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Alpargatas sí, libros ni

Por Diego Rojas

Lenguaráz, prepotente y escurridizo. Aníbal Fernández ha demostrado que se puede escapar de la policía en la cajuela del auto y desembarcar en la mismísima casa rosada para convertirse en jefe. Agarrado de los pantalones de Jauretche y desde su investidura ministerial escribió en su libro una la lista de los enemigos que hay que leer.

Curioso el libro que acaba de publicar Aníbal Fernández. El autor, se sabe, es un político peronista de larga trayectoria en las altas esferas del poder. Intendente de Quilmes en los noventa, ministro del gobierno duhaldista de 2002/03 y miembro del núcleo más íntimo de los Kirchner durante los últimos años, se ocupa de la jefatura de gabinete del gobierno de Cristina Fernández. Ahora se animó a publicar un libro. «Zonceras argentinas y otras yerbas» (Editorial Planeta), que acaba de aparecer, se postula como heredero del «Manual de zonceras argentinas», ese compendio de postulados que intentaban socavar cierto imaginario sobre la Argentina que habrían sostenido algunos sectores sociales del país, escrito por Arturo Jauretche en 1968.

Más de cuatro décadas después, Aníbal Fernández (reconocible por el nombre inusual, el poblado mostacho y una lengua filosa que lo acerca a la imagen del compadrito) decidió señalar cuáles serían, según su criterio, las “zonceras” que imperan en el imaginario del argentino contemporáneo. Más allá de la opinión que podría originar la lectura de estas páginas, una cerrada y discutible defensa de la acción del gobierno kirchnerista, llama la atención el modo de cerrar el texto que eligió el jefe de gabinete. A falta de una “bibliografía”, ese capítulo que suele informar de qué libros se nutrió la obra, se le ocurrió elaborar una “Antibibliografía”. Un neologismo que designa, ni más ni menos, a la elaboración ministerial de una “lista”.

 

“A diferencia de otros libros de análisis (…), este trae una ‘Antibibliografía’ –explica el jefe de gabinete–. Primero, porque las fuentes en las que este libro abreva son los hombres y mujeres de mi país. Su sabiduría sencilla. Su humor dispuesto. Su talento y su aguda observación. Segundo, porque si he tomado tramos de las ideas de otros, están perfectamente aclaradas a través de notas y citas. Pero, sobre todo, porque me pareció que había que dejar en claro que uno sabe quiénes son los enemigos”. Enemigos. Fernández no duda en usar una palabra que ha cobrado nuevos bríos en los últimos años. Si bien su recuperación en el léxico político abre una instancia que permite pensar la cosa pública no sólo en relación al consenso y al acuerdo, también es cierto que es síntoma de una exasperación a veces demasiado exasperada. Sobre todo si se tiene en cuenta que un lema de las más oscuras pasiones peronistas es aquel que proclama que: “A los enemigos ni justicia”. Fernández continúa la explicación sobre su original final de libro: “… uno sabe quiénes son los enemigos. Y también sabe lo que piensan y cómo lo piensan. Y esta debería ser una tarea militante: leer a quien no piensa como yo. Enterarme de sus pareceres, de sus errores, de sus frustraciones. Por eso, la lista que sigue no es una restricción ni una censura. Todo lo contrario, es una invitación. Una invitación a leer a los que están en la vereda de enfrente. A tratar de comprender el origen y el motivo de su inquina, de su rabia (aunque uno alguna idea tiene ya)”.  Una lista.

 

Fernández menciona, claro, a los previsibles: allí se encuentran Mariano Grondona, Marcos Aguinis, Rosendo Fraga, Fernando Iglesias, el ex funcionario kirchnerista Martín Redrado, o Jorge Asís, por citar unos nombres que suelen proclamar su pertenencia a aquellas veredas de enfrente a las que habita el jefe de gabinete. Nombres de quienes tal vez no dudarían a la hora de referirse a sí mismos como “enemigos” de este gobierno. Sin embargo, Fernández realiza una operación interesante y amplía el campo de batalla: inscribe como “enemigos” a autores que difícilmente podrían categorizarse como tales así, a simple vista. La “Antibibliografía” menciona a libros y autores como 200 años. El libro negro del Bicentenario, elaborado por el colectivo que dirige la revista Barcelona; ¿Qué les pasó?, de Ernesto Tenembaum; Argentinos, de Jorge Lanata; El Indec. Historia íntima de una estafa, de Gustago Noriega, por citar unos casos relevantes.

