Por Modesto Emilio Guerrero
Algo más racional que la mala suerte tiene que explicar por qué la venezolana, una de las economías más pujantes del continente entre 2003 y 2008, muestra hoy, a casi cuatro años, una dinámica débil y riesgosa, aunque no decreciente en su peso relativo.
La economía venezolana podría crecer este año 2011 alrededor del 2%, si nos guiamos por los informes de la CEPAL y del Banco Central de Venezuela. Eso no podría descartarse por adelantado si recordamos que se asienta en dos motores: un mercado mundial petrolero al alza y una inversión pública en ascenso.
Pero perviven pesos muertos y señales que obligan a tener cautela cuando se trata de vislumbrar una perspectiva. La condición para iniciar un análisis de su dinámica requiere dos condiciones básicas. A) que no esté prejuiciado por intereses ideológicos, B) que no responda a entusiasmos triunfalistas.
Los análisis no deben ser de derecha o de izquierda. Para que sean útiles deben ser solo eso, análisis. El corazoncito se lo ponemos a partir del resultado.
Indicadores y riesgos
Siguiendo los indicadores de la Comisión Económica para América latina, cotejados con los del Banco Central de Venezuela, no dio el siguiente cuadro:
Crecimiento Económico América Latina – 2010
Paraguay |
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Uruguay |
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Perú |
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Argentina |
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Brasil |
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República Dominicana |
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Panamá |
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Chile |
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México |
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Costa Rica |
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Colombia |
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Bolivia |
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Ecuador |
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Nicaragua |
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Honduras |
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Guatemala |
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Cuba |
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El Salvador |
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Venezuela |
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Fuentes: BCV/CEPAL
Entre 19 países reseñados, Venezuela tuvo el de peor comportamiento macroeconómico a final del año pasado. Sus repercusiones en el terrero de la vida cotidiana fueron importantes y repercutirán en la dinámica política.
La devaluación bordeó el 50% promedio y diluyó una parte importante del salario nacional y la capacidad de consumo. La inflación, del orden del 27% anualizado a 2010, impide que los aumentos salariales decretados por el Gobierno o los conquistados por los sindicatos ayuden a recuperar más rápido el poder adquisitivo. Un primer resultado es que la taza anual en los salarios fue negativa en su media nacional, por el orden del -14%, según la misma fuente. Eso comenzó a manifestarse en la taza de consumo del último trimestre, incluido el alza estacional de ventas de las navidades.
El gasto público, principal motor de la inversión nacional, pasó del 34% en el año 2002-2003, al 20% en 2010. Esa caída tuvo efectos en sectores clave de la economía.
También es cierto que comenzó a ser recuperada desde los últimos dos meses del 2010 hasta ahora. Masas de inversión están comenzado a llegar a sectores clave de la economía: electricidad (13.000 millones de dólares a 5 años), petróleo (34.000 millones a 7 años), 2.800 en la metalurgia; 12.000 en la construcción, y en otros rubros. Estas inversiones podrían crecer en uno de los segmentos más dinamizadores. El 11 de marzo el Presidente de Venezuela anunció un plan especial de viviendas de alrededor de 2 millones de unidades en 5 años, lo que comienza por una compra masiva de maquinarias, insumos, que aportará al PBI del 2011 y hará crecer las tasas de consumo y de empleo no calificado.
De estas inversiones depende, en buena medida, el resultado electoral de diciembre 2012. La otra medida yace en las profundidades de la conciencia de la gente que sigue a Chávez, cuyas placas tectónicas se están moviendo desde 2007.
La estampida del precio del petróleo a causa de las rebeliones árabes, sobre todo por la guerra civil en Libia, y por el riesgo de contagio en factorías petroleras como Argelia, Bahrein, Arabia Saudí, Sudán y Omán. Habrá qué esperar un poco para ver en cuánto se estabiliza el precio. Mientras tanto, para Venezuela ha significado un ingreso adicional de 14.000 millones de dólares. En ese cuadro es necesario tener presente que las potencias dominantes han comenzado a aplicar sus fuerzas contrarrestantes en el mercado mundial, acudiendo a mecanismos especulativos sobre los principales valores del planeta.
