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Muchos locos, pocos loqueros.

Entrevista al psiquiatra Ricardo Grimson

Integrante de experiencias de avanzada en el tratamiento a enajenados en los años sesenta, Grimson trazó un paralelo entre el abordaje de la locura en la Argentina del siglo XXI y la forma en que se hacía 40 años atrás. Pero además analizó otro proyecto de avanzada para la época, el establecimiento de la colonia para enajenados Open Door, inaugurada en 1905, y el rol de su creador, Domingo Cabred. “Fue un gran intuitivo”, dijo.

“A fines del siglo XIX, en la época en que Cabred crea Open Door, la terapia habitual para los enajenados consistía en encerrarlos en una habitación con paredes acolchadas, para evitar que se golpearan. Ese sistema simpemente impide que te liberes y te deja solo, encerrado, con una angustia creciente y desesperación… al punto de que lo único que podés hacer es arrojarte de cabeza contra la pared”, apuntó Grimson. “De cualquier manera, en la contención física intervenían algunos remedios, los opiáceos, entre otros, pero todo esto no estaba sistematizado y no existía la rama de los psicofármacos, que comenzaron en los años cincuenta”.

 

–¿Es cierto que a los psicofármacos se los llamaba el chaleco químico?

 

–No fueron una panacea, pero sí una ayuda incuestionable para la psiquiatría. Son los que permiten la internación breve y la externación precoz, cosa que hasta ese momento parecería no haber llegado todavía. En primer lugar, la atención psiquiátrica debe ser inmediata. Un ejemplo: los centros de salud mental creados por Kennedy en los EE.UU. están abiertos las 24 horas y sostienen una política de “puertas circulantes”, que implica que uno puede entrar a las 6 de la mañana por encontrarse en un estado de desesperación, permanecer dos o tres horas en las cuales es atendido mediante una actitud psicoterapéutica, medicado, serenado y se retira. Si esa noche sufre otro episodio, vuelve, pero no está internado permanentemente, es un sistema ambulatorio y de acompañamiento en el momento de necesidad.

Acá, si yo llevo un paciente a un hospital psiquiátrico un jueves es posible que hasta el martes no sea atendido por nadie. Ese tiempo perdido del jueves al martes, perdido entre varios motivos por la falta de personal adecuado, la falta de entrenamiento de los médicos, la falta de supervisión de las salas, es dañino. Erving Goffman escribió un libro, que en la Argentina fue publicado con el título Internados. Curiosamente hay un desliz en la traducción porque el libro originalmente se llama Asilons. El autor habla de los asilos y el traductor habla del internado, pone el énfasis en un lugar diferente por lo tanto no trasmite lo mismo: el que contiene al internado es el asilo.

Goffman lo cuenta bien porque él mismo se internó en el hospital psiquiátrico de Washington haciéndose pasar por un paciente y descubrió que el interior del hospital psiquiátrico tiene una serie de elementos que él denominó la “subcultura interna” como por ejemplo: no hay monedas pero hay cigarillos, el cigarrillo es el elemento de pago. Descubrió que si te hacés amigo del enfermero de la sala, te va mucho mejor. Podés incluso graduarte de ayudante. Aquí al ayudante se lo denomina cabo. Incluso hubo un viejo paciente que llegó a aplicar electroshocks.

 

–¿Cuándo sucedió eso?

 

–En los hospitales psiquiátricos de la Argentina alrededor de 1970 o 1971 se prohíbe, en muchos casos, la aplicación de electroshock sin registrarlo en la historia médica, sin anestesia, sin indicación terapéutica y sin la presencia del médico que ordena aplicarlo. Pero, durante muchísimos años, el electroshock se aplicaba a mansalva. He visto historias clínicas de pacientes con 400 de difusor y un paciente con 400 de electroshock realmente es un desatino. Hoy en día hay una pequeña movilización en los Estados Unidos por parte de los que quieren volver al electroshock, porque a alguien siempre se le ocurre.

