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El argentino ideal

Por Luis García Fanlo

En esta nota el sociólogo Luis García Fanlo nos hace una breve reseña de los distintos “Argentinos Ideales” a través de nuestra historia.

¿Cómo somos los argentinos? ¿Por qué somos como somos? ¿Quién es el argentino ideal? ¿Cómo construir ese argentino ideal? Pueden parecer preguntas familiares pero retoricas, casi graciosas, y sin embargo la búsqueda de sus respuestas constituye todo un paradigma de interpretación de la historia cultural argentina y una dimensión cuyo abordaje resulta necesario para comprender el sentido de las luchas políticas, ideológicas y sociales de nuestro país.

 

Entre 1810 y 1880 las guerras civiles argentinas se justificaron en nombre de la búsqueda de ese argentino ideal enfrentando a quienes lo definían desde el discurso de la ilustración como aquel sujeto que debía ser agente de la civilización, el progreso y la modernización capitalista asimilando los modos y formas de ser de ingleses, franceses y alemanes, y entre quienes lo definían desde el discurso del romanticismo criollo y lo encarnaban en la figura del gaucho, los caudillos provinciales y la herencia de la cultura virreinal española. “Civilización y barbarie” constituían dos proyectos de construcción de la argentinidad que no solo propiciaban modelos opuestos de organización política sino también de lo que los argentinos y argentinas debían ser para encarnar el verdadero espíritu del ser nacional.

 

El triunfo del discurso de la ilustración no solo configuró una estructura de poder estatal, económico, político, ideológico y social sino también cultural al imponer una matriz de modos y formas de ser y de hacer que establecían quienes eran argentinos verdaderos y quiénes no. La llamada conquista del desierto fue el último episodio de esas guerras civiles que no solo aseguró para la gran burguesía agro-ganadera bonaerense las condiciones de posibilidad para imponer su dominio económico y político sobre el resto del país sino también la conclusión del aniquilamiento de gauchos e indígenas que legitimó la necesidad de establecer políticas públicas para (re) poblar el país por la vía del fomento de la inmigración masiva. El transplante poblacional propiciado por Domingo F. Sarmiento y Juan B. Alberdi inaugura en nuestro país el ejercicio del poder biopolítico: gobernar era poblar y poblar era producir una argentinidad europea y civilizada encarnada en una nueva población totalmente adaptada a las necesidades de las clases dominantes emergentes.

 

Sin embargo, aquellos que habían logrado imponer su modelo verdadero de argentinidad no quedaron satisfechos. Las políticas inmigratorias habían resultado exitosas y habían transformado radicalmente la estructura social argentina pero habían producido “efectos no deseados” que, una vez más, no se ajustaban a ese modelo de argentino ideal que el país necesitaba para asegurar su destino de grandeza. Para el viejo discurso ilustrado, ahora transmutado en positivista-liberal, los italianos, españoles y eslavos que masivamente habían (re) poblado la Argentina constituían razas inferiores que no encarnaban el ideal de argentinidad que se había buscado sino que se constituían en un nuevo obstáculo que había que remover.

 

Se implementaron un conjunto de políticas estatales cuyo objetivo estratégico consistió en lograr que los inmigrantes (y los sobrevivientes nativos del exterminio gaucho e indígena) dejaran de ser como eran para convertirse en otra cosa, en verdaderos argentinos: la educación o cruzada patriótica, el servicio militar obligatorio, el desarrollo de la criminología, la psiquiatría forense y la higiene pública orientadas por el cientificismo de la sociología positivista se convirtieron en dispositivos que diferenciaron a la población en adaptados, inadaptados e inadaptables para encarnar al argentino ideal. Los inadaptados debían ser argentinizados inculcándoles un modo y forma de ser y hacer civilizado (el crisol de razas) y los inadaptables, en particular los anarquistas, encerrados en hospicios psiquiátricos o prisiones o, en el caso límite, deportados o aniquilados por el accionar policial o militar.