El siguiente cuadro, tomado del archivo del FMI, muestra la tendencia de los principales valores de la economía mundial hasta febrero pasado.
Contra disparidad inestable de los precios de alimentos, insumos para producir alimentos y productos relacionados con ese sector, el precio del petróleo tiende a quedar represado, o contenido. Esto no significa equilibro total, pero juega en contra de las economías petroleras. Algo similar conocimos tras la explosión de precios de 1983. El crudo petrolero es una de las materias primas más “politizadas” del mundo, lo que le impone un grado de volatilidad sui generis, difícil de encontrar en otra, excepto el carbón y el acero hasta la Segunda Guerra Mundial.
Márgenes sinuosos
En estos contextos de turbulencias varias, a las que debemos agregar la devastación de una parte del Japón y sus efectos sobre el mercado de alimentos y la construcción, es que debemos pensar sobre la perspectiva de la economía venezolana.
Aún en el mejor escenario 2011 (un crecimiento del 2% medio anual) seguiría siendo baja como tasa relativa frente a la demanda mundial. Pero también frente a la demanda interna, que es creciente por dos razones. A) su composición juvenil; B) el alto stándar de consumo acumulado desde 2003 hasta 2007 por las inversiones masivas de Misiones sociales en salud, educación, empleo, agricultura, recreación, transporte, consumo de autos y electrodomésticos, recreación, etc.
En tercer lugar, cuando observamos la tabla de PBI anterior, notamos la diferencia con el crecimiento de países como Paraguay, Uruguay, Argentina, Brasil, Perú, Dominicana, Panamá, Chile, México y Colombia. Los cuatro primeros países, más Colombia, componen sus principales vertientes de comercio e inversión externa latinoamericana. Cuba, Nicaragua y los demás países no pesan en la economía venezolana. Y los del ALBA (Alianza Bolivariana de las Américas, compuesta por 9 naciones de la cual Venezuela es la más fuerte) no le brindan canales de salida inmediata. Menos los países de PetroCAribe, que son, básicamente, consumidores de energía venezolana, no proveedores de valor agregado a su PBI.
El otro aspecto clave a considerar es el carácter mono productor de su estructura económica del país. Todo lo avanzado en la conformación de una nueva estructura no petrolera, no ha logrado modificar en términos cualitativos ese carácter atávico de la economía venezolana. De allí los márgenes sinuosos en los que se mueve su actual crecimiento. Podría alcanzar el 2% en 2011, pero seguirá siendo endeble en el plazo sostenido mientras no sea superada la economía monopoductora. Para comprender este grado de inestabilidad debemos pasar de la economía a la economía política.
Dos avances y una necesidad
En la última década Venezuela ha demostrado dos cosas importantes.
La primera que podía sobrevivir, incluso mejorar su condición nacional y social, sin depender de Estados Unidos u otra potencia imperial. La segunda, que podía hacer crecer su PBI por sus propios medios. Esto último se logró entre 2003 y 2008, cinco años de crecimiento espectacular. El desafío actual es recuperarse y demostrar que puede ser sustentable sin perder la independencia política ganada.
Quiera o no, el Estado-nación sigue sometido a las fuerzas de un mercado mundial controlado por Estados, multinacionales y gobiernos enemigos. Poco a poco han comenzado a deformar los iniciales desarrollos internos.
Según un cable de WikiLeaks publicado el 13 de febrero 2011, el Presidente de Panamá propuso a los de Costa Rica y Colombia, y a la embajada de Estados Unidos, la construcción de un bloque de economías y gobiernos “contra los chavistas”. Eso no es retórica. Martinelli habló en nombre del conjunto de las fuerzas económica y políticas interesadas en hacer retroceder a Venezuela a su estado anterior a 1999.
