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Nuestros nazis

Por Gabriel Levinas

Adelanto del libro de Herman Schiller sobre la historia del antisemitismo en Argentina.

 

 

El «estudio sociológico sobre el antisemitismo en la Argentina» que acaba de completar la Universidad de Buenos Aires por encargo de la DAlA, no hace sino confirmar con datos nuevos y concretos lo que ya se sabía desde siempre: la existencia de prejuicios muy fuertes hacia los judíos, a quienes, como en la etapa inmigratoria, se sigue considerando como «extranjeros», «desarraigados», «apátridas»,»ávidos de dinero» y el «verdadero poder que, desde las sombras, urde sórdidas tramas para desemantelar la identidad nacional».

 

 

Una encuesta similar llevada a cabo a fines de la década del noventa por la revista «Noticias» llegó a conclusiones similares. Los encuestados no consideraron a los judíos como argentinos, sino como una especie de pústula enclavada en el corazón de la patria. Tratar de contrarrestar semejante tendencia es una tarea muy difícil. Tanto o más que demostrar el arraigo de la comunidad judía en el quehacer nacional. Ni siquiera convence el dato de los dos mil judíos detenidos-desaparecidos durante la dictadura, que cayeron por su lucha en favor de la liberación y en la vida cotidiana; el judío es aceptado siempre y cuando logre demostrar que es muy poco judío.
Esta aversión y estos prejuicios sociales cada vez más difundidos se han potenciado en los últimos tiempos con el conflicto de Medio Oriente: «Los que oprimen al pueblo palestino son los mismos que nos sojuzgan a nosotros y pululan desde las sombras como el verdadero poder que succiona nuestro esfuerzo y nuestras riquezas», es un argumento que se puede escuchar con asiduidad.

 

 

El periodista Herman Schiller, desde hace mucho tiempo, viene investigando el tema del antisemitismo y sus raíces, que nacen tanto en la iglesia como en las Fuerzas Armadas e inclusive en el propio liberalismo. Últimamente se ha dedicado a urgar también en la judeofobia que ha comenzado a brotar en un sector otrora insospechado: ciertos segmentos que se autodefinen de izquierda. Schiller ha Publicado numerosas notas sobre el tema y ha dictado cursos y conferencias en la Facultad de Filsofia y otros ámbitos. Actualmente escribe un libro de gran aliento y lo que sigue, en calidad de anticipo exclusivo, es el capítulo dedicado a los primeros pasos del golpe del 4 de junio de 1943, que desencadenara una de las tantas etapas de antisemitismo de Estado en nuestro país. Un texto imperdible que nos ayuda a comprender lo que está pasando en nuestros días.

 

El golpe fascista del 4 de junio de 1943

 

 

El golpe del 4 de junio de 1943, que catapultó a los militares por segunda vez hacia el poder, no ocultó sus simpatías hacia las potencias del Eje.

 

El GOU (que para algunos era «Grupo Obra de Unificación» y para otros «Grupo de Oficiales Unidos») fue el factotum del pronunciamiento. Se trató de una logia de tenientes-coroneles y coroneles que se había formado unos tres meses antes y donde predominaba un joven coronel que, entre 1939 y 1941, había viajado como observador del ejército a países de regímenes de ultraderecha como Alemania, Italia, España y la Francia de Petain. Por entonces, ese coronel era todavía un desconocido para el gran público y se llamaba Juan Domingo Perón.
32 días antes del golpe, el 3 de mayo del ’43, el GOU emitió un «documento secreto” que le asignaba a la Argentina un papel rector en america del Sur «así como Alemania estaba realizando un esfuerzo titánico para unificar al continente Europeo”.

 

La creencia en la invencibilidad del régimen hitlerista persistió en buena parte de los cuadros más obcecados de la oficialidad, aún cuando el nazismo ya había sufrido palizas irreversibles en Stalingrado y Africa del Norte. De todos modos, las razones del golpe siguen siendo materia de controversia de historiadores Y estudiosos. No son pocos los que centran las causales del pronunciamiento del 4 de junio en la decadencia del gobierno depuesto de Ramón Castillo y en su decisión de asegurar la continuidad del sistema fraudulento al designar como sucesor a un feudal del norte llamado Robustiano Patrón Costas. Pero, como lo señalan algunos autores como María Sáenz Quesada y Julio Godio, ésa era la «causal táctica», la verdad «estratégica” debía remontarse hacia fines de la década del treinta y principios del cuarenta cuando el conjunto de la derecha argentina, militares nacionalistas, Iglesia, oligarquía terrateniente y determinados estratos de la burguesía industrial se encontraba profundamente alarmado por «el avance del comunismo en el movimiento obrero».

