Por Martín Kunik (@martinkunik)
El autor aporta algunas ideas para pensar el antagonismo entre peronismo y oposición a lo largo de nuestra historia política.
El cielo estaba inmaculado. Esperando el café, se acomodó en su asiento, miró hacía arriba y me dijo: “Hoy es un día peronista… ¡Hasta las nubes se robaron estos hijos de puta!…” Comencé a reírme, lo había dicho pausado y sin hacer una mueca. Seguimos hablando de política mientras llegaba el mozo con las tazas y la cuenta. Después del almuerzo volví para la oficina y uno de los especialistas afirmaba con vehemencia “la culpa es del peronismo, esto no tiene arreglo hasta que se acabe el peronismo, ¿o no? ¡Pero claro!” Su interlocutor, entrañable antiperonista, lo miraba y afirmaba con la cabeza. “La culpa es de los que lo votaron, de esos peronistas.” ¿De quien iba a ser la culpa?
Muchas veces quedamos atrapados en explicaciones deterministas y simplistas bastante anquilosadas y llenas de prejuicios. Ni todos somos peronistas, ni la culpa de todo es del peronismo. Mi argumento es que el antiperonismo enceguece y no deja ver matices. Entiendo el antiperonismo de Borges que reaccionaba contra la vehemencia de determinadas acciones poco republicanas del primer y especialmente segundo periodo del Perón. Ahora bien, la permanencia del enconado antiperonismo en el inconciente colectivo de una no despreciable cantidad de gente no me parece que sea suficientemente substancioso como para ser una explicación de la realidad argentina hoy.
En primer lugar, el antiperonismo por ser la antítesis sin concesiones de la primera minoría termina haciendo lo que no se propone: le da entidad a la mística del peronismo. El peronista necesita del odio gorila o del antiperonista (recuerdo que no es lo mismo) para fortalecer su identidad y retroalimentar “el movimiento.” El peronismo, como animal político se nutre de la antítesis y remarca sus logros sociales en contradicción con los antiperonistas. Así, la crítica del antiperonismo queda atrapada en tratar de justificarse frente a las demandas sociales en vez de ser visto como propositivo. Si toda la culpa la tiene el otro, al final la persona independiente con capacidad de crítica empieza a desconfiar de vos porque es imposible no haber generado errores propios. La crítica termina siendo una fuente de debilidad. Así el mito de la “capacidad única” del peronismo como agente de gobernabilidad se fortalece y autodescalifica oponentes.
En segundo lugar, el antiperonismo toma al peronismo como un todo único e indivisible para achacarle críticas. Lo cual deja a la intemperie la capacidad de identificar matices y alianzas igualmente responsables. El peronismo, en cualquiera de sus versiones, no gobierna sólo sino acompañado de otros partidos (o corporaciones) que representan clases e intereses sociales. En otras palabras, el peronismo, ni ningún partido, gobiernan solos en Argentina. La creencia de que sí lo hace es fortalece la mística explicada en el punto anterior. Por ejemplo, Menem y su versión privatizadora del peronismo gobernó junto a la UCeDe de Alsogaray y pasó muchas leyes con el apoyo de un interbloque federal de legisladores de partidos conservadores del interior. El Kirchnerismo, en una versión sui generis del peronismo progresista, primero ensayó con la “transversalidad” junto a Aníbal Ibarra, Luis Juez, Hermes Binner, Martín Sabbatella y grupos piqueteros, después con la Concertación Plural donde incluyó a dirigentes radicalismo (Cobos, Colombi, Zamora, Brizuela del Moral y otros). Pasado el tamiz de la lealtad, algunos de esos aliados quedan y se buscan nuevos. Por lo tanto, cuando se le achaca algo al peronismo hay que saber distinguir a cuál y junto a quién gobernó. De hecho, es difícil escuchar del mundo no peronista – en general compuesta por clases medias y altas- que la Alianza UCR-FrePaSo también estaba integrada por el hoy todopoderoso peronismo progresista. Los argumentos que más se escuchan son que a De la Rua (como a Alfonsín) “el” peronismo no lo dejó hacer o que no estaba capacitado para gobernar.
En tercer lugar está el tan mentado tema de la corrupción y el clientelismo tan utilizado para fustigar al peronismo. Este argumento no termina de convencer a los independientes. Creo que no hace falta aclarar que la corrupción no tiene un ADN peronista o antiperonista. En la cultura argentina, las prebendas y la malversación de fondos públicos tiene larga data en el historial de nuestro país. Es más, los políticos argentinos no constituyen una “clase política” porque en este país muchos políticos llegaron a cargos importantes sin ser parte de una aristocracia tal como sucede en otros países de America Latina. En otras palabras, el político argentino emerge de la sociedad donde se crió, no sale de un repollo. En lo que respecta al clientelismo, la sociología y la ciencia política esta reviendo la conceptualización negativa del fenómeno por una más comprensiva. Para que haya clientelismo tiene que haber clientela (en general, pobres pero no siempre) y un intermediario que facilite votos por favores. Es decir, tiene que haber un puntero. Manuel Mora y Araujo ha desarrollado hace unos meses un «artículo» sobre el tema donde afirma que el puntero al fin y al cabo es un facilitador de demandas que además construyen vínculos y sostienen estructuras sociales locales. Es el que negocia las demandas de corto plazo por votos y que los pobres negocian a conciencia. La clase media y alta hacen lo mismo, sin facilitadores. Ellos demandan sus intereses. La capacidad que tiene el peronismo (y otras fuerzas como la UCR en determinados lugares geográficos) es ordenar esas demandas materiales (alimentos, electrodomésticos, etc.) o intangibles (relacionamiento, pertenencia, cohesión, contención o protección) a través de los punteros. Este último punto puede suscitar polémica y hasta estremecimiento moral. Pero recordemos haciendo una exégesis de Maquiavelo que la construcción de poder no es moral o inmoral, es amoral. Es política.
En síntesis, el mundo no peronista debería mutar del antiperonismo a formas más propositivas, menos deterministas, autocríticas y objetivas de la política argentina hoy. El antiperonismo no suma voluntades, las coaliciones sí. Autolimitarse a construir sin alguno de los diferentes matices del peronismo disminuye las posibilidades de construcción territorial y poder real.
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