 

Desconcierto. Esa actitud mostró Daniel Riera, uno de los miembros de la revista Barcelona, ante la consulta por la inclusión de 200 años. El libro negro del Bicentenario en la lista de Aníbal que le formulara www.plazademayo.com. “Hemos discutido el asunto colectivamente –señala Riera– porque nos llama la atención esa definición. Principalmente porque no sabemos qué quiso decir. Pensamos que podríamos elaborar una respuesta si hubiese un argumento, si Fernández dijera: ‘Considero a estas personas enemigos por tal cosa’. Pero no existe argumentación. Entonces sólo podemos decir: ‘Qué sé yo’”. Los miembros de Barcelona aplicaron su original y corrosivo método para elaborar tapas a los hechos más relevantes de la historia nacional en 200 años. “Por eso mismo es una elaboración que excede muchísimo a los Kirchner: es una intervención sobre nuestro pasado y casi no se los menciona –explica Riera–. Personalmente, imagino que una tapa como la de nuestro último número podría causar molestia a ciertos sectores del gobierno, me parecería exagerado, pero lo entendería. Este libro me parece poco propicio a esta reacción”. Riera se refiere a la tapa de la segunda quincena de abril en la que, bajo el título “Defender el modelo”, escrito en tipografía gigantesca, se enumeran los dudosos alcances “revolucionarios” del gobierno kirchnerista: “Asignación no tan universal de magros 220 pesos. Servicios subsidiados a los grandes contribuyentes. IVA a los productos básicos de la canasta familiar. Minería contaminante y de bajísima rentabilidad. Trabajo tercerizado. Por qué Sandra Russo lo cuida como si fuera el socialismo y Morales Solá lo denosta como si fuera el socialismo. Cómo hace este capitalismo no del todo salvaje y con un discurso un pelín redistributivo que propone a veces el gobierno nacional para despertar tantas pasiones”. “La inclusión del libro en la lista de Fernández a mí me produce extrañeza y curiosidad. No más que eso –asegura Riera–. Sé que esa categoría política no tiene los mismos alcances que su homónima en el campo militar, sin embargo, no sé por qué nos dice ‘enemigos’. Un ochenta por ciento de nuestros lectores probablemente no se sentiría cómodo compartiendo esa lista con algunos personajes. Y, por otro lado, a la presentación de 200 años asistieron personas como Víctor Hugo Morales y Eduardo Aliverti, conocidos por una filiación con el kirchnerismo bastante clara”.

Barcelona, que con sus originales tapas cuestiona una forma de realizar periodismo y plantea intervenciones políticas muy interesantes (y divertidas), también supo contemporizar con el gobierno nacional, es decir, no adhirió a la crítica por la crítica misma. Sin embargo, no abandonó la posibilidad de ejercer la crítica.

 

 

La ampliación del campo enemigo le permite a Fernández incluir a quienes se atrevieron a criticar. Si bien el alejamiento de Tenembaum de los derroteros oficialistas podría resultar evidente, también es cierto que el ejercicio periodístico siempre lo contó entre quienes le ceden la palabra al gobierno incluso en temas ríspidos como el bloqueo a la planta impresora del diario Clarín, cuyo tratamiento no le impidió señalar la ausencia de comisión gremial interna en la publicación de Magnetto a la vez que le otorgó tiempo y espacio al delegado Luis Siri, todo en un medio que pertenece a los dueños de la empresa en cuestión. También le dio la palabra a Pablo Viñas, otro delegado que no fue reincorporado, como lo fue Siri, que comenzó su intervención señalando las condiciones de hiperexplotación en la planta gráfica.

Esta muestra de ejercicio productivo del oficio periodístico es cada vez más poco frecuente en un mapa de medios en los que la exasperación domina, la misma que exhibe el jefe de gabinete al elaborar su lista. «¿Qué les pasó?» es el testimonio de Tenembaum acerca de su progresivo alejamiento del entusiasmo hacia los Kirchner, mirada optimista con la que recibió al gobierno de los patagónicos. El conductor de «Palabras + Palabras –» y «El club de la tarde» prefirió no opinar para esta nota, aunque en su programa en radio Mitre fue taxativo: señaló que el libro de Fernández le parecía «mediocre».

 

 

 

No es la primera vez que «El Indec, historia íntima de una estafa», de Gustavo Noriega, provoca reacciones exaltadas entre las filas kirchneristas. La presentación del libro el año pasado en la Feria del Libro fue interrumpida por un grupo de jóvenes, que luego se comprobó,ligados a Guillermo Moreno y la patota del Indec, que habían decidido escracharlo. Esa “opinión” que culminó con sillas volando por los aires encuentra en la lista de Aníbal a una continuidad textual. “La lista responde a una idea de hacer política totalmente binaria –opina Noriega–. Y se permite la falacia de recomendar la lectura de estos libros, porque estoy seguro de que no leyó la inmensa mayoría de los mencionados. Es más, debe haber sólo leído la tapa del libro de quienes hacen Barcelona. Se inscribe en la lógica de que se debe estar a favor o en contra de su gobierno. Es una lógica de mucha pobreza intelectual, muy poco atractiva. Y que la plantee el jefe de gabinete es grave. Ocupa el cargo político de mayor importancia del gobierno de Cristina acaso junto al ministro del Interior. Es una lista de que señala a un grupo de gente y sus obras. Es inquietante. No porque me dé miedo: hace un año presenté al libro en la feria y ocurrió ese escrache y nunca me victimicé ni tuve temores personales. Sin embargo, como síntoma político me parece siniestro que el jefe de gabinete haga listas con la palabra ‘enemigo’. Es una forma de la política que me parece despreciable”.