Una de las manifestaciones de esa acción es la alocada conformación de precios especulativos en el comercio venezolano. Esa acción deformadora no una “mano ciega del mercado”, al contrario, es un acto de voluntad concertada en manos de dos actores sociales: la burguesía comercial y bancaria, que conspira económicamente contra el gobierno y una parte de la burocracia estatal que pervierte la gestión estatal.
Las multinacionales hacen lo que pueden para ganar plata con el petróleo venezolano, pero al mismo tiempo afectan su economía mediante los circuitos bancarios, de inversiòn, de tecnología y de mercados. En 2007, la Exxon y la AMOCO, por ejemplo, incoaron sendos juicios internacionales para cobrarle al Estado venezolano unos 20.000 millones de dólares, algo similar a lo que hizo la Shell contra el gobierno de Correa en Ecuador y a lo que hace el gobierno de EEUU contra el comercio de Bolivia en el mercado del norte. Las navieras sudamericanas, todas controladas por agencias internacionales, pechan el transporte hacia puertos venezolanos con 100 dólares más por cada tonelada. ¿La razón? Pues que Venezuela «es un territorio inseguro».
Estos y otros factores se han constituido en dislocantes en una economía, un Estado y una sociedad, que hace apenas una década decidió cambiar de paradigmas y valores. Pero todo eso debemos verlos sobre un fondo dominante. Venezuela fue modelada por 100 años de cultura del petróleo.
¿Qué es Venezuela y a dónde va?
Venezuela es un estado-nación sostenido sobre un chorro de petróleo desde la tercera década del siglo XIX. Lo que pudiera considerarse una bendición de la naturaleza, dado el valor y el precio de esa materia prima en el desarrollo capitalista del siglo XX y XXI, se convirtió en lo contrario. “El excremento del diablo” la llamó el creador de la idea de la OPEP, Juan Pablo Pérez Alfonso.
El petróleo ha sido el motor del desarrollo y del atraso del país al mismo tiempo. Esta paradoja devela sus misterios en el tipo de burguesía improductiva del país, en el modelo de acumulación tributaria, rentista, y en el grado de dependencia externa de la Nación, convertida en una economía de enclave hasta 2001.
La pregunta derivada sobre este dato histórico, es si el gobierno bolivariano en 11 años de gestión, ha logrado “sembrar el petróleo” para romper esa condición económica frágil.
La respuesta no admite la simplicidad maniquea o el esquema fijo, propios de la burguesía y de las sectas ambulantes que lo condenan por anticipado, y al revés de la burguesía, por ignorancia.
El gobierno de Hugo Chávez ha hecho tanto como ha podido y pensado para dejar de ser un Estado monoproductor, pero está siendo derrotado por una realidad que es mucho más compleja, porque no se limita a la política económica, sino que exige criterios de otra economía política.
Las clases dominantes venezolanas descubrieron alrededor de los años 40 que podían vivir y crecer como cuerpo social, y sostenerse como dueños cómodos de la economía y del Estado, a costa de la productividad ajena.
Esta productividad se basa en la explotación de los trabajadores venezolanos que extraen el crudo, en primer lugar, pero en realidad, la mayor parte de ella era conformada en el mercado internacional: les viene cargada en forma de plusvalía y renta derivada en el precio del producto vendido: el petróleo.
Los investigadores Reinier Schliesser y José Ignacio Silva, en su trabajo La renta petrolera y el crecimiento económico de Venezuela. Análisis del período 1913-1995, sostienen con justeza, la lógica infranqueable de que el crecimiento sostenido del PBI venezolano en dos tercios de siglo, no significó desarrollo capitalista, sino atraso progresivo de su estructura económica y su vida social. Según los autores, porque se produjo una reducción histórica del valor per capita del producto, antes y después de ser exportado. Esto se debe a una ecuación maldita: agotamiento de los yacimientos, crecimiento poblacional y tendencia decreciente de su precio de referencia.
