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El viejo mundo de la bolsa

Por Alejandro Bercovich

Una explicación del derrumbe de las bolsas, la crisis económica mundial y sus consecuencias. ¿Argentina puede zafar, como indica el gobierno?

 

Mientras el mundo asistía estupefacto a la inédita rebaja de la nota de la deuda estadounidense y el desplome bursátil que le siguió el lunes (el mayor desde la caída de Lehman Brothers en 2008), los suburbios londinenses se prendían fuego -literalmente- en medio de las protestas por el asesinato de un joven padre de familia negro a manos de la policía. Con mucha menos prensa pero la misma furia contenida, a lo largo y ancho de Estados Unidos, 45 mil empleados de la megaempresa de telecomunicaciones Verizon profundizaban un plan de lucha iniciado semanas atrás contra despidos y recortes salariales y organizaban piquetes para impedir que los rompehuelgas enviados por la compañía hagan las conexiones a Internet que ellos se rehusaban a realizar.

 

¿Qué tienen en común el operador de bolsa neoyorquino que se lleva las manos a la cabeza, el turco desocupado de Tottenham que alza una molotov y el telefónico en huelga de San Francisco? ¿Qué los une con los “indignados” de España y de Israel, con los rebeldes del mundo árabe y hasta con los adolescentes chilenos que luchan por presupuesto para la educación? Todos son víctimas de la misma crisis, que se manifiesta como un nuevo crac en los mercados financieros pero que tiene causas mucho más profundas, exacerbadas por el giro neoliberal del capitalismo de los últimos 30 años y bien enquistadas en la esfera de la producción, ahí donde las pérdidas bursátiles se convierten en despidos y pobreza.

 

Partamos de una base que quizá ayude a correr el velo de lo estrictamente financiero: esta crisis es la misma que explotó en 2008 con las hipotecas basura (“subprime”) y que la economía mundial tal como la conocemos viene pateando para adelante desde fines de los ’70. Sus raíces son los ajustes Reagan-Thatcher que deprimieron abruptamente los salarios y dispararon la productividad del trabajo al desregularlo y eliminar impuestos, engrosando los beneficios empresariales y deprimiendo la capacidad de compra de las mayorías populares. El mecanismo era perfecto para el establishment global salvo por un detalle: se producía cada vez más, para cada vez menos consumidores.

 

Estados Unidos y Europa occidental salvaron el obstáculo mediante una simple argucia: vivir a crédito. Washington aprovechó su rol de gendarme mundial y potencia única e indiscutible luego de la caída del Muro de Berlín para mantener su tren de consumo e importaciones emitiendo dólares y bonos que el resto del mundo compraba. Y que todavía compra, a pesar de la rebaja de la nota de Standard&Poor’s, porque en Beijing también tienen claro que si no aceptan dólares a cambio de sus electrónicos y sus zapatillas, no tendrán dónde colocarlos.

 

Economistas “neoprogresistas” como Joseph Stiglitz achacan el estallido de 2008 a la desregulación excesiva de los mercados financieros, que permitió vender derivados de derivados y paquetes de inversión estrafalarios para seguir canalizando el ahorro mundial hacia el consumo de las naciones más opulentas. Pero se quedan sólo en la superficie. Lo que subyace es el fracaso del modo de acumulación vigente desde el fin de los treinta años dorados del capitalismo de posguerra.

 

Otros analistas menos citados dan en el clavo. Según Rick Wolff (Amherst College, Brecht Forum), los trabajadores del Norte respondieron al ajuste de fines de los ’70 “trabajando más horas y endeudándose más para mantener el Sueño Americano”. Los números lo respaldan: en el crac de 1929, las deudas de las familias estadounidenses equivalían al 30% del PBI, en 2001 la cifra había saltado al 66% y en 2009 había trepado al 120%. Recuperación mediante, hoy ronda el 100%. En otros términos, los norteamericanos deberían trabajar todo un año sin gastar un sólo dólar para “desendeudarse”, por apelar a un neologismo de estas Pampas.

 

Ahora la distribución mundial del ingreso es peor que un siglo atrás. Todos se preguntan quién pagará los créditos y quienes se enriquecieron en pocas décadas exigen a los estados que se ajusten al máximo. Sus portavoces políticos, como el Tea Party en Estados Unidos, abogan por una salida draconiana que implica ahogar cualquier posible recuperación. Según Nouriel Roubini, el economista que predijo casi con fecha exacta el estallido de 2008 y al que apodaron por eso “Doctor Catástrofe” (Dr. Doom), lo que vienen son un par de años largos de crecimiento bajísimo en las naciones del G-7, que gobiernan de hecho el mundo desde la posguerra.

