Por Luciana Sabina (@kalipolis)
La historia oculta del juez Salvador María del Carril. Instigador y cómplice del primer crímen político nacional.
Recientemente hemos sido testigos de un escándalo protagonizado por el juez supremo de la Nación Eugenio Raúl Zaffaroni, cuestionado propietario de seis departamentos donde se ejercía la prostitución. Sin lugar a dudas también muy lamentable es la defensa del magistrado que realizaron hombres de la Casa Rosada, esgrimiendo una supuesta campaña de desprestigio hacia el gobierno. Al respecto señaló Boudou en un reportaje radial: “Es sospechoso cómo van tirando temas antes de la campaña. Primero apareció lo de Hebe, ahora lo de Zaffaroni”. Tristes afirmaciones, que echan un manto de dudas sobre la esperable e indispensable independencia de poderes públicos.
Sin embargo Zaffaroni no es el primer Juez de la Corte Suprema cuyo comportamiento dista considerablemente de ser el esperado. Remontándonos a la primera configuración de la misma, concretada bajo la presidencia de Mitre en 1863, nos encontramos con un sombrío personaje: Salvador María del Carril.
Del Carril fue retratado por la pluma de Lucio V. Mansilla como un hombre de “estudiada sencillez”, con manos “pulcras, cuidadas las uñas color rosa, ni cortas ni largas, lo mismo que las de una dama de calidad”, manos que daban “frío al tocarlas, un frío que venía muy de adentro”; sus labios “algo gruesos, casi siempre un poco apretados, como para que no se escaparan sus secretos”… Sobre todo cierto secreto que vio la luz hacia el final de sus días, convirtiéndolo en espectador de su propia ruina.
Su experiencia en “la cosa pública” comenzó en 1820, figurando al frente de grandes empresas como la gobernación de San Juan y el cargo de Vicepresidente de la Confederación durante el mandato del General Urquiza; pero también hubo otras de memoria menos grata, como el papel de consejero de Lavalle para el fusilamiento de Dorrego. Información que del Carril pretendió llevarse a la tumba sin éxito.
Así, en 1880 el historiador Ángel Justiniano Carranza encontró las cartas que Salvador María envió a Lavalle presionándolo para que terminara con Dorrego, exigiendo además que tras leerlas las eliminara. En ese año, aún vivía del Carril y era nada menos que el Presidente de la Suprema Corte de Justicia. La publicación a través del diario “La Nación”, causó sensación y un verdadero escándalo, pues en las mismas podía leerse al honorable juez confesando que «si es necesario mentir a la posteridad, se miente…». Instigador y cómplice del primer crimen político nacional, nuestro protagonista no se pronunció al respecto y falleció dos años más tarde.
Al morir, su viuda recibió parte de la enorme fortuna y desde entonces dejó de sufrir la miseria a la cual la tenía sometida su cónyuge. Tiburcia, había dejado de hablarle hacía veintiún años, ya que del Carril, por medio de una carta enviada a los diarios, comunicó a los acreedores de su mujer que no pensaba hacerse cargo de sus deudas. Como última voluntad, ella pidió que su busto fuese colocado de espaldas a él, porque seguiría enojada, aún después de la muerte. En la actualidad constituyen una de las historias más interesantes que los guías del Cementerio de la Recoleta sacan de su galera. Años más tarde la nieta de ambos, Delia del Carril Iraeta, sería esposa de Pablo Neruda, pero esa es otra historia.
Dejando de lado por completo su vida privada y haciendo hincapié en su desempeño público, horroriza comprobar en manos de qué tipo de magistrados ha recaído el poder judicial de nuestro país desde el mismo momento de su conformación. A la actualidad del caso Zaffaroni podríamos agregar los noventa, con una Corte Suprema adicta al menemismo y así, buceando en el pasado, la lista sería decididamente extensa.
Evidentemente este tipo de falencias no interesan al ciudadano común, quien probablemente las naturaliza, perpetuándolas como algo esperable. Sin irnos muy lejos, las pasadas elecciones, constituyeron un lamentable aval a casos como el de Schoklender o de la violación sistemática del INDEC, entre tantos otros atropellos a la democracia.
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Me gusta descubrir que hay detrás de las personas sobre las que uno ha leído más allá de sus actos públicos, me parece aberrante la justificación del crimen de Dorrego que hizo del Carril pero la anécdota final referida a su esposa debe ser de las más risueñas de la historia argentina.
Con respecto al caso Zaffaroni, estoy de acuerdo con el espíritu de la nota, no necesitamos declaraciones de funcionarios de otro poder reinvindicando su capacidad, sólo explicaciones claras y detalladas que reinvindiquen su honestidad.
Somos un crisol de razas donde los vicios de esas razas, se han potenciado hasta nuestros días. Las virtudes del argento laburador, sacrificado, honesto, solidario y patriota son defenestradas ante la viveza criolla. Si fuésemos respetuosos de la ley, se castigaría al que la viola. Siempre se está buscando el atajo legal para zafar…como sea! Ahora si los que cometen delitos son pobres, llenan las cárceles para la estadística. No me extraña que naturalicemos lo de Zaffaroni por que llagamos hasta acá por nuestra génesis como nación. Hay que inculcar en las nuevas generaciones el valor de la probidad del ser humano …para ser un país serio.