 

Algunos sindicatos, como el de los trabajadores de la carne, que era liderado por el dirigente comunista José Peter, movilizaban decenas de miles de personas. Y el hecho que contribuyó a exacerbar todas las histerias fue el acto del Primero de Mayo de 1943 en Plaza Once donde el Partido Comunista llegó a congregar cerca de 200,000 personas.
Era la gota que desbordaba el vaso y, ante «la inminente amenaza de una revolución comunista” (expresión en boga en la clase alta argentina y en casi todas las publicaciones de derecha de ese entonces), los militares, una vez más en su patriótico designio de salvar a la patria de las «fuerzas disolventes», salieron de los cuarteles para instalarse en la Casa Rosada. Para la derecha, el comunismo «era entonces igual que el judaísmo». Y no era fácil demostrar lo contrario, ya que miles de judíos integraban las filas de ese partido. En el ámbito específico de “la calle judía» predominaban los factores que iban desde el centro hacia la izquierda, cuando aún no se vislumbraba claramente el giro antisemita del stalinismo ni la mente más febril podía imaginar el fusilamiento masivo de la intelectualidad judía de la Unión Soviética que iría a producirse apenas nueve años después.

 

Todavía no existía el Estado de lsrael; el Ejército Rojo peleaba con denuedo contra los genocidas nazis; y la composición sociológica de la colectividad judeoarentina, con predominio de obreros y de la clase media baja coadyuvaban enormemente a este idilio entre el PC y la judeidad.

 

Además, frente a la proliferación de bandas fascistas que cometían tropelias contra las instituciones judías casi a diario, formaron grupos mixtos de autodefensa integrados por miembros de la juventud judía y de la federación juvenil comunista.

 

Hoy parece de otro planeta, pero en aquellos años de la dictadura militar de Ramírez y Farrel, era común la colaboración en tareas de seguridad entre Macaby y la “FEDE”. Los golpistas, espantados por el ascenso de la izquierda y estimulados por el embajador alemán Von Thermann que contaba con cuantiosos recursos para difundir su prédica, designaron un gabinete de ultradercha. El más furioso, quizás haya sido Gustavo Martínez Zuviría, el mediocre folletinista cordobés más conocido por su seudónimo de Hugo Wast. Este antisemita desbocado, que decía que una de sus frases favoritas era «gritar mueran los judíos equivale a gritar viva la patria» fue el autor de la novela «Kahal» , que se convirtió en libro de cabecera de los nazis vernáculos. Y  el gobierno militar lo designó ministro de educación, desde donde impuso rápidamente la enseñanza católica obligatoria en todos los establecimientos educativos del estado. La dictadura proscribió las actividades políticas (especialmene las de izquierda que les molestaba); llenó las cárceles de presos (sobre todo de dirigentes obreros que no se avenían a las imposiciones corporativistas impuestas con habilidad desde la nueva Secretaria de Trabajo Y  Previsión); postergó sin fecha las elecciones, cesanteó a cuanto docente judío de izquierda pudiera detectar en los tres ciclos de enseñanza; persiguió, torturó y convirtió al nacionalismo germanófilo en equipo de gobierno. Eran la flor y nata del oscurantismo: Jordán Bruno Genta, Nimio de Anquín, Luis María de Pablo Pardo, Alfredo Villegas Oromí, Manuel de Lezica, David Uriburu, Basilio Serrano y el ya mencionado Hugo Wast.

 

El clima era poco propenso para las expresiones periodísticas democráticas: la prensa en idioma ídisch, por decreto presidencial del general Ramírez, estuvo clausurada varios días y la «cashrut”o sea el faenamiento de carne bajo los códigos judáicos, estuvo terminantemente prohibida durante bastante tiempo. Y, obviamente, junto a la gran cantidad de patotas antisemitas que, una vez más, operaban con apoyatura policial (verbigracia  la Alianza Libertadora Nacionalista comandada por Juan Queraltó) ,abundaban también las publicaciones que apuntaban al enemigo principal: los judíos y los comunistas. El diario «El Pampero», directamente financiado por la embajada alemana, tiraba cotidianamente 80.000 ejemplares -cifra muy alta para la época, aunque en realidad también lo sería hoy- pero la más ponzoñosa era sin duda la revista «Clarinada» que era muy leída en los cuarteles, parroquias y, sobre todo, en la intelectualidad nacionalista centrada en la Facultad de Derecho. «Clarinada», donde el caricaturista que suscribía sus dibujos antisemitas usaba el seudónimo de «Matajacoibos», apareció mensualmente durante siete años: desde mayo de 1937 hasta los días clave de principios de 1945 en que la dictadura militar, cuando el Tercer Reich ya estaba vencido y faltaban muy pocos días para la capitulación, no tuvo más alternativa que abandonar su neutralismo pronazi y declararle la guerra a Alemania y Japón. Esta revista (que solía exigir en cada número que “se prohíba la impresión y circulación de los diarios, periódicos y revistas en ídisch que son una legión, y las audiciones radiotelefónicas en el mismo repulsivo idioma judío”) aparecía en la tapa con una consigna (“Revista antijudia y anticomunista”) y en diciembre publicaba un slogan complementario: ”Feliz año nuevo sin judíos ni comunistas”.

