Por Roberto Alifano
Macoco de Álzaga Unzué, inspirador de esta famosa frase. El primer playboy internacional y el argentino que más dinero gastó en el mundo. Se decía en París, que “la ambición de toda mujer francesa era tener un perrito pequinés y un amante argentino. Tirando manteca al techo, es un libro de Roberto Alifano que está batiendo records de ventas.
Empecemos por decir que, aunque parezca mentira, los argentinos supimos tener una Belle Époque, una época en que si bien había miseria, también había un estrato social que vivía a lo grande, muy a lo grande. En ese estrato social estaba instalado Martín Máximo Pablo de Álzaga Unzué, el incomparable Macoco, a quien la vida me dio la oportunidad de conocer y de tratar durante algunos años.
Versado en todas las artes del buen vivir, Macoco fue un personaje famoso del siglo veinte, un hombre real que nació en la Argentina, habitó Buenos Aires y recorrió buena parte del mundo y a quien le encantaba evocar sus aventuras vividas de este y del otro lado del océano. La manera exageradamente pródiga de gastar su dinero dicen que motivó la frase de Sacha Guitry, Il est riche comme un argentin, él es rico como un argentino; o aquella otra, donde se dice que“la ambición de toda mujer francesa era tener un perrito pequinés y un amante argentino”. Sin duda, Macoco merecería figurar en el libro Guiness de los records mundiales, no sólo por la marca establecida en 1924 con su automóvil Sunbeam en el Gran Prix de Marsella, sino también por haber sido el argentino que más dinero gastó en su vida. Otros afirman que fue el inspirador del Gran Gatsby, la novela de Francis Scott Fitzgerald.
La noche porteña empezó siendo su centro juvenil de operaciones; luego lo fueron París, Londres, Nueva York y Beverly Hills. Infinidad de anécdotas lo pintan en ocasiones como un personaje despreocupado, insensible; algunos como un tilingo, otros como un brillante promotor de sí mismo. Fue todo eso, quizá. Su leyenda incluye la conquista de refulgentes estrellas de cine, haber acuñado la palabra playboy, asociaciones con inescrupulosos hombres de la mafia, mecenazgos, actos de conmovedora generosidad y hasta relaciones casi familiares con algunos presidentes de la Nación y figuras que han incidido en los destinos de la humanidad.
En 1953, después de la muerte de su mujer, Juan Domingo Perón se había mudado a la Quinta Presidencial de Olivos, donde funcionaba la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) y hasta se hablaba del romance con Nelly Rivas, una muchacha menor de edad. ¡Todo un escándalo, agitado en especial por los dignatarios de Iglesia, que a Macoco no lo sorprendía demasiado! “¡Qué tiene de malo consolarse con carne joven!”, reflexionó, haciendo un gesto de indiferencia. Lo cierto es que una tarde de ese año, nuestro amigo recibió un llamado de la Presidencia de la nación. Juan Domingo Perón lo quería ver.
-¡A mí! –contestó perplejo, cuando atendió-, ¿y para qué carajo? La voz grave y educada del funcionario se oyó vacilante del otro lado del teléfono.
Se dio cuenta a tiempo del exabrupto y corrigió con un eufemismo: “¡Quiero decir, caramba, es una sorpresa que el presidente me quiera ver! ¿Está seguro?
-Sí –repitió la voz-. El general quiere verlo. Lo pasaremos a buscar, la entrevista será en la residencia de Olivos, mañana sábado, a la una de la tarde. El presidente lo invita a almorzar.
