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Universidades, lejos de la excelencia

Por Pablo Kreimer

Reflexiones a partir de un ranking que evalúa la  calidad de las universidades en el mundo.

Leo, sin sorpresa, el artículo de La Nación del 12 de marzo, en donde informa que, según un estudio publicado en The Times, de Londres, ninguna universidad latinoamericana figura en un ranking de las primeras 200 universidades del mundo. Dicho ranking lo encabezan, como es esperable, las universidades estadounidenses como Harvard, el MIT o Stanford y sólo se cuelan, entre las primeras diez, dos universidades británicas, Cambridge y Oxford.

El ranking considera variables discutibles, por supuesto, como la inclusión del grado de internacionalización de los profesores y de los alumnos, o los recursos que se obtienen de la industria. Pero esos indicadores cuentan relativamente poco en la metodología utilizada: 2%, 3% y 2,5% respectivamente. La mayor parte de los indicadores son más bien razonables, que se dividen (el resto del puntaje) por tercios: un tercio corresponde al volumen, los fondos y el prestigio de la investigación, otro tercio a las actividades de enseñanza, y el último tercio al “impacto” de las publicaciones, que es el modo por el cual se evalúa el interés, originalidad y la calidad de los trabajos de investigación. Este último indicador podría discutirse, pero es el mismo que utilizan los organismos nacionales (como el CONICET, la Agencia Nacional de promoción de la CyT o las propias universidades) para evaluar, al menos en parte la actividad de sus docentes e investigadores.

En cambio, leo con bastante sorpresa la opinión, en un artículo anexo, de dos especialistas que opinan sobre este ranking. Silvina Gvirtz (del CONICET y la Universidad de San Andrés) afirma –si la transcripción es fiel a sus ideas- que “es verdad que América Latina no está produciendo conocimiento”. Esta afirmación es notable, pero lo es aún más su explicación: “se debe al vaciamiento sistemático de las universidades públicas producido en la dictadura militar”. No cabe duda que el efecto de la dictadura sobre diversos campos disciplinarios fue letal. Pero esa explicación es falaz: ya van casi treinta años de democracia (27, para ser precisos), durante los cuales las universidades públicas se han autogobernado y hasta ahora no se observa ningún cambio sustantivo, en particular en las universidades más grandes, que se haya orientado a convertirlas en espacios de excelencia, tanto en la docencia como en la investigación, para tomar las dimensiones más importantes que deberían gobernar dicha institución. Es cierto, como dice Gvirtz que uno de los problemas es la baja dedicación de los docentes que conspira contra la investigación (la investigación científica no es una actividad que se pueda hacer part-time), pero si alguna que otra universidad pequeña, o algunas Facultades, tienen un alto porcentaje de dedicaciones full-time, hay que entender que para el resto no hay impedimentos estructurales, sino políticas deliberadas, o juegos de intereses que así lo quisieron, aún a pesar de la crónica escasez de recursos.

Ignoro, aunque lo supongo, qué pensará el grueso de investigadores latinoamericanos que trabajan todos los días en la investigación, sobre la afirmación de que “no están produciendo conocimientos”. Pero en todo caso, no es cierto: la producción medida en cantidad de artículos publicados en el Science Citation Index es de alrededor del 5% de la producción mundial. Parece poco, pero hace unos 20 años era del 1,5%, es decir que creció más de 3 veces.

Otra cosa sería preguntar para qué les sirve ese conocimiento a las sociedades de América latina.

La explicación de Nosiglia, la otra experta consultada y Secretaria de Asuntos Académicos de la UBA es, si cabe, aún más asombrosa: afirma que “el ranking no evalúa cosas como la actividad de transferencia y extensión hacia la sociedad, que nuestros estudiantes y docentes realizan mucho”. Yo agregaría: ¡Por suerte no lo evalúan! Si así fuera, las universidades argentinas estarían aún mucho más abajo en el ranking. Si por “actividades de transferencia y extensión” entendiéramos “aquellos conocimientos que son utilizados en la industria o por otros sectores sociales para aportar a resolver algún problema de la sociedad”, entonces la cosan se pone grave, excepto que  Nosiglia conozca experiencias de innovaciones –sociales y económicas- generadas por la UBA y desconocidas para el resto. Cuando dice que “nosotros producimos conocimiento relevante para nuestras sociedades que no es relevante para ellos” (supongo que entiende por “ellos” a los países desarrollados) sería bueno saber a qué se refiere. Por ejemplo, para la enfermedad de Chagas, que parece una cuestión bien local (afecta a más de 3 millones en América Latina) no hay ningún nuevo conocimiento ni ninguna nueva droga ni tratamiento generado por investigadores locales, desde que los laboratorios transnacionales se despreocuparon (hace casi una década) del tema por falta de mercado.

El problema es justo el inverso: se produce conocimiento, en condiciones relativamente poco favorables, pero de muy baja relevancia local.

Por cierto, las políticas de ciencia y tecnología de los últimos años (en especial luego de la creación del Ministerio) apuntaron a fortalecer las capacidades de producción de conocimiento y a estimular (a mi juicio, aún débilmente) la relevancia local. Uno de los obstáculos es, precisamente, la estructura de muchas las universidades que siguen oponiendo, de un modo maniqueo, masividad y excelencia.

Curiosamente, la “cuestión universitaria” es uno de los temas que está bastante ausente de las agendas de discusión de los últimos años y, sin embargo, es uno de los temas claves en cualquier proyecto de futuro. El Estado, tan mentado en los últimos tiempos, parece haber dejado librada la cuestión a la autonomía de actores que persiguen más sus objetivos que los de la sociedad.

*Pablo Kreimer es sociólogo e investigador especializado en sociología de la ciencia

 

 

Comments

  1. Anónimo says:

    Bueno, no es tan así, la facultad de Letras de la UBA produjo la socialmente relevante revista Barcelona.