 

–¿Está prohibido actualmente?

 

–No, pero ha caído en desuso. La mencionada reglamentación que ordena la presencia de un anestesista y un médico hizo que cayera en desuso. El electroshock ha sido reemplazado, eficazmente, por los psicofármacos. El principal uso remanente se da en aquellas depresiones que no responden a los antidepresivos, con riesgo de suicidio. Pero usar en una depresión el electroshock como indicación terapéutica primaria sería hoy una barbaridad. Hay algunos de los clásicos de la psiquiatría que no reconocen esto.

 

–¿Cuándo entra Freud en la psiquiatría?

 

–Hoy la situación básicamente ha cambiado, lo que no ha cambiado es la actitud de distanciamiento respecto a la psicosis. El psicoanálisis y todo el avance de la psiquiatría dinámica que se da desde Freud en adelante y crea una rama menos conservadora de la psiquiatría clásica, se basa en entender el pensamiento como un sistema de conflictos. Ésa es una visión dinámica que sustituye a la visión estática que se tenía en la psicología del siglo XIX. Aquella era una psicología de la motivación, la voluntad, la aprehensión, la percepción, que son funciones pero no recogen necesariamente la dinámica de la situación. Un hombre entra en conflicto y produce un síntoma porque en la dinámica de su pensamiento algo se trabucó. El descubrimiento de la acción psicoterapéutica es tratar de entender el conflicto no resuelto que lleva a la paralización de la dinámica normal, mientras que la visión anterior es calmar los síntomas para que desaparezcan. Para los psicoanalistas, aunque esto no sea siempre así, todo síntoma aplacado vuelve a aparecer de otra manera. Yo no estoy completamente convencido de esa idea. Pero es cierto que aplacar el síntoma no sirve, si el síntoma es entendido de la manera en que Freud lo plantea, como una señal. Un hombre que tiene un síntoma, por ejemplo un tartamudeo –hoy de moda, por la película El Discurso del Rey–, según exponía Freud, es un síntoma señal, un pedido de auxilio, de cuidado. Entonces el cuidado sustituye cualquier medicación. Pero puede solamente ser dado por una persona que se acerca y comparte la ansiedad. A veces es difícil de comunicar qué hay detrás del síntoma.

 

–En contexto, el proyecto Open Door era de avanzada pero a la vez en aquellos años se aplicaba la vieja escuela, o sea, Freud no estaba de moda todavía.

 

–No, para nada.

 

–Sin embargo, Cabred introdujo una forma distinta de tratar al paciente.

 

–El diseño original de la Colonia era para pacientes de larga estadía, por lo tanto, para pacientes crónicos. En ese sentido, no cambia lo fundamental del asilo psiquiátrico, que fue lo previo a la colonia durante el siglo XIX. Los pacientes acudían a los distintos asilos y la nomenclatura clásica se peleaba entre los franceses y los alemanes según se clasificaran los delirios de una manera o de otra. Los grandes semiólogos de la psiquiatría clásica decían: en los primeros cinco años el esquizofrénico va perdiendo paulatinamente su interés por los objetos, en los segundos cinco años se distancia más de las personas, en los terceros 5 años no demuestra atención o interés por vincularse. ¡Claro! Después de estar 15 años internado resulta lógico el deterioro que produce el encierro. Además, la internación psiquiátrica cursaba con la retención de todo elemento personal; el reloj te lo sacaban, si tenías un anillo te lo sacaban, para tu protección y cuidado (después, si esos objetos desaparecían, era otro asunto). Te sacaban tu ropa propia y te ponían un uniforme. Te convertías en uno más dentro de un número de gente. Yo visité un hospicio permanente cuando empecé mi formación psiquiátrica y la gente deambulaba como perdida, sin saludarse, agruparse ni relacionarse. El asilo rompe las relaciones y los vínculos. Hoy los especialistas en grupo aseguran que sin vínculo ni relación no hay salida posible porque, si a la psicosis yo le agrego la soledad, consolido un aislamiento y el asilamiento produce una “no salida”.