En ochenta años (1913-1992), el crecimiento económico promedio de Venezuela (2,7% anual) fue superior al crecimiento promedio registrado por cada una de las distintas regiones del mundo. La desaceleración del crecimiento económico de Venezuela en los distintos períodos coincide con el menor dinamismo evidenciado tanto en la acumulación de capital bruto no residencial como en las exportaciones de bienes y servicios. A manera de ejemplo, la tasa de crecimiento promedio de la producción per cápita en Venezuela fue de 0,5% entre 1950 y 1995, con lo cual, el PIB per cápita de la economía se incrementó en 25% durante ese lapso… [Pero] “el número de bienes y servicios disponible por habitante”, en promedio histórico, es de apenas el 25%. Un estudio realizado recientemente (Sachs y Warner,1995), muestra que mayor participación de recursos naturales en las exportaciones de un país está asociada con menores tasas de crecimiento económico a largo plazo1. Así, durante los ochenta años bajo análisis se ha detectado una desaceleración en el ritmo de crecimiento del PIB per cápita en los diferentes subperíodos (1913-1950, 1950-1973, 1973-1995)2, que coincide con el menor dinamismo mostrado por las exportaciones petroleras por habitante.
Los autores identifican tres causas ubicadas en la estructura económica, a las que debemos añadir las decisiones e indecisiones (eso que llaman política) de sus distintos gobiernos:
“el crecimiento de la población que reduce los volúmenes de exportaciones petroleras en términos per cápita; en segundo lugar, el agotamiento de los yacimientos petroleros de más fácil acceso, luego de setenta años de explotación intensiva; y en tercer lugar, la tendencia a la reducción de la renta por barril de petróleo, asociada a la utilización de nuevas fuentes de energía y al desarrollo de nuevas técnicas”
Esta deformación se estructuró históricamente desde 1927. Significó modificar radicalmente su economía tradicional, basada en el café, el cacao y otros productos primarios. También modificó la estructura de clases y tipo de Estado que se venía gestando.
Como en el resto del continente, el paso y el peso del imperialismo sobre el país, hizo de su economía y sociedad una factoría de extracción primaria.
Esto no era inevitable. La burguesía venezolana, como las otras del vecindario latinoamericano, decidieron desaprovechar el mejor período de acumulación originaria, para convertirse en tributarios cómodos del Estado y los monopolios. La primera Ley petrolera venezolana fue redactada por la Oficina Jurídica de la Gulf Petroleum.
En el caso venezolano esa incapacidad de clase de la burguesía local, fue llevada hasta el paroxismo. Se expresó en improductividad (1.8 veces por debajo de la media latinoamericana de 5 países: Chile, Uruguay, Argentina, México y Brasil); utilización del presupuesto de Estado como principal fuente de riquezas (de allí la escala de corrupción orgánica); negación sistemática a construir un parque industrial de ventajas comparativas (en petroquímica, química, agroindustria, y otras ramas complementarias); desmontaje del sistema de trenes (en 1945, para sustituirlos con el país de carros); concentración de las inversiones en el comercio de importación (economía de puerto), la banca de crédito de servicios y los medios de comunicación (ligados a la economía de servicios).
Así se construyó una economía dependiente, frágil, dislocada y anormalizada respecto de la “norma” decimonónica de desarrollo capitalista, incluso de la norma latinoamericana de la fase sustituista. Junto con ella, las clases dominantes y sus capas medias se formaron como sus reflejos culturales. Un Estado rentista y una burguesía petrofílica y lumpen (en el sentido dado por Gündher Frank). Todo lo demás, es resultado de esa hipertrofia.
Esto explica la contradicción absoluta entre una industria petrolera y gasífera nacionalizadas entre 1973-1976 y una empresa nacional, PDVSA, asociada no al Estado, sino a tres transnacionales petroleras y a la Agencia Internacional de Energía, con las cuales compartía personal gerencial, tecnología de comunicación y planes de inversión. PDVSA se convirtió en un Estado dentro del Estado, con más poder fiscal y capacidad de inversión que el régimen al que servía.