 

 

Caparrós se encuentra dando las puntadas finales a su nuevo libro «Argentinismos» que, si hubiera sido publicado antes, seguramente encontraría un lugar en la lista de Aníbal. Plazademayo.com lo consultó sobre el catálogo de enemigos literarios del jefe de gabinete. “Leí la lista del señor Fernández: no me parece mal que sea ordenado, que haga listas; de hecho, esta debe ser de las más inocentes que hizo. Pero si es cierto que por sus enemigos los conoceréis, qué pocas ganas da esta lista de conocer al señor. Es cierto, sí, que no hay enemigos pequeños, pero los suyos realmente lo parecen. Viniendo de un especialista en hacerse de enemigos, uno esperaba que se inventara a cuatro o cinco que lo pusieran a jugar en, por lo menos, el Nacional B”, respondió con humor. Que es, tal vez, el mejor modo de tomarse ciertas cosas. Porque de otro manera, habría que pensar el estado de las cosas con preocupación.

La Argentina es un país que tiene una trágica historia en lo que se refiere a la elaboración de listas. No sólo en la dictadura, ya que también se elaboraron en democracia, pero cuyas consecuencias más graves tuvieron lugar con las que se elaboraron bajo los gobiernos militares. Se dirá que no es lo mismo, que esta lista se publica en un libro y de manera abierta. Y que invita a leer, no a censurar, las obras elegidas. Es verdad. Pero la elaboración de listas por parte de una de las personas con mayor poder en el campo de la política argentina, del Estado nacional, quizás no sea lo más conveniente. Incluso en las condiciones de producción de esta lista en particular. La invitación a leer que hace Fernández no lo exime de su responsabilidad. Salvando todas las distancias posibles, no está de más recordar que la muestra de Arte Degenerado del gobierno hitlerista invitaba a conocer la obra perversa de artistas que luego fueron perseguidos. Sí, no hay parangón entre aquella circunstancia histórica y esta. Ninguna equivalencia. Pero hay un gesto parecido en la invitación a conocer las entrañas del enemigo a través de una lista

 

 

Diego Rojas  (  @zonarojas )  es periodista. Redactor Jefe de Revista Veintitrés. Autor de ¿Quién mató a Mariano Ferreyra? (Editorial Norma)

 

Comments

  1. Anónimo says:

    Perfecta aclaración, Dani, y disculpas por el error en el matiz. Creo que queda todo aclarado. Gracias por tus palabras y las de la gente que hace Barcelona.

  2. Daniel Riera says:

    Hola Diego: permitime aclarar que no hablé de la «filiación kirchnerista» de Víctor Hugo Morales y Eduardo Aliverti en la conversación telefónica que dio lugar a mi testimonio para esta nota: simplemente dije que ambos eran a menudo cercanos a posiciones del oficialismo. Es un matiz, sí, pero a mi juicio muy importante. Entiendo que fue sin mala leche de tu parte, pero vale la aclaración de todos modos.
    Saludos y gracias.
    Daniel Riera

  3. Nicolás says:

    Yo que los chicos de Barcelona, Tenembaum, Noriega, etc., hubiera respondido citando al mismísimo Jauretche cuando en una entrevista televisiva dijo que prefería estar en la lista de los malos y no en la de los buenos, ya que eran unos imbéciles, refiriéndose a una asociación anticomunista que había publicado una solicitada con una serie de nombres de gente con ideas de izquierda. Fernández no se si es un imbécil, pero si es nefasto. Es una pena que los conocedores de Jauretche permitan que impunemente se aproveche de su campo semántico para caretearla de nac&pop, cuando es un cipayo. Pero, a no sorprenderse porque el ministro ya nos tiene acostumbrados a separar la paja del trigo utilizando el peronómetro, potestad autoasumida, para señalar quiénes son peronistas verdaderos y quiénes no. Lo único que falta es que mañana saque un disco con líricas en las que mixture frases ricoteras con verborragia kirchnerista, cantadas impostando la voz a lo Indio Solari, y nos recomiende qué discos hay que quemar después de escuchar. Ojalá que no.