 

–¿Qué tipo de avance es entonces el que aporta Cabred?

 

–¿Qué descubre Cabred intuitivamente? Que si la gente trabaja se recupera mejor.

Cabred es el creador de la Colonia. Yo vi los planos y son increíbles, dicen: sala de billar para pacientes, sala de cartas para pacientes, sala de ajedrez para pacientes, sala de descanso para pacientes… El interno era concebido como una persona que dañada en alguna de sus capacidades simbólicas y de relación pero en condiciones de desarrollar lo que los americanos llamarían el yo sano del paciente. La psiquiatría americana hace un gran adelanto alrededor de 1920 cuando establece que la psicosis no marca la totalidad del psiquismo, sino que siempre hay una zona del yo que no es afectada por eso y está libre de conflicto.

Yo viví un caso típico de esta índole con un contador que tenía internado en Lomas de Zamora, donde estuve muchos años en un centro piloto donde en seis semanas externábamos la psicosis y se los derivaba a consultorio externo, lo cual demostraba que la externación precoz es una medida terapéutica.

Este contador de Lomas hablaba con Dios todas las noches sobre lo que acontecería en guerras en el mundo al día siguiente. Dios le comunicaba qué era lo que iba a pasar. En una oportunidad, le indiqué que me interesaría que recuperara su función de contador porque los sábados nosotros teníamos que hacer un bufete que generaba gastos y recolectaba dinero dado que vendía comida y gaseosa a gente que venía a ver lo que hacíamos, eran reuniones con 200 a 250 visitas. Hacíamos festivales, estuvieron Marikena Monti, Nacha Guevara, un colega que además de guitarrista era psiquiatra. También los Huanca Hua que vinieron a bailar un carnavalito y ese día enseguida hicimos salir a los pacientes de todos los pabellones (no sólo el nuestro, que era de agudos) y bailaron el carnavalito por todo el hospital. Cuando los Huanca Hua se subieron al ómnibus para irse, lloraban como si hubiesen perdido a la madre o como si hubieran descubierto que hay un maltrato sistemático de toda una población afectada por alteraciones mentales.

Nuestro contador, entonces, llevaba en cada reunión la contabilidad de los gastos, de lo recolectado y de lo que se iba a depositar en la caja de ahorro, con absoluta claridad. Lo presentaba en una asamblea a los 120 pacientes y a 60 integrantes del personal y era aplaudido porque había recuperado su función que la psicosis le hubiera inhibido. Y en realidad la psicosis no afectaba esas cosas.

Es como si un hombre es carpintero y además tiene un delirio paranoico pero el hombre no mezcla el poder de utilizar el cepillo para trabajar la madera con su delirio. Puede que en algún momento se confunda, pero sus capacidades se mantienen.

Cabred, a fines del siglo XIX, intuye esto y pone a la población de pacientes crónicos a cultivar la tierra, a trabajar, a preparar las comidas. Realiza lo que desde el psicoanálisis calificó posteriormente Enrique Pichon-Rivière con una frase muy clara: la tarea es lo que cura. Él decía que la psicoterapia es fundamental e interesante, que la actitud terapéutica es buena, que los psicofármacos también lo son.

Pichon fue el primero en indicar psicofármacos en grupo, dado que estaba solo a cargo de una sala de adolescentes, tenía la posibilidad de medicar y tenía muchos pacientes muy alterados que son los que necesitan medicación. El control de esa medicación o se efectúa en una pila de pacientes o, como él mismo descubrió, se efectúa simultáneamente con un grupo que comenta el efecto de la medicación, las molestias, los síntomas adversos, la necesidad de reducirla. De esta manera, Pichon hacía el seguimiento del uso de psicofármacos.

 

–Esto ya era la segunda mitad del siglo XX.

