello sobre el susto a la perfección, de hecho nunca fueron dotados de un estilo revolucionario, ni su cantante tenía una voz envidiable, ni sus músicos eran virtuosos, pero tenían algo. Ese “algo” encendía a sus vecinos, a los amigos del barrio, a los “invisibles”, llamados así, porque creían que los grandes medios nunca le darían, a su banda, la trascendencia merecida.

Hoy, en que parte del rock se Cristinizó, el rock barrial se prostituyó, no han surgido, en los últimos años, bandas que pateen el tablero y, en que el mp3 destruyó a la industria, el negocio de las bandas para sobrevivir es llenar recitales -y si les paga el Estado-, hoy, que la historia cambia de color; la nostalgia por Callejeros, crece. Mientras Iván Noble, símbolo de la rebeldía contra el menemismo con sus Caballeros de la Quema, le canta «Avanti Morocha» a la Presidenta que acaba de asumir, el Pelado Cordera disolvió la Bersuit para cantar con Palito Ortega una cumbia, Ricardo Mollo se volvió un marido ejemplar, y Fito se metió en la arenosa política, la incoherencia de las letras de Fontanet se extrañan. Antes de cantar con bronca contra el sistema, a ese “ministro siniestro” (en alusión a Aníbal Fernández), a la prensa, a la Justicia, con letras que acaparan los dos discos post Cromañon, Callejeros ya estaba en ese camino. Así lo atestiguan sus primeros demos, “Sed” su debut oficial, “Presión” –el disco que los llevó al estrellato, la masividad y hasta competir como mejor banda latina nueva y perder contra los olvidables Airbag en los MTV, y el posterior y fatídico “Rocanroles sin destino”. Callejeros eran, discursivamente, algo así como la Lilita del Rock, políticamente incorrectos; a veces cantaban verdades y en otras oportunidades, la pifiaban.

Omar Chabán fue uno de los primeros en creer en ellos. En 1997, una copia del demo “Solo x hoy” llegó al fundador de “Cemento” quien seleccionó a la banda para competir en un concurso contra otras siete bandas stones. El público los abrazó rápidamente mientras que La Renga llenaba estadios y “el aguante” y la “futbolización del rock” se expresaba en la apocalíptica llegada del estallido de la Bersuit. Si los muchachos de Mataderos habían alcanzado la cima, Pity le ponía humor al rock desde Villa Lugano y Los Gardelitos apelaban al baile en los suburbios de Pompeya, Fontanet no perdía las esperanzas de que otra banda de la zona sur de la ciudad, pudiera alcanzar la gloria. En ese momento, el cantante de El Bordo recuerda que todos sabían que Callejeros sería la gran banda de los próximos años y Omar Chabán, le decía a Rolling Stone, que “los pibes eran buenísimos, siempre supe que tenían algo, lástima que tiren tantos petardos”. Petardistas como Carrió, Callejeros siguió pateando el tablero cantando sus verdades con la arrogancia de sentir que era una única verdad iluminada, criticando a otras bandas y a aquellos que “arman el ranking de los elegidos del nunca jamás”. Caídos en desgracia, muchos colegas, afilarían sus garras para atacarlos despiadadamente.

Los shows se sucedían, Pato, por sus problemas asmáticos, pedía un nebulizador urgente, por el humo de las bengalas. Cumplía el sueño de todo buen rockero y se quedaba con la chica más linda del barrio, La Negra, Mariana Sillota, despojada de los brazos del responsable de prensa de una banda más cruda y cuadrada, La 25. En seis meses, Sillota se transformaría en la inspiración de las últimas canciones de amor de Fontanet, en su musa y en la víctima 190 de la tragedia cuando dejó de respirar 13 noches después del 30 de diciembre. Críticos del aparentar, del pibe que “busca ser rocker negando sus ruinas”, la banda comenzó a escuchar las voces del éxito con “Una nueva noche fría” y su clásico ritmo mezcla de Check Berry, Creedence y canción de protesta: “Se apagó el sentido, se encendió un silencio de misa (…) Solo como un pájaro que vuela en la noche (libre de vos… pero no de mí)”, continuaban escalando peldaños hacia algún lugar, mezcla de “Fantasía y realidad”. Un año antes, cantaban que se aferrarían a la muerte, “solo si es el mejor pasaje, es la cita a ciegas que no hay que esperar”. Su disco más exitoso, Presión, solo reflejaba esperanza en el final con “Ilusión” y antes enceguecía con su oscuridad. Víctimas de su destino, el último tema que tocaron en Cromañon fueron los primeros sesenta segundos de «Distinto», la primera canción de aquella fatídica noche. Así habría un disco más relajado, pero con frases siniestras como “hoy me sacrifican como un cerdo por no estar de acuerdo”, “no creo en navidades ni en las noches de paz”, “todo eso y tus besos son la mueca que me va a quedar cuando me vengan a buscar”, “sentís la electricidad, y no la sabes llevar, te quema, te paraliza, no te deja reaccionar”.

Esa noche, Fontanet gritaba que “ser idiota por naturaleza y caer siempre ante la vaga certeza de que en esta tierra todo se paga. A consumirme, a incendiarme, a reír sin preocuparme, hoy vine hasta acá”. El estribillo nunca lo terminó. Cromañon ya era el mismísimo infierno. La historia ya estaba escrita.