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Ojos penetrantes

Por Gabriel Levinas

Recuerdos del 24 de marzo.

El pesimismo es una horrible manera de entender la vida. Es como guarecerse de la tormenta en un día soleado bajo un alero oscuro. Absurda forma que algunos tienen de perder el tiempo, sus días. Digo esto por las dudas, para que nadie crea que lo que sigue parte de un sentimiento así.

Hacen ya  35 años del golpe de estado de 1976.

Recuerdo nerviosos Falcon en la noche del 24 de marzo pasando a toda velocidad por la calle Corrientes. Verdes, grises, blancos.

Recuerdo —un par de meses más tarde— el ruido de los pasos en las escaleras primero y los fuertes golpes en mi puerta después.

No tocaron el timbre.

Los esperaba, sabía que subían, conocía bien mi edificio. Vienen por mí, pensé.

Era más de la una de la mañana. Hice a tiempo para encender un cigarrillo.

Ellos tomaban posición en el pasillo, en las escaleras mientras yo tranquilizaba a mi mujer, Paula, que lloraba junto mí desnuda.

Me levanté mientras me ponía una camiseta, me acerqué a la puerta y antes de abrir les avisé a los que acechaban afuera: “Voy a abrir el cerrojo de arriba”. Luego les dije: “Ahora voy a abrir la llave de la cerradura de abajo”. Sabía que un ruido mal interpretado podía significar mi muerte.

Por fin avisé que ya estaba abriendo la puerta y mientras lo hacía —sin esperar a que la puerta quede franca— la punta de una Itaka se levantó hasta mi pecho y me empujó varios metros hacia atrás hasta la cocina.

Todavía conservaba el cigarrillo en mi mano.

Mientras la Itaka y el policía asustado que la sostenía me llevaban por ese corto recorrido, más de una docena de policías uniformados entraron rápido, nerviosos, mirando hacia todos lados armados con ametralladoras, pistolas y más Itakas.

Golpeaban afanosamente el piso y las paredes buscando cosas ocultas.

Encendieron la luz de la pieza de Bárbara que tenía poquitos meses.  Mientras tanto,  Paula no dejaba de llorar, temblaba, mientras sostenía la frazada a la altura del cuello con sus manos. Luego entraron más policías y algunos hombres de civil.

La paraguaya —divina— se levantó enojada y mientras maldecía a los policías apagaba nuevamente la luz de la pieza de Bárbara que el policía volvía a encender. Ella gritó tanto, que al final uno de los de civil después de revisar la pieza dijo: dejá que la apague. Bárbara pudo seguir durmiendo.

Cuando constataron que no había resistencia avisaron a otro tipo que esperaba afuera que podía entrar.

El tipo, de impermeable y traje gris, cincuentón, pelo ondulado y entrecano me miró de reojo mientras revisaba meticulosamente todo el contenido del living. Los cuadros, los libros, los objetos, los adornos.

Entró en nuestro dormitorio y le preguntó a Paula: “¿por qué llorás?”. “Me da miedo que estén con armas en la pieza de la nena” alcanzó a responderle entre sollozos.

Después volvió hasta donde yo estaba, me miró fijo mientras yo sentía el calor del cigarrillo.

El tipo me miró fijo, a los ojos, hasta el alma. En esa mirada había más peligro que en la Itaka que aún seguía apuntando a mi pecho.

“Esto tiene más pinta de fumata que de subversión” sentenció.

Yo levanté un poco la mano del cigarrillo que ya estaba quemándome los dedos y le dije: “Parisiennes… livianos”.

“No te hagas el vivo pibe”, me contestó. Sentí alivio.

Inmediatamente hizo un gesto con la cabeza y en segundos mi casa se vació otra vez.

Todo duró lo que tarda un cigarrillo en consumirse, hasta quemar el filtro.

En ese escaso tiempo, la suerte, el señor de los ojos perforantes, los gritos de la paraguaya ordenándoles que apaguen la luz para que no jodan a la beba, el cigarrillo que prendí mientras los esperaba… no sé qué, algo salvó mi vida, mi familia.

Así vivimos mientras tantos murieron.

Mañana es 24 de marzo otra vez. No hay peor día, no lo hubo jamás en toda nuestra historia.

Hoy, 35 años después, hay más de 160 organizaciones de derechos humanos disputándose entre sí pequeños espacios de poder. ¡160!

Tenemos una izquierda dividida en mil, sin capacidad de incidir en el curso de las cosas verdaderamente importantes que se nos escapan de las manos como el agua, cada día.

Algunos asesinos están presos, pocos. Y algunos más lo estarán próximamente, otros pocos más. Hay quienes se dejan engañar con eso.

Pero si miramos el país, lo que queda de él y cómo quedamos nosotros, podemos concluir que nos ganaron.

Por ahora, nos ganaron.

Y  a ese tipo de los ojos penetrantes —si aún vive— le quiero decir algo: ¡Aprendé a mirar!

 

Comments

  1. Te tuitee. los pase a #@gabylevinas dixi porque es el mejor homenaje que puedo hacerte desde un Tucuman ezquizofrenico

  2. Martin Urricelqui says:

    Imágenes imborrables, más de una vez retratas en diferentes películas que se han ocupado de difundir lo que pasó en aquella época tan monstruosa de nuestra historia. Hoy, la conciencia social sobre aquello parece ser mucha, al igual que la importancia de vivir en democracia y eso es valorable, pero los derechos humanos no se agotan en los 30 mil. Todavía nos queda mucho por lo que hay que luchar y para eso hay que tirar todos para un mismo lado. Saludos

  3. Luis Granada says:

    Estremecedor relato. Un noche que la esperábamos cualquier noche, porque conocíamos a alguien, porque alguien de la familia tuvo que ver, porque sí. Finalmente en mi caso no sucedió pero el peligro y el miedo de tantas nosche lo reviví con tu historia.

  4. jekan_oeste says:

    Sos sobreviviente de una generación que injustamente tubo que soportar el mote de » se llevaron a los mejores» x ende quedaron los peores ? pocas cosas mas injusta….. yo celebro desde mi pequeño lugar de followers tuyo en twitter la valentia guarani de la sra a tu parasiens y su olor pestilente y confirmar que la mediocridad es directamente proporcional a la maldad y que los asesinos jamas reconocen la inteligencia ? entonces Saludddd x que un boludo no reconocio a uno de los mejoresss¡¡¡¡¡¡

  5. Nomi Leb says:

    Gaby, un nudo en la garganta, por el valor de UNA historia de alguien a quien leo cotidianamente y a quien le creo, cosa que es difícil hoy en día, conocer a alguien a quien creer.

  6. daniel says:

    Bien, ahora siento que estuve en esa casa esa noche. Y etoy transpirado. O será la emoción del juego de las palabras que me transportaron allí? O quizás los silencios. 1 abrazo daR

  7. Omar Duples says:

    Duro relato Gabriel, a veces nos pasa que conocemos a alguien y parece que nos conocieramos de toda la vida. Creo que en realidad lo que sucede es que, vaya a saber porque razón, tenemos los mismos pensamientos respecto de algunas cuestiones. Sin memoria y sin unidad vamos a seguir perdiendo, despues de 35 años todavia no nos recuperarnos de una batalla perdida, queda mucho por hacer. Un abrazo

    • Anónimo says:

      Querido Omar,el solo hecho de haberte conocido por Twitter ya paga.
      Me tranquiliza saber que estas allí, con tu incondicional humanidad.
      Enorme Abrazo
      Gabriel