 

–Antes de los sesenta. En los sesenta, Pichon quedó un poco limitado a su labor académica, pero él fue uno de los echados de los hospitales psiquiátricos. Tenemos una larga lista. Primero José Ingenieros, a quien no echaron pero sí maltrataron. Ingenieros perdió un concurso de profesor de psiquiatría que dio lugar a su libro El hombre mediocre, porque él había sido presentado en el primer lugar de una terna. Creo que era la Presidencia de la Nación quien dirimía la terna. Y en lugar de ponerlo a él, pusieron al segundo. Entonces escribió El hombre mediocre,  que es una caracterización de los hombres que se someten a prisión. Fijate que a los 25 años Ingenieros tenía ya tres libros publicados, viaja a Europa, baja del barco, lo reciben y le preguntan: ¿y su papá? No podían creer que aquel joven de 25 años fuera Ingenieros y que ya tuviera fama mundial.

 

–Su rol como psiquiatra quedó detrás de su labor literaria.

 

–José Ingenieros hace un estudio muy interesante de la locura en la época de Rosas, figura que repudia ya que era un liberal y un socialista. Ingenieros fue quien dio lugar a una de las primeras revistas socialistas de la Argentina, dice: curiosamente, Rosas cruzaba la Plaza de Mayo desde la Catedral a la Casa Rosada, iban con él sus funcionarios, ministros y atrás un bufón de la corte que era un psicótico que formaba parte del cortejo porque había desarrollado una tolerancia social respecto de su pertenencia, a ser ciudadano. Rosas le respetaba al bufón su carácter de ciudadano que debe ser cuidado porque tiene alguna vulnerabilidad que otros no tienen.

Saltemos en el tiempo. En 1970 fui a vivir a Palermo, a Guatemala y Aráoz. A una cuadra de mi casa, sobre Julián Álvarez, había una casa cerrada en cuya esquina se sentaba un viejito que hablaba con diez chicos y les contaba cuentos. Cuando vinieron los departamentos echaron al viejo. El portero, un “policía de la imaginación” que no toleraba que el abuelo cuente cuentos, lo hizo sacar por la policía y el abuelo desapareció.

Lo que quiero decir es que la urbe va creando condiciones de “no convivencia” con alteraciones de la normalidad. Era la época de la guerrilla y se decía: los guerrilleros son tipos que leen los diarios. Bueno, hay cinco millones de personas que leen diarios, eso no te identifica como guerrillero. Me acuerdo de las proclamas que decían “¡Cuidado! Si su vecino lee diarios, puede ser guerrillero”. También puede ser un tipo al que le guste el turf o el relato del partido de los domingos.

El punto es que la aparición del departamento va haciendo desaparecer la tolerancia social al tipo que es diferente. ¿Cómo se refleja esto en la psiquiatría? La psiquiatría cambia de lugar; del asilo a la colonia pero la colonia no es para todos, es para crónicos. Con la colonia conviven los hospitales psiquiátricos, los famosos manicomios, que en general tardan demasiado tiempo en hacerse cargo de la reparación de lo que le sucede a la persona y ese tiempo va deteriorando la posibilidad del enfermo de recuperarse.

 

–¿Cuándo comienza el manicomio como institución?

–A principios del siglo XVIII en forma de asilos, algunos de ellos de inspiración religiosa. Algunos fueron comunidades muy tolerantes, por ejemplo en Inglaterra hubo algunos hospitales psiquiátricos muy tolerantes respecto de la desviación, refiriéndonos así a esa diferencia que se presenta entre el psicótico y el normal. Entonces, por una inspiración religiosa resultaba terapéutico. ¿Por qué? Porque la primera noción que debe tenerse es la tolerancia con aquel que está delirando, ver al hombre que está delirando y no burlarse de él permite que ese hombre pueda entender en algún momento que está tratando de expresar algo. El secreto del terapeuta es saber que el sentido de todo delirio es descifrable, ninguno es totalmente loco. Si descifrás las claves del delirio, es posible traducir eso y convertirlo en una narración acerca de lo que un hombre ha pasado en su vida, sobre cuáles son sus conflictos y su dinámica.