 

En  enero de 1944, cuando solamente los nazis suponían que aún podían ganar la guerra, publicó un editorial virulento para exigir «que se expulsen del país a todos los judíos sin excepción”. Bajo la firma del director de la publicación, Carlos M. Silveyra, y con el título de “insolencia y audacia”, ese comentario, señalaba, entre otras cosas, lo siguiente:

 

La cuestión judía es tan importante, que sin llegar a la exageración se puede afirmar que de ella depende la vida de los pueblos, muy especialmente en esta hora en que se está jugando, en la guerra mundial, su última carta, ya que las armas decidirán la vida o la muerte del judaísmo. El judaismo internacional, dirigido por su autoridad suprema, el Gran Kahal con asiento en Norteamérica, orienta la revolución mundial judía en todos los países del mundo, y ya lo he dicho en más de una oportunidad, valiéndose de dos armas poderosas: la masonería y el comunismo. La primera para actuar en las altas esferas gubernativas, en el ejército y en la armada, en los partidos políticos y en la prensa en general; y la segunda, para operar en las masas populares, en la clase trabajadora, por medio de las organizaciones gremiales y sindicales . Si se observan con imparcialidad las resoluciones tomadas por el judaísmo y las tomadas por el comunismo internacional, es muy fácil demostrar la armonía en sus fines y procedimientos ante cualquiera de los problemas de orden internacional. Los judíos fomentaron, estimularon y organizaron la ayuda a los comunistas españoles, fundando organismos israelitas de ayuda a la República Española, realizando una infinidad de colectas, festivales y suscripciones para mandar dinero, víveres y vestidos a los comunistas españoles que peleaban contra la España Eterna y Católica, y fueron numerosos los manifiestos y volantes que circularon en el país exhortando a los judíos a ayudar a los comunistas españoles”. ¿Es acaso aventurado afirmar que judíos y comunistas, aqui como en todas partes del mundo, están identificados con sus fines revolucionarios y persiguen la destrucción de la organización social cristiana en todo el universo?¿Cómo es posible afirmar que la prédica antijudía o antisemita es una prédica ‘antiargentina’ que hace peligrar la armonía nacional? Con sus lágrimas de cocodrilo, con sus lamentaciones hipócritas llegan los judíos a los despachos de los grandes funcionarios, de los políticos. de los gobernantes, para quejarse de la ‘persecución’ que les hacen los argentinos nacionalistas, pero ellos no dicen que en las escuelas israelitas, como lo ha constatado la Policía de la Capital, imparten la enseñanza del comunismo. Y en los niños judíos y no judíos que pueden arrastrar a sus escuelas, preparan los futuros revolucionarios que acabarán con la organización social cristiana ‘para instaurar en el mundo el legado de Sión».

 

 

Por loco que pudiera parecer lo que acabamos de transcribir, esto circulaba profusamente en las clases altas, alarmadas por la «confabulación judeo-marxista».

 

En enero de 1944, cuando se imprimió este libelo, ya se tenían noticias muy concretas del exterminio de la mayor parte del judaísmo europeo. Sin embargo la prédica de «Clarinada» acerca del»poder judío” caminaba como nunca. Y, en el editorial de referencia, su autor, en la convicción de que aún no había dicho todo, remataba de este modo:»La impiedad de los judíos iniciada en todas las artes más perversas, llega a tanto qμe es necesario, si se quiere atender a la salud común de los cristianos poner remedio a la fuerza del mal. Ni como católicos ni como argentinos podemos estar con los judíos. Si a esta exclusión se llama ANTISEMITISMO (el autor colocó el vocablo en mayúscula ), venga la palabra en buena hora. No le tememos porque la conocemos, la queremos y la defendemos»’.
La DAlA (que había sido creada algunos años antes) y el Comité Popular contra el Antisemitismo (promovido por el Partido Comunista con Marcos Meerof y Emilio Troise como sus líderes principales) desarrollaron una tarea muy dura para combatir al nazismo en la Argentina que se expandía por todas partes.