-La verdad, yo no entendía nada –recordaba después Macoco-. Jamás en mi vida había visto a Perón. Por intermedio de Pedrito Quartucci, que había boxeado conmigo en los años treinta, conocí a Eva Duarte, una actriz de radioteatro, que tuvo algo que ver con Pedrito y luego se casó con Perón y ya se sabe adónde llegó. También conocí al mequetrefe de Juan Duarte, el hermano de Eva, quien me hizo amenazar por unos matones debido a un affaire que tuve con Fanny Navarro, su amante. Yo no sabía que andaba con él; me la presentaron –una potra muy sensual-, ella conocía algo de mí, yo no demasiado de ella, sabía que era actriz, me llenó de elogios. ¡Cuándo las mujeres te quieren levantar!… Y ahí empezó el asunto. Soy un hombre de códigos. Te digo que de haber sabido que tenía macho no me meto. Por dos razones: primero porque nunca me interesó soplarle la mujer a nadie y, segundo, porque adonde ya hociqueó un oso, el otro no debe meter la trompa. De manera que hasta se me ocurrió que el convite de Perón podía ser por algún asunto pendiente; aunque no había razones: yo no me metía en política y la Eva y el hermano ya estaban muertos. Así es que mis conjeturas no me llevaban a nada.
Mientras a la Residencia de Olivos, Macoco se distrajo mirando los verdecidos árboles que bordeaban el camino, y las casas construidas por los nuevos ricos que proliferaban en esa otra Argentina. Un país distinto, que en nada se parecía al de su infancia y juventud, su país al fin, elegido para aquietarse en esta etapa de la vida. “Todo se aplebeya, pensó, todo se pervierte y se derrumbaba inexorablemente. ¡Pobre patria, qué destino tan incierto te espera con las masas populares en el poder!”.
A la hora establecida, Macoco estaba frente a Juan Domingo Perón, quien, sin protocolo alguno, lo recibió sonriente y fue hacia él con los brazos extendidos para estrecharlo en un abrazo.“¡Qué recibimiento! –se dijo-. ¡Menos mal, parece que no es por ninguna cosa fulera!”
-¡Querido Macoco, tanto años sin verte! –dijo Perón, entrecerrando los ojos, con un quizá exagerado gesto de nostalgia-. ¡Cómo nos cambia la vida!
Lo trataba como a un viejo amigo. Y él no recordaba conocerlo, al menos en esta vida. Su tono era demasiado familiar para ser fingido, pero la simpatía del hombre, hizo que sintiera como si lo hubiera tratado desde siempre.
-¡Te acordás cuando practicábamos boxeo en Gimnasia y Esgrima! –le comentó sonriente-. Hicimos guantes algunas veces. ¡Qué cross de izquierda que tenías! ¡Había que aguantarte en el ring, che!
-Yo tengo buena memoria. Para mí era toda una novedad eso de haber boxeado con Perón, pero aprobé complacido. No se tienen demasiadas oportunidades de ser amigo de un Presidente de la Nación y, sobre todo, de que ese Presidente lo trate a uno con familiaridad. A pesar de que yo era de la contra, el hombre me resultó agradable, y hasta divertido. Hizo una broma con uno de los perritos pequinés que se me subió encima y tenía la pésima costumbre de levantar la pata para mear a los visitantes; se río con toda la cara, con una risa franca y seductora. Luego, ordenó que nos sentáramos a la mesa, ya preparada, en donde almorzaríamos él y yo, solos, “como dos viejos amigo que hace rato no se ven”, según él.
-¿Seguramente te preguntarás para qué te invité a almorzar así, imprevistamente? –comentó Perón-. Ocurre, querido Macoco, que a medida que pasa el tiempo uno se da cuenta que se va quedando sin amigos, sin los auténticos amigos. El poder es la soledad, viejo. Los que se te acercan lo hacen por interés, para sacar provecho.
El general inclinó la cabeza, con un gesto de resignación y él, sorprendido de que le hablara en ese tono, lo miró a los ojos buscando alguna explicación.
-Sí, Macoco, no te asombrés –siguió diciendo Perón-. Ya ni me fío de mi propia sombra. La mujer que me acompañaba y compartía mi proyecto, como bien sabés, murió. Estoy solo, rodeado de aduladores, de incapaces que lo único que hacen para sumar méritos y aparentar lealtad es poner el nombre de Evita y el mío a todo lo que nos rodea. Estoy bastante harto de la falsedad que me circunda.