Ahí aparece otra rama de la psiquiatría, sobre todo en Europa y en los Estados Unidos. Frieda Fromm-Reichmann, la mujer de Erich Fromm, era una psicoanalista muy importante que se ocupaba mucho de lo social, muy terapéutica respecto a los psicóticos y creo que fue una de las que más hizo por desarrollar la psicoterapia de la psicosis.

Como mencioné antes, la psicofarmacología le otorga al psiquiatra la base para una acción terapéutica. Esa acción terapéutica se complementa con la psicoterapia. Frieda Fromm-Reichmann, después Sullivan en los Estados Unidos, así como mucho de los teóricos y de los que implementaban el psicoanálisis en casos particulares, aportaron mucho al conocimiento. Pero el psicoanálisis se orientó más al trabajo con las neurosis que con la psicosis.

 

–De este modo, abarcó a una masa de gente mucho más amplia ¿no?

 

–Sí, pero dejó en el medio lo que podía ser la psicosis, se la dejó a los hospitales psiquiátricos.

 

–O sea que se desentendió…

 

–Básicamente sí, aunque no absolutamente porque hay psicoanalistas que trabajan con psicóticos. Pero no asisten a una sala, salvo casos excepcionales, a trabajar con la población psicótica.

Nosotros pudimos hacer eso a fines de la época de los sesenta, estábamos muy imbuidos de una acción reparadora, mucha gente fue designada al centro piloto Hospital Estévez Alfredo Moffatt, en Lomas de Zamora, ahí hay un centro piloto que era una sala de admisión y captaba toda la atención que se le da al paciente desde que ingresa, que es la clave del tratamiento de la psicosis. ¡Mi camioneta iba sola! Porque iba todos los días. Asistía junto con Alfredo Moffatt, Miguel Vallo, Luis Damisela, Jorge Castro, Nacha Costaguta, contábamos con una enorme cantidad de gente que se ocupó de los cargos principales. Teníamos un equipo de 60 profesionales y 40 enfermeros. Cada sábado venían 200 visitantes a las asambleas de los sábados, que sumaban entonces 300 personas, una cosa masiva, se hacía teatro y mimo con los pacientes. Nos llevábamos algunas sorpresas, por ejemplo sucedió que en una representación de una parte muy breve sacada de Sueño de una noche de verano, hay una escena en la que Píramo y Tisbe se hablan a través de una pared, una escena que se ha visto en muchas películas. Entonces, aparece un hombre que es la luna y otro que es la pared y hace el movimiento que abre el agujero a través del cual se hablan.

En un momento hay una lucha y alguien mata a alguien. El actor que muerte era uno de los terapeutas. Uno de sus pacientes estaba mirando la obra. Descubrimos que para él, el que había muerto no era el personaje de la obra sino su terapeuta. Al día siguiente nos pidió un terapeuta nuevo. Este acontecimiento te ilustra un poco de cómo te movés en una dimensión de múltiples aspectos.

Había mucha gente que venía de visita a la sala, vino Mimi Langer, que era una figura egregia de las soluciones psicoanalíticas, Emilio Rodriguet, presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), Fernando Ulloa que nos supervisaba un sábado por mes, hacíamos la asamblea de 10 a 12 y después nos quedábamos hasta las 6 de la tarde entendiendo qué había pasado. Fue una experiencia muy valiosa hasta que Manrique nos echó por comunistas, porque decía: «si es comunidad terapéutica debe ser porque es comunista». Uno de los pacientes dijo: “esto se remata”, y tomó una bandera roja que puso en el centro del lugar. Éso salió en el diario y Manrique afirmó: “Vieron que eran comunistas”. Ni siquiera entendió la metáfora.

En esa época había una transformación muy importante de la psiquiatría y se implementó una colonia moderna en Villa Federal, creada por Raúl Camino, si no me equivoco en 1968. Trabajaba con pacientes que habían estado 10 años en el Borda y 10 en el Moyano.