Esta realidad dominante en la vida nacional también condicionó a sus clases explotadas y subalternas. Los trabajadores venezolanos adolecen del mismo mal rentista que el resto de las clases. Se expresa en el gusto por la estatización de sus vidas y el escandaloso nivel de consumo de automóviles, turismo, adminículos suntuarios y energía. En las rutas, calles y avenidas venezolanas se consumen 600 mil barriles de crudo en forma de combustibles, cada 24 horas. Casi la misma cantidad consumida en México y Brasil con un parque automotor tres veces mayor. El consumo residencial de electricidad en 5 ciudades, es dos veces superior al consumo total de todas las empresas básicas de Guayana. (EDELCA, Informe, 25 de dicimbre 2009). Con 2033 Kv por persona, es el consumidor per capita más alto del continente. De lejos, les sigue Trinidad&Tobago con 1495 Kv., Argentina con 1425 Kv., Jamaica 1110 Kv. (M.E. Guerrero, BAE, Buenos Aires, 18/02/10)
¿Y la revolución bolivariana qué?
Esa realidad económica y social deformada comenzó a modificarse paulatinamente con la llegada del proceso político revolucionario conocido como “revolución bolivariana” en 1999. Al año 2011 los avances son profundos y sostenidos, pero antes tuvo que atravesar por el puente de los costos históricos heredados y de las debilidades políticas propias. Las contradicciones son tantas, que el paso de una economía rentista a otra, está resultado más lento y complicado que lo penado en 1999 por el proyecto bolivariano.
El pasado rentista sigue pesando como un recuerdo de muertos en el proyecto anti imperialista del Gobierno de Chávez. Esto se ha expresado en la aplicación de las políticas públicas, que además de tardías, estuvieron mediadas por los mecanismos de la democracia burguesa venezolana y su cultura (burocracia y corrupción).
Hasta el año 2001 el objetivo fue arrancarle a las compañías mayores ingresos por la vía tributaria, en forma pacífica y acordada. Este modo de hacer las cosas es la pesada herencia dejada por la burguesía. La burguesía venezolana usó este método desde comienzos de la década del 40 hasta finales de la del 70 y le funcionó. Incremento pacíficamente y por acuerdos sucesivos el ingreso fiscal petrolero. Creció del 21% en 1924 hasta el 64% promedio en 1992.
Dos protagonistas históricos de la política nacionalista de izquierda venezolana desde los años 40, Domingo Alberto Rancel y Juan Pablo Pérez Alfonso, recuerdan que la burguesía nunca tuvo una política de nacionalización petrolera y que eso influyó en el Partido Comunista que tampoco inscribió en su programa de 1945 esa consigna.
“En Venezuela no se pensaba nacionalizar el petróleo, no pensé que fuera siquiera posible… En todo esto el Partido Comunista se colocó más atrás que nosotros, en el sentido de que desautorizaba una política nacionalista… señalaron la inconveniencia de cerrarle la entrada a la inversión extranjera en el petróleo” (El Desastre, J.P.P. Alfonso y D.A. Rangel, Ediciones Vadell Hnos. Venezuela 1976)
Un pequeño detalle diferencia aquella conducta de la que intentó el gobierno bolivariano en sus dos primeros años: estaba en marcha una ruptura con el dominio imperialista y un proceso social de carácter revolucionario.
La Constitución Bolivariana del año 2000, rompe con esa tradición de genuflexión política de más de medio siglo. Establece la soberanía absoluta sobre las riquezas del subsuelo. Aún así (el peso muerto del pasado), la radical Constitución bolivariana dejó intactas las empresas filiales de PDVSA que siguieron produciendo crudo bajo control de las transnacionales. Esa contradicción jurídica condujo al enfrentamiento político del año 2002, con el despido de la Presidencia neoliberal y de la Gerencia Mayor de PDVSA. Meses después adoptaría forma de guerra civil en el golpe de Estado del 11 de abril.