Macoco asintió, cada vez más sorprendido.
-Necesitaba hablar con un viejo amigo de esos en quien se puede confiar –insistió Perón-. Pero no te creas que te la vas a llevar de arriba, che. Te mandé llamar también por otra cosa; para hacerte un pedido muy especial. Sé que conocés a Ginger Rogers; algún indiscreto ha dicho que hasta fuiste su amante.
-No, Señor Presidente –negó Macoco-. Es cierto que es mi amiga, pero amantes no, sólo fuimos amigos. Yo le presenté a Mervyn LeRoy, el director de ¿Quo Vadis?, descubridor de Clark Gable, que después se casó con Kay Williams, mi segunda esposa.
-¿Lo conociste a Clark Gable? ¡Mirá que te codeaste con gente famosa! –exclamó Perón-. ¡Vos sí que la viviste bien, Macoco!
-Así es, Señor Presidente –respondió con orgullo, y agregó con una sonrisa complaciente-. ¡La verdad, no me puedo quejar!
-Tuteame, che, somos viejos amigos –lo alentó Perón-. Bueno, vamos al grano: te mandé llamar porque quiero conocer a Ginger Rogers. Son esas cosas del costado superficial que uno tiene, sabés… Es una estrella por la que siento una gran admiración. ¡Cómo baila la rubia, es formidable, viejo! Me enteré que va seguido a Río de Janeiro, donde tiene una residencia, y me gustaría que pegue un salto hasta nuestro país. Sería mi invitada especial. Y nadie mejor que vos para cumplir esa misión. Por otro lado, sé que andás en gestiones para traer unos automóviles desde el exterior y no te quieren dar la licencia de importación. Bueno, si me traes a la Rogers, yo te hago facilitar la tarea. Inclusive podemos hablar de otros negocios relacionados con los fierros que te pueden favorecer. Estamos haciendo los contactos para traer la Mercedes Benz al país y vos podés participar.
-¿Cómo está enterado? –balbuceó Macoco sorprendido.
-Mirá viejo, cuando la vida lo mete a uno en este baile, la información es fundamental. Los hombres son buenos, pero si se los vigila son mejores.
Perón se frotó las manos y guiñando un ojo, concluyó:
-Bueno, te animás a cumplir el operativo G.R., Macoco
-Por supuesto, mi General, delo por hecho –respondí.
Confieso que en ese momento yo no venía bien económicamente, me habían estafado fiero, y acepté la propuesta de Perón. A la semana siguiente, enviado por el gobierno, viajé a Río con pasaporte diplomático y no fue difícil traer a Buenos Aires, como invitada de honor del presidente de la República, a mi vieja amiga, la Rogers, quien, por otro lado, me debía antiguas atenciones. En los tiempos de pasados esplendores yo fui quien financió en Hollywood la película Vampiresa, dirigida por LeRoy, con la Rogers de estrella principal. “My Baby Blonde”, como yo la llamé íntimamente alguna vez, vivía varios meses del año en Brasil, país que la había cautivado cuando filmó con Fred Astaire Flyng Down to Rio.
El tiempo, que también puede llamarse olvido, en su inapelable sucesión va simplificando y suavizando las cosas. El arbitrario George Bernard Shaw, pensaba que a la larga todo resulta humorístico. Algunos sucesos dramáticos que protagonizara Macoco se ven ahora dulcificados, ajenos a cualquier forma de perversidad. Es probable que nunca se le haya pasado por la cabeza que llegaría a ser un personaje de novela. ¿Y quién puede discutirnos que no lo fue? Con sus andanzas, Macoco construyó un mundo espléndido, bien a lo grande, como correspondía a su magnificencia; hubiera podido decir con Oscar Wilde, que puso todo tu genio en la vida. Así es como quiero tratarlo, como un auténtico artista de la existencia, sin olvidar que fuimos amigos, y a los amigos se les debe respeto.