 

La segunda de las organizaciones mencionadas llegó inclusive a convocar a un congreso continental que, en condiciones muy difíciles, sesionó en Buenos Aires. De Chile concurrió como representante de distintas entidades un joven diputado socialista llamado Salvador Allende, que fustigó al antisemitismo y llamó a una solidaridad mundial «contra los asesinos nazis». Allende, treinta años después, era presidente de Chile y fue derrocado por un golpe promovido por la CIA.
Mientras tanto, la Iglesia apoyaba con mucha pasión al nuevo gobierno y la revista Criterio que durante muchos años había sido dirigida por monseñor Gustavo J. Franceschi con un marcado perfil antijudío, saludó con mucha vehemencia el decreto 18.411 del 30 de diciembre de 1943 que implantó la enseñanza religiosa en las escuelas, calificando la medida como “la restauración espiritual de la escuela argentina”.

 

A su vez, el diario «Cabildo» (no confundir con la revista del mismo nombre que apareció recién en la década del setenta para combatir la subversión judeo-monto-erpiana») también apoyó al Tercer Reich. Cabildo no ocultó su aversión por los judíos a través de numerosas notas, elogió el decreto inspirado por Hugo Wast y subrayó que se trataba de una medida para evitar que “los cristianos sean judaizados con astucia”.
La iglesia católica, a veces sutilmente, otras en forma abierta y explícita , se había alineado con el frente nacional, junto a los fascistas más recalcitrantes. Igual como había ocurrido durante el alzamiento franquista en 1936 contra la Republica Española.

 

 

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Comments

  1. Dinopatagon says:

    GRAVISIMO – Favor dar máxima divulgación

    C5N – SOCIEDAD: DESTRUYERON ANTENAS DE POP Y LA MEGA | LA INVESTIGACION

    http://www.youtube.com/watch?v=m_IulpzvXW4&feature=related

  2. Diego says:

    No nos olvidemos de las boludeces que suele hacer y decir HUGO CHAVEZ al respecto…

  3. AIDUS says:

    Yo recuerdo x cuestion de edad,la Religión como materia(1er gob.Perón).Tambien escuchar en el sermón dominical de las Iglesias, advertir el riesgo de tener amigos Judíos!Sí, seria tema de confesión y «pecado»Ese lavado de cerebro aún perdura x ignorancia o x fanatismo religioso.

  4. Noemí says:

    Alejandro, estás generalizando de una manera muy absurda. Que tu amiga, con sus opiniones, no te tape el bosque.

  5. Alejandro says:

    A los 13 años debuté de goy, y fue una experiencia que me acercó a este tema.
    De más grande traté de identificar algunos por qué de ciertos rechazos a los judíos.
    Lo que nunca vi es una modesta autocrítica de ciertas comunidades judías.
    Hace unos meses tuve la última experiencia con una «amiga» de años, de feibuc, en relación a las elecciones primarias: como no le gustó el resultado me dice: -porque uds. no tienen remedio, en cambio aquí en Israel la la rarla…; de pronte su argentinidad pasó a desaparecer y me trató de «uds.»(los argentos).
    Decidí no seguir la charla para no derrapar más de lo necesario.
    Podría hacer una lista de conductas sociales que hacen patética la autosegregación judía, pero prefiero pensar que, al igual que la grey católica; nos tocó por estos lares las congregaciones más conservas y ortodoxas. Espero que evoluciones naturalmente.
    Y hay un detalle, quizás una pavada, (no creo) que me molesta: ¿quién inventó la palabra «antisemita»?, pues es un eufemismo lamentable; debería hablarse de «antijudío», es más específico.
    Ojalá seamos todos ateos, tantos años de religiones han demostrado el alpedismo de sus existencias.
    Saludos cordiales.

  6. Fernando says:

    Lo conozco a Tahail desde chico, formamos parte de la misma barra de amigos con todo lo que eso significa. Crecimos juntos. Desde siempre él sabía que yo era Árabe. Desde siempre yo sabía que él era Judío. Nunca eludimos esos hechos. Nunca tuvimos problemas entre nosotros por ello. El otro día cuando me contaba de su libro (que en realidad aún no leí), nos pusimos a charlar sobre como nuestra amistad, firme, fuerte, para todo, estaba por encima de esas circunstancias.Tal vez, reflexionamos, ésta amistad nuestra era emblemática de lo que es posible por encima de los intereses de los vendedores de la muerte.Es en base a ésta charla con el «Judío» , que surgió la idea de escribir en éste post brillante de Levinas.