Por Cecilia Íncola
Domingo F. Cabred diseñó en 1897 la colonia Open Door, una institución novedosa para curar la locura con trabajo y libertad.
Una foto de la época retrata a un médico de mirada serena puesta firme en algún sitio, pero lejos, como si los ojos hubieran quedado flotando entre las aguas del río que apenas vio. La ropa simple, un estilo quizás bohemio. El pelo algo desprolijo, un pañuelo alrededor del cuello, como era costumbre, y el bigote, ensanchándole el rostro redondo. Domingo Felipe Cabred nació un 20 de junio de 1859 en la entonces lejana Paso de los Libres, en la provincia de Corrientes. Era chico todavía cuando asomó por Buenos Aires y con apenas 16 años comenzó a estudiar para médico en la facultad, donde se graduó en 1881 con una tesis sobre la locura refleja. Entre cuadernos y aulas, hizo prácticas en el Hospicio de las Mercedes -lo que hoy es el hospital Borda- del que luego llegó a ser director. Buenos Aires era entonces una geografía que mostraba hombres de traje, moño y sombrero, calles en su mayoría de tierra, de carretas y caballos. Una ciudad que apenas empezaba a diseñarse y tenía la ambición de parecerse a otras, más modernas.
Cabred tuvo una vida que hoy podría ser considerada épica y el eje de su existencia pasó por el tratamiento de las personas con discapacidad o enfermedades mentales.
También se casó, tuvo tres hijos y una propiedad en Temperley, donde funcionó un hipódromo, en el que además de caballos, corrían motos y autos. Vivía en la calle Pueyrredón pero en el verano se retiraba a la zona sur.
Viajó a Europa con frecuencia y esos viajes lo hicieron testigo de los profundos cambios que se estaban experimentando en el ámbito de la psiquiatría, frente a tanto positivismo que parecía querer abrazar a la ciencia como un pulpo. Cabred quedó impresionado en sus pasos por Brejning, Hersberge y otras ciudades europeas, donde pudo investigar y estudiar en los asilos más avanzados para el tratamiento de “alienados”. En aquel entonces, muchos países europeos habían comenzado a aplicar el método escocés Open Door (puertas abiertas). Poco tiempo después, con esas mismas premisas, Cabred protagonizó en el país un cambio en el curso del tratamiento para enfermos psiquiátricos.
Hasta mediados del siglo XVIII, los enfermos mentales eran sometidos a encierros inhumanos, sin otro propósito que la espera de la muerte. No había ningún otro destino para aquellos “poseídos por Satanás” que el de permanecer “encadenados entre sus propias deyecciones, amansados a fuerza de ayunos, de palos y de duchas” (tal como decía José Ingenieros).
La experiencia del no restraint (“sin coerción”) fue un mojón en el medio de la nada para comenzar a sustituir una masacre encubierta. En Gran Bretaña, a cargo del doctor Conolly, a principios del siglo XIX se puso en práctica este método en los asilos. «Sin coerción» identificaba a la nueva forma de tratamiento. Ella consistía en la supresión de todo medio de contención mecánica reemplazado por sedantes del sistema nervioso, el destierro de los chalecos de fuerza y otro tipo de ataduras, cuyo fin buscaba no forzar la voluntad del paciente, sino educarla. Estas instituciones todavía estaban rodeadas de muros gigantes y diagramadas en un laberinto de rejas internas. Pero entonces, un grupo de especialistas escoceses consideró que era tiempo de una remodelación y propuso un cambio edilicio para que se sumara al no restraint la armonía desde lo estructural. Fue así como empezaron a derribarse las paredes para darle un vuelco a la terapia tradicional. La esperanza de libertad debía convertirse en la meta de todo paciente internado. Así se dieron los primeros pasos y se sentaron las bases para el método “Open Door”.
Cabred fue testigo de esos cambios y en 1897, con el apoyo del médico y diputado Eliseo Cantón, consiguió que en el país se aprobara una ley que tenía como objetivo la creación de una colonia psiquiátrica que luego encontró su lugar en el partido de Luján. Tras un primer asentamiento, se lotearon el resto de los terrenos en esa zona. Los productores de la región enviaban principalmente leche y granos por ferrocarril a Buenos Aires. Incluso abastecían a la Colonia.
