Por Martín Kunik (@martinkunik)
Crónica de una cotidianidad que duele y exaspera, aún a los creyentes del modelo.
Suena sin misericordia. Te avisa sin compasión. Apago el insidioso despertador temprano, a la hora señalada, pero lo dejo en la señal de radio. Mientras me desperezo escucho las noticias. La cronista da el parte del tránsito que empieza a pergeñar la congestión de las múltiples arterias de la Capital. Los choques en las avenidas ya no son noticia, sino una postal del alba que se transmite en AM. Dan la lista de intersecciones donde chocaron colectivos con autos, autos con motos, motos con colectivos o incrustaciones vehiculares en árboles o veredas. Presto especial atención a que los delegados del ramal de tren que tomo o la línea de subte que uso no estén retrasados ni de paro. La ruleta está a mi favor. Al parecer todo funciona como debería ser. Sigo escuchando la radio mientras me meto en la ducha. A pesar de que habla rápido pero con seguridad, la cronista de tránsito no termina su relato ahí. Te cuenta que hay alumnos de algún colegio público en la intersección de determinadas avenidas ocupando la vía pública y que la agrupación de tal o cual sindicato se va a movilizar por tal o cual calle hasta llegar a la Avenida 9 de julio. Las reivindicaciones ya no importan, solo los cortes. En el programa, después van ampliar sobre esos temas. Termina el reporte dando las alternativas para los poco audaces pero sufridos automovilistas para llegar a destino. Un camino lleno de stress. Con el ruido de la ducha, trato de afinar mi oído cuando el meteorólogo de turno habla del clima, quiero saber qué ponerme para no morirme de calor o frío en el tren.
Salgo del baño, bajo el volumen de la radio y le dejo la ducha a Cata que con cara de pocos amigos se mete a la bañera y me pregunta sobre el clima. Me visto rápidamente y riéndome con indignación pienso “¡que caradura!” El ministro de turno esta defendiendo lo indefendible. La periodista insiste preguntando sobre la inflación, la seguridad o la calidad de la educación y el ministro comienza a irritarse ante las pruebas de su incoherencia. Dejo el desayuno listo mientras Cata vuelve a preguntar algo desde el baño que no escucho. El ministro niega lo que hay que negar y se va por la tangente reforzando la retórica para dejar bien en alto los logros del modelo. Los periodistas no quedan conformes y comienzan una polémica que pierde el hilo de los buenos modales. El ministro logró su cometido, embarró la cancha y el tiempo de aire se termina.
Desayunamos y salimos de casa rumbo a la estación de tren, mientras vemos las filas de autos de padres que dejan a sus hijos en los colegios que rodean nuestra cuadra. El pequeño que se da cuenta de que el padre lo acaba de dejar en el jardín de infantes y rompe en llanto. La puerta se cierra y el nene muestra sus dientes y lágrimas sin pudor mientras se apoya en una puerta alambrada que se ve desde afuera. Yo me río, Cata se ríe. La ternura de ese pequeño tirano que no va a parar de sollozar por un buen tiempo nos hace reír. Pienso: “curioso, ¿vendrá en el gen argentino la furia de la protesta?”.
Ya en la estación, no se cumple el horario. De hecho, el tren viene con mucho retraso y tan repleto de gente como una lata de atún. Lo dejamos pasar sabiendo que una vez más llegaremos tarde. Nadie anuncia nada, ni el retraso ni el próximo tren. Cata empieza a vacilar si tomarnos el colectivo hasta una boca de subte o esperar. Finalmente viene el próximo tren. Mucha gente. Mucho silencio, salvo ese celular que quiere compartir la cumbia villera con todos nosotros pero que nadie pidió. La formación está herméticamente cerrada para que el aire acondicionado rinda en el interior. Sí, este es el tren de lujo del conurbano, no es el Roca. No es el Sarmiento. No es el San Martín….Tampoco el tren bala…Es el Mitre, Retiro-Tigre. Pero el lujo es vulgaridad decía el Indio Solari. El aire acondicionado no anda, nunca anda. De hecho cuando se enciende, un chorro de agua puede caer del techo sobre tu ser porque la condensación es hacia adentro. Un lujo. No hace falta relatar el trayecto. Entre empujones, bostezos y pedidos de monedas de lisiados, ciegos, o portadores de HIV que traspasan la marea humana de las formaciones llegamos a Retiro.
La salida del tren es más lenta que todo el trayecto anterior. En ese momento recuerdo y me pregunto por qué pago religiosamente mi abono mensual. La gran mayoría de la gente, o practica el salto al molinete (aquellos que están en buena condición física) o pasan por aquel molinete que está “liberado”. El subsidio lo hace posible. Sí, el subsidio, el mejor amigo del modelo. Alegría para el bolsillo del asalariado necesitado pero también del pudiente. El subsidio, fuente invisible de la decadencia de la calidad del transporte público. La gente no lo ve pero lo experimenta todas las mañanas y todas las tardes.
Enfilamos hacia la boca del subte y veo cada vez con mas frecuencia aquellos que decidieron dormir en las escaleras que comunican el Mitre con la línea C tapados de cartones o papel de diario. Veleidades del modelo de inclusión. Trato de conseguir el periódico gratuito entre todos aquellos que pululan alrededor de la promotora para obtener un matutino más y venderlo “a voluntad” unos minutos después. Por suerte el modelo se asegura de dar trabajo genuino a aquellos que lo necesitan.
Finalmente llego a la oficina. Tengo el privilegio de trabajar en un lugar céntrico que da a la Avenida 9 de Julio. En el ascensor escucho “¿si no es Cristina, quien va a poder gobernar? Nadie.” Silencio e incredulidad. Siento mi culo pequeño burgués en la silla y prendo la computadora. Unos minutos después comienzo a escuchar el ritmo de los tambores y redoblantes del modelo. También de las bocinas de aquellos impacientes e “inadaptados de siempre” que quieren transitar por donde les corresponde. A la hora señalada por la cronista de la radio comienza la movilización. Parece no terminar nunca, porque todos los días hay una similar. La campaña es permanente. El modelo en movimiento.
Después de un día de trabajo vuelvo a casa. La vuelta no es demasiado diferente a la ida. Simplemente hay más niños descalzos en la estación de subte buscando un poco de ayuda. “Una moneda por favor señores”. Padres que piden para poder subsistir mientras sus hijos están internados. La solidaridad aparece, siempre aparece, como la indiferencia. El molinete sigue liberado.
A la noche, después de cenar y despejarme un poco de la rutina, pongo algún canal para entretenerme. En el medio del zapping me encuentro con una senadora que está siendo entrevistada que dice “tenemos que profundizar el modelo”. Apago la tele, apago la luz, le doy un beso a Cata que hace rato esta dormida. Apoyo la cabeza en la almohada y antes de dormir me pregunto: “¿de que modelo me hablan?”
Tal Cual!!!!!