Por Roberto Alifano
Tras las acusaciones de Maria Kodama en Perfil sobre una posible estafa a la propiedad intelectual por parte de Roberto Alifano y Alejandro Vaccaro, plazademayo.com publica la respuesta de Alifano: “Nadie es dueño de los muertos, mucho menos de los ilustres”.
Todo esto viene de largo tiempo atrás. Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo estaban vivos y otras eran las declaraciones públicas. Una vez muerto Borges y sus amigos, ya sin testigos, la historia se empezó a elaborar de muy otra manera de cómo en verdad había sido. Cuanto más aclaraciones, más intrincado se empezó a hacer este meollo de historias poco reales y, sobre todo, poco agradables.
Borges dejó amigos, no muchos, pero dejó amigos. No es necesario conocer la historia de la literatura argentina para saber quiénes fueron esos amigos, y qué contrariados quedaron por su sorpresivo viaje a Ginebra de donde nunca más volvió; luego vino la precipitación de su enfermedad que ya lo tenía mal aquí, en Buenos Aires. Llegaron después noticias sorprendentes desde Europa, por ejemplo que Borges se había casado. Algo de eso ya habíamos sospechado quienes estábamos cerca de él cuando en Buenos Aires fue vaciado, literalmente con autorización en mano, su departamento de la calle Maipú; digamos vaciado en sus cosas esenciales, libros y papeles, y todos esos premios en oro (los europeos suelen ser espléndidos) que involucraban unos cuantos kilos y, lo que es más extraño, ese oscuro casamiento vía Paraguay, a través de un cónsul que resultó no ser cónsul paraguayo, e hizo desmoronarse como un muro de arena la legalidad de ese, digamos, entuerto guaraní. Aunque lo cierto es que Borges murió soltero de este último casamiento, pues el que tuvo, en 1968, con Elsa Astete Millán nunca fue deshecho, ya que no existía el divorcio por esos tiempos.
A partir de allí, a partir de su muerte, la verdad de Borges empezó a ser recordada por los que lo conocíamos y, también, por quienes no lo conocían y se tomaban, como siempre ocurre, las indebidas atribuciones. Los muertos se llevan a la tierra no sólo sus grandes secretos, sino también sus cosas minúsculas, sus obviedades o sus monosílabos. Queda en nosotros reconstruir aquel mundo maravilloso que dejó Borges tras de sí. Nadie es dueño de los muertos, mucho menos de los ilustres.
Pero hay una cotidianeidad conocida por quienes estábamos cerca que es posible reconstruir. Digamos entonces que no nos resultó tan extraño, y sí algo esperado lo que ocurrió después de la muerte de Borges, aunque nunca creímos que se iba a llegar a tanto.
Han pasado veinticinco años y la desmemoria ha hecho su trámite, ya Borges está con los demás del pasado, pero hasta sigue incomodando su estilo post mortem. Está muy bien allá, en Ginebra, una de sus patrias, pero podría estar mejor aquí en la Recoleta, como él quería, junto a sus padres y abuelos. Esa es ya otra historia.
Nos preguntamos:
¿Quién es dueño de los recuerdos de los demás?
¿Existe acaso una especificación legal que lo determine?
No, sin lugar a dudas, no. La señora Fani sabía hasta lo más íntimo de Borges, era su ama de llaves desde hacía más de treinta años, y lo había sido también de doña Leonor, su madre. No era tonta. Quienes frecuentábamos a Borges y lo acompañamos en infinidad de circunstancias, tenemos, junto a sus sobrinos y los amigos que quedan, todo el derecho de hablar de él, es lo que se suele llamar, memoria colectiva. Y todos coincidimos en lo ya señalado.
Sin embargo, sigue habiendo gente que no ha conocido profundamente a Borges y se arroga la exclusividad de su recuerdo. Nosotros suponemos que es una atribución fuera de lugar, desmedida.
Llegará el día -y siempre falta mucho menos tiempo del que creemos-, que todos los que conocimos a Borges habremos de pasar al pasado. Seamos más humildes, ya habrá gente que se dedicará a separar la paja del trigo, mientras tanto nosotros seguiremos reclamando por esto, apasionadamente, por encima de leguleyos, teniendo como meta, recordar con la mayor fidelidad esa vida maravillosa que nos dejó Jorge Luis Borges.
PARA CONCLUIR
Aclarados estos enojosos asuntos, no queremos ser contestatarios de banalidades groseramente alejadas de toda verdad, pero no podemos pasar por alto las recientes declaraciones publicadas en el diario Perfil el pasado sábado 11 de junio. Conste, además, que no queremos aunarnos a la atmósfera de escándalo que se está viviendo en tantos ámbitos del país; todo eso se acomodará, se aquietará y cada cual tendrá lo suyo. Ahora bien, nosotros -el doctor Alejandro Vaccaro y quien escribe- hemos sido acusados, histéricamente acusados, de falsificar textos de Borges y publicarlos en el exterior. Tanto el doctor Vaccaro, quien actualmente preside la Sociedad Argentina de Escritores y yo, devotos de la obra de Borges, sobre la que hemos escrito vastamente, creemos también ser parte de la custodia de tan esplendorosa creación literaria. Así, sabedores de la inmensidad de esta obra, no nos atreveríamos a sacar una sola coma de cualquier texto, menos de eliminar poemas, dedicatorias y citas amistosas. Y, aún menos, de publicar por razones meramente económicas, textos que Borges no consideraba importantes.
Rogamos que cesen estas canalladas que en nada benefician la memoria de nuestro Borges. Emmanuel Berl escribió alguna vez, ya en sus noventa años: “Es verdad que los muertos son frágiles: hurgamos sus papeles, divulgamos sus secretos, transgredimos su voluntad, pero también vemos de qué regresos fulgurantes son capaces a veces esos seres abolidos”.