Todo eso se transformó en la actual localidad de Open Door. La Colonia originalmente debió ser una de esas construcciones decimonónicas que no perecería ante la amenaza del tiempo, la negligencia burocrática o el abandono de gestión. Parte del objetivo era ponerle fin al hacinamiento provocado por el exceso de alienados que andaban “sueltos por ahí”. No había suficiente espacio en los asilos y hospitales existentes para albergar a todos los insanos provenientes de las provincias. Y a esa multitud se sumaban los locos que venían de afuera.
El país experimentaba una gran transformación por la consolidación del modelo agroexportador. La inmigración se había convertido en la otra “enfermedad” de la ciudad. Fue entonces que se desataron numerosas reseñas sobre “el loco inmigrante”, aquel que llegaba colmado de ilusiones y anhelos. Pero la ciudad devolvía otra realidad distinta de la soñada y en muchos casos provocaba un trastorno del cual no había retorno. Mientras tanto, parte del mundo de la medicina trabajaba vinculada al proyecto de modernización estatal y Cabred era parte de ese mundo.
Primero fueron los planos de la Colonia. El arquitecto Thalmann diseñó los pabellones con la idea de replicar los pequeños chalets de estilo suizo francés, rodeados de galerías y separados por enormes jardines. Algo similar había visto Cabred en sus viajes por Alemania. El paisajista Carlos Thays -el mismo de los bosques de Palermo- montó estatuas y pérgolas, un lago artificial e incluso pensó en cisnes. La organización edilicia tenía dos sectores bien diferenciados: el Asilo Central para los enfermos agudos o crónicos con episodios que requirieran vigilancia; y el sector Colonia, para la mayoría de “alienados” que pudieran adaptarse al régimen Open Door.
El proyecto incluía la diversificación laboral, tares agrícolas, criadero de aves y cerdos, talleres. Todo eso le daría al instituto el aspecto de un pueblo dentro de un pueblo. Los guardianes ocuparían entonces un nuevo rol: trabajarían a la par de los enfermos, los acompañarían en sus juegos o en sus paseos. “Una casa de locos, la obra más perfecta de la razón humana” (describió el médico y político francés Georges Clemenceau). El 15 de noviembre de 1908 se colocó la piedra fundamental de la Colonia. “He gestionado la creación de un asilo escuela sistema colonia; y es fácil imaginarse, ante el hecho que hoy celebramos, la íntima satisfacción que experimento viendo colmados mis anhelos (…) Asistir a los enfermos mentales, educarlos, hacerlos útiles para sí mismos y para la colectividad, aplicándoles un tratamiento oportuno, es obra de amor al prójimo y de defensa social al mismo tiempo”, dijo entonces Cabred.
Pero los primeros pacientes ya habían ingresado a la Colonia en medio de la ejecución de las obras, en agosto de 1901, e incluso se incorporaron a la construcción como albañiles, herreros y carpinteros. En 1918 ya había 1250 pacientes internados. Y en la década del cincuenta el hospicio alcanzó a alojar a unas 5600 personas.
Cabred tenía una aspiración: “Realizadas como lo serán en breve estas obras tan necesarias que son las característica más hermosa de la solidaridad humana, la Argentina se habrá colocado a la altura de las naciones más civilizadas de la tierra”. Cien años más tarde, la paleta de colores parece algo oscurecida. Muchos de los jardines de ayer se transformaron en ciénagas y la Colonia encierra en su cielo un universo de nubes de especulaciones.
En la antigua Grecia, los espartanos usaban el Eurotas para descartar a sus niños degenerados. En la Edad Media, el loco era sometido a una operación quirúrgica que buscaba extirpar de su cabeza la piedra de la locura. En la época colonial, los enfermos mentales eran encerrados en situaciones degradantes. En 1824, el doctor Belhomme afirmó: “Los idiotas son educables según su grado de idiotismo”. En la página 6 del libro Discursos de Cabred, aparece una pintura, una imagen que indica un proyecto, un prado verde, un verde manzana, pinos, construcciones prolijas y estables desparramadas en los inmensos jardines, la réplica idealizada de un pueblito con trabajadores arando la tierra y cultivando el campo. Cabred tuvo un infarto cerebral y sufrió una parálisis que afectó la mitad de su cuerpo. Murió el 27 de noviembre de 1929, sin honras oficiales. Y la colonia sigue ahí, como si hubiera sido tirada.
vaya mierda de articulo…