 

Para la Argentina, ninguna recesión mundial sostenida puede representar una buena noticia. El oficialismo destaca ante los micrófonos los “colchones” creados durante los últimos años y habla de un supuesto “blindaje” del país, pero admite por lo bajo que habrá que acudir en breve al resto de la región en busca de financiamiento, mediante algún esquema aún indefinido de intercambio de reservas como el que ya funciona en Asia. Por ahora no logró que arranque siquiera el Banco del Sur, que sigue sin aprobación parlamentaria en varios socios de la Unasur.

Aunque un esquema de ese tipo podría ayudar a capear mejor el temporal, no evitará que nos mojemos y mucho. El Gobierno no aprovechó el auge de las commodities de los últimos cinco años para revertir la brutal desindustrialización ni la extranjerización que comenzó con la dictadura y terminó de consumarse durante el menemato. Eso habría permitido reducir la dependencia del país de las dos variables que hoy mandan: el precio de la soja y el valor del real. Si Brasil estornuda, la Argentina se resfría. Y eso lo saben bien en el Ministerio de Economía, donde hubo mucha preocupación entre el lunes y el martes, cuando el dólar subió un 5% en Brasil. En 1999, la devaluación del real dio el tiro de gracia a la convertibilidad, que desde entonces anduvo a los tumbos.

 

 

Ese real caro, más caro que nunca, es el verdadero paraguas del “modelo”. No sólo porque evita una invasión de productos vecinos que demolería a un aparato industrial lleno de agujeros y mucho menos productivo. También porque pese al déficit bilateral que mantiene Argentina con su principal socio, el gigante sudamericano sigue siendo un destino irreemplazable para ciertos productos locales, como los autos. De lo que producen las terminales instaladas acá, un 60% cruza la frontera hacia allá.

 

Si la recesión mundial se extendiera, el país se enfrentaría a un contexto mucho más adverso. Y lo haría con menos armas, porque ya no hay AFJPs para estatizar, el superávit fiscal desapareció y las importaciones ya están restringidas. El Banco Central acumula reservas récord, pero en sólo tres días de corrida mundial debió desprenderse de casi 450 millones de dólares para mantener congeladas las pizarras de la City. El goteo es lento pero persistente: en la primera mitad de año se fugaron 10 mil millones de dólares.

 

¿Se va todo al carajo? ¿Corremos a cambiar el sueldo por rupias de Indonesia? ¿Por arroz? ¿Azúcar? Nada de eso. A este paso lo más probable es que se reedite un escenario similar al de 2009, cuando el INDEC admitió que hubo crecimiento nulo y las consultoras privadas estimaron una caída del PBI del 2%. Si eso se traduce en despidos, en recomposiciones salariales muy por debajo de la inflación o en un nuevo salto de la pobreza, dependerá de las fuerzas que desplieguen los trabajadores para evitarlo. Y de cómo arbitre el Estado entre los gremios y los empresarios, por supuesto.

 

 

Comments

  1. Marcos says:

    Coincido, desde mi ignorancia, en lineas generales con lo planteado. Ahora, la pregunta es la siguiente: Si Argentina no revertió su «desindustrialización» en los últimos años ¿de que manera tendría que haber sido? Como Brasil o China, ¿los mismos que tienen un futuro negro por la crisis estadounidense actual? Saludos.

  2. Perrengue says:

    Buen comentario,debería realizarlos más seguido al menos por éste canal.Qué debe hacer la gente común invertir en ladrillos,autmóviles o electodomésticos,sacar el dinero de los bancos o del colchón,comprar oro?.Y con respecto al último párrafo de Giuffrida,estamos destinados al éxito?.
    Gracias!

  3. A.B.: Interesante análisis. Comparto, en líneas generales, las predicciones.
    Pero sumaría otra variable que es -a mí entender- también bastante probable que se dé: Si el dólar pierde peso, así como muchas inversiones corren al oro, muchas otras continuarán corriendo a mercados de commodities, como en 2008/9, llevando los precios de los alimentos a niveles todavía más altos que los actuales. Profundizará, seguramente, la rebelión mundial, porque el piso de pobreza se colocará aún por encima de los 1.000 millones actuales.
    Y, acompañada con esta posibilidad, también está la chance de que el real continúe revaluándose y que el Gobierno de Brasil compense a sus industriales con más y más programas oficiales. Puede que a nuestra hermana nación se le haya dado por posicionar su moneda como un nuevo refugio seguro en el ajedrez mundial.
    Entonces, con un real más caro y los commodities más altos, la Argentina lejos de sufrirla, quizás hasta la aprovecha.