 

De modo que la historia de la argentinidad no fue un proceso natural, tal como lo cuentan los libros y el discurso hegemónico hoy convertido en sentido común, sino el producto de una forma específica de ejercicio del poder que combinó la aniquilación de cuerpos con la transformación de almas y que en nombre de hacer realidad un supuesto argentino verdadero encubrió formas de legitimación del orden social. Porque la cuestión de la argentinidad aunque fue enunciada en términos de razas, buenos modales, costumbres civilizadas o principios morales siempre fue, en rigor, una cuestión de lucha de clases. ¿Quiénes eran los argentinos ideales?: la clase dominante y las elites intelectuales y políticas que la representaban. ¿Quiénes eran los argentinos fallidos?: los trabajadores, los sectores populares y quienes los representaban.

 

De modo que la argentinidad no es el modo y forma de ser de los argentinos sino lo que produce ese modo y forma de ser, y el objetivo de esa producción no consiste ni consistió nunca en otra cosa que en hacernos gobernables. La estigmatización de lo popular por encarnar una falsa argentinidad sirvió para justificar y legitimar en el orden ético-cultural los intereses económicos, políticos e ideológicos de las clases dominantes no en tanto tales sino como la encarnación de la verdad del ser argentino. Una verdad que durante el siglo XX fue reproducida por el discurso militar y que tuvo en la última dictadura su más elaborada reactualización en la combinación del exterminio de cuerpos subversivos que “importaban ideologías extrañas al ser nacional” y que al mismo tiempo afirmaban que los verdaderos argentinos eran aquellos que se reconocían como “derechos y humanos”. El resultado fue reproducir esa matriz originaria reestructurando, una vez más, las bases la estructura social argentina para asegurar la vigencia del atávico orden social que impera en nuestro país casi desde su nacimiento hace doscientos años.

 

Así los argentinos y argentinas de hoy somos el producto de esas tecnologías de saber y poder que nos han hecho adaptables al discurso neoliberal que no es otra cosa que la reactualización del viejo discurso ilustrado, liberal y positivista argentino, antipopular y refractario de toda transformación social, que reniega del marginal y del excluido por considerarlo inadaptado a una argentinidad civilizada, culta y progresista. ¿Quién encarna hoy ese argentino ideal soñado hace décadas por los padres y fundadores de nuestra Argentina moderna? Sin dudas la clase media o lo que queda de ella. La argentinidad, una invención para hacernos gobernables.

  • · Doctor en Ciencias Sociales. Sociólogo. Investigador del Área de Estudios Culturales (IIGG). Universidad de Buenos Aires. Autor del libro “Genealogía de la argentinidad”. (@luisfanlo)


 

 

Comments

  1. Julian Lautaro says:

    Construir un unico ser nacional, como modelo a seguir, funcional al sistema, fue un proceso traumatico que aun no termina. Incluso en eso vamos a contramano de otros paises de Nuestra América como Bolivia y Ecuador, que han avanzado a la figura de estados plurinacionales.

    Creo que Sarmiento no veía avances en la vieja Europa sino en la «gran democracia del norte», x eso importó docentes yanquis.

    Es cómica la crítica facha sobre «importar ideologías extrañas» ante la influencia del marxismo en el pueblo trabajador, el propio fascismo es una ideología foránea impuesta por las clases dominantes en Europa. Sobre las raíces del socialismo en América, Mariátegui mismo ha escrito.

    Comparto totalmente cuando destacas el rol de la lucha de clases para definir los modelos construidos del argentino ideal y del fallido.

    Sobre el cierre que haces, las elites tienen muy claro que la clase media es quien encarna ese discurso antipopular y refractario a traves de la «opinion publica». Por eso lo propalan de diversas formas y permanentemente, acompañado de su socio el miedo. Como decia Bertolt Brecht, «un facsista es un pequeño burgués asustado».

    Saludos

  2. Roberto Villarruel says:

    Excelente artículo. En el origen de ese argentino (y Argentina) ideal se puede rastrear, creo, la inestabilidad política, le ferocidad de la historia argentina y el rechazo visceral al peronismo, ese fantasma que visibiliza permanentemente el pais blanco, europeo y crisol de razas.

    Muchas gracias