Entre 2001 y 2006 el gobierno bolivariano modificó la estructura jurídica y política para garantizar el control total del proceso de extracción, producción, refinación y comercialización del crudo. Apoyado en el movimiento de masas y los sindicatos clasistas, logró (entre marzo de 2003 y enero de 2006) la plena soberanía nacional sobre el petróleo por primera vez desde 1897 cuando comenzó la explotación.
Esta novedad asumió escala de estrategia de desarrollo en 2007, con el Proyecto Nacional Simón Bolívar. 1er Plan Socialista de la Nación.
Aún considerando el aspecto controversial de la definición socialista, muy reducida a lo económico, este Proyecto contiene una idea fija: romper el modelo rentista y monoproductor petrolero de la economía venezolana, y transformar al país en una potencia mediana. Se apoya para ello en las conquistas alcanzadas en estos 11 años.
Ayudado por los precios petroleros, el Estado ingresó unos 890 mil millones de dólares entre 2002 y 2009. De ese total 336 mil millones fueron invertidos en la transformación de la vida social a través de unas 23 Misiones de transformación de la vida social. El resto se aplicó a gasto corriente y otros gastos especiales que incluyeron 120.000 millones de dólares de inversión en infraestructura e industrias de punta. Venezuela tiene la más alta tasa de inversión tecnológica del hemisferio desde 2007: 1.8%. Es el primer país en inversión satelital en el continente. Y tuvo el más acelerado crecimiento industrial hasta 2009: 5.7%. Pero esto, por si solo, no garantizaría el cambio.
Esa gigantesca redistribución de la renta petrolera ha sido altamente progresiva. Para el 50% de la población que era muy pobre hace 11 años, más que progresiva le ha revolucionado la vida familiar.
De todas maneras, no ha logrado revertir sustancialmente el carácter rentista histórico. En 11 años, lo único que se puede verificar en Venezuela es que se han sentado las bases, o se están sentando, para el desarrollo de una nueva economía no rentista y más diversificada e industrial.
En 2009, Venezuela ya produce 12 productos agrícolas con autosuficiencia en el mercado interno, contra solo 2 producidos entre 1953 y 2001. En pocos años, la nueva industria tecnológica abastecerá con autonomía, celulares, LCD, computadoras personales y una variedad de componentes informáticos, además de unos 15 materiales de construcción, todos importados hasta 2006.
Las razones de este límite estruvtural de la “revolución bolivariana”, frente al peso de la economía rentista, no revisten misterios.
Una: se mantiene la estructura de dominación capitalista, a pesar del asedio constante de parte del movimiento bolivariana y el Gobierno (expropiaciones, ocupaciones y estatizaciones). Aunque el Estado es dueño de la mayor parte de las fuentes del PBI, el comercio y la banca logran captar buena parte de esa plusvalía por el sistema de distribución y comercialización. Esto explica la irracional formación de precios del país, con un grado de especulación 5.2 veces superior a la media latinoamericana, según el BID.
La segunda razón, es esencialmente política: Lo paulatino y tardío de la soberanía petrolera (casi 7 años después, la de las industrias básicas de Guayana casi 10 años después) implica su mayor costo en términos de tiempo histórico: el enemigo interno (por saboteo) y el externo (con el peso de la crisis capitalista internacional), están actuando contra los tiempos de consolidación de esa soberanía. La mayoría de las inversiones industriales, sobre todo las de infraestructura, tienen un tiempo de realización que no coincide con los tiempos de soportabilidad de la burguesía y Estados Unidos.
Esta es la batalla de hoy. De allí el dilema, tanto para la revolución bolivariana como hecho social de los explotados y oprimidos, como para el propio líder Hugo Chávez, sometido a la prueba de los tiempos y contradicciones del proceso que dirige.