A pesar de no seguir un orden cronológico, hay mucho de biografía en las páginas de este relato. Eso sí, la mayoría de las anécdotas son de primera agua, del relato oral de Macoco, son tramos de dilatadas conversaciones “con apartes”, como se dice en la jerga teatral, que se prolongan en mi memoria. La literatura es la sombra de la buena conversación, según la fórmula del mundano Goethe. Y una buena conversación son diálogos que avanzan, retroceden o se bifurcan en el aire, en un ir y venir, en un pasar como la vida misma. Quizá el improbable lector que se asome a estas páginas se preguntará porqué están escritas de manera coloquial, con el uso abusivo del tuteo. Ocurre que no he podido concebir este libro sin su presencia ante mí, sin su conversación con ese tono de voz naturalmente argentino, impostado y arrogante, propio del dueño de estancia de su clase social.
Imagino otra vez a Macoco hablándome de sus noches de París en los locos años veinte, confesándome “con reservas” algunos pormenores de sus romances hollywoodenses con Rita Hayworth, Greta Garbo o Colette Colbert, emocionándose al evocar su amistad con Juan Domingo Perón, Errol Flynn o Carlos Gardel. En fin, relatándome esas historias de las que me hizo depositario y me pidió que algún día revelara, con lujo de detalles, sin faltar a la verdad, como ahora trato de hacerlo. Y creo que lo vamos a lograr, viejo querido.
Macoco, “el tirador de manteca al techo”, no es un invento mío, es un mito argentino que existió y aquí, en este libro, yo se lo voy a descubrir de cuerpo entero.
Roberto Alifano es poeta, narrador, ensayista y periodista. Nació en el oeste de la provincia de Buenos Aires, Argentina. Como corresponsal de un diario argentino vivió en Chile durante el gobierno de Salvador Allende, conociendo a grandes escritores de ese país, como Pablo Neruda, Nicanor Parra, Jorge Edwards y Volodia Teitelboim, entre otros. Al caer el gobierno de Salvador Allende fue detenido y expulsado por la dictadura de Augusto Pinochet por hablar en el entierro del poeta de Isla Negra. Entre 1974 y 1985 fue secretario de Jorge Luis Borges -aunque gusta llamarse amanuense-, con quien tradujo las Fabulas de Robert Louis Stevenson, la poesía de Hermann Hesse, los relatos de Lewis Carroll y otros autores de literatura fantástica. Entre sus libros destacan en narrativa, Borges, biografía verbal (Premio de la Crítica Española, 1987), El misterio Shakespeare, Borges y la Divina Comedia, Borges diálogos esenciales, El Humor de Borges (1996) y Tirando manteca al techo (2010) y los poemarios, De sueños y caminantes (1967), Revoque grueso (1972), Haikus y Tankas (1974), El espejo infinito (1977), Sueño que sueña (1981), Los números (1989), Donde olvidé mi sombra (1992), De los amigos (1997), Este río del invierno (1998), Alifano poesías (2004), El guardián de la luna (2005) y Cantos al amor maravilloso (2006). Alifano es Profesor Honorario de las universidades de Dusseldorf y Siracusa, además de académico de número del Instituto de Cultura de México. Desde 1988, dirige la revista literaria Proa, fundada en 1922 por Jorge Luis Borges. Ha sido candidato al Premio Cervantes de Literatura.
ESCUCHE VARIAS ENTREVISTAS AL AUTOR EN RADIO Y ME INTERESE POR EL TEMA.
ESTOY LEYENDO EL LIBRO Y ME ESTA ATRAPANDO, MUY INTERESANTE.
Una nota buenisima!
Leí el libro… genial! Narrado de una manera maravillosa cuenta anécdotas de un personaje hasta ahora desconocido. Nos descubre además una parte de la Argentina que desconocia. Las «andanzas» de Macoco son divertidisimas y hacen que no puedas dejar de leer el libro hasta el final.
Gracias Alifano por esta fantástica narración que nos ha hecho llegar.
Felicitaciones!