Esa graduación ya te daba un deterioro como sólo te lo puede dar un pasaje de 10 años por un hospital psiquiátrico.

Sin embargo, con la introducción de técnicas como las de Cabred, pero entendidas más modernamente (porque Caminos conocía psicodrama, psicoterapia de grupo, era un estudioso del psicoanálisis y continúa todavía trabajando), logró hacer una comunidad de 400 personas con lo que en la época de Cabred no se sabía: la psicoterapia que se llama “institucional”, o lo que se llama para la institución la “comunidad terapéutica”. Los pacientes de Caminos domaban potros, no como los cowboys, sino sacándoles las cosquillas, acariciándolos de abajo hasta que se le van las cosquilllas, cosa que tarda días y recién después les podés poner la montura y salís a andar.

Una vez fui con Ezequiel Holmberg, que era ministro de Salud, a la Colonia Federal y aterrizamos con el avión de la Gobernación, que tenía sus problemas porque era muy chico, y aparecieron veinte hombres a caballo con poncho rojo y pensamos que eran de la Gobernación porque estaba presente el Ministro. Resulta que eran veinte pacientes que estaban con sus ponchos y gorros y veías a esos mismos hombres que meses antes estaban encerrados en el Borda, en libertad. Algunos de ellos hacían grandes tinajas de cerámica que se vendían al pueblo como cosa preparatoria para jardinería.

Lo que Cabred había descubierto era lo mismo, pero menos sofistificado, con menos desarrollo psicológico y más desde el punto de vista de entender que la actividad es reparatoria y mantenerlos en actividad era positivo.

 

–¿Cómo fue que lo descubrió? ¿Intuición?

 

–Era muy intuitivo y por otro lado, tuvo experiencias en congresos de Suiza, Francia e Inglaterra que le abrieron las puertas de lo que en el futuro se llamaría la comunidad terapéutica, que surge después de la segunda Guerra Mundial, con Maxwell Jones en Inglaterra. El protagonista de El Burgés Gentilhombre, de Molière, se descubre a sí mismo hablando en prosa. El no sabía que podía hacerlo y ese día sale a decirles a sus amigos que él domina la prosa. Lo mismo pasa acá, estos hombres hacían comunidad terapéutica sin saberlo, no sé si hacían la reunión terapéutica, que es lo central de la comunidad terapéutica, donde se reúnen todos y se conversa sobre lo que sucede. Ese procesamiento le faltaba seguramente a Cabred, pero a la vez sabía la importancia de la conexión con la naturaleza, de la presencia de los árboles, del arado, del cultivo.

Yo tengo un hospital de día donde hacemos crecer cosas en una pequeña huerta, cuando un paciente ve un zapallo y ve que sale de su acción; de poner la semilla, regarla, remover la tierra, las caras de asombro que ponen son increíbles. Hasta entonces creían que los zapallos y los tomates nacían del mercado. De repente, descubren la conexión entre tierra, naturaleza, cultivo, tarea, acción y cuidado, sobre todo el cuidado porque el cuidado que el paciente le presta a los elementos de la huerta es el mismo que él necesita pero desde otro ángulo y de otra calidad.

 

–Otra cuestión. ¿Cómo logra Cabred que el Congreso le apruebe la ley de creación de Open Door, que le cedan ceda 600 hectáreas, que le otorguen fondos para hacer semejante obra de vanguardia a fines del siglo XIX?

 

–Era otro país, el del primer centenario. Cuando se hizo el segundo centenario no se estudió suficientemente lo que significó el primero. Hay un libro que editó la Universidad Nacional de Quilmes, escrito por un hombre que después fue presidente de Francia (Georges Clemencau), que empieza diciendo: “He visitado la quinta economía mundial, es la República Argentina, en su seno todos los chicos van a la escuela vestidos de la misma manera usando el guardapolvo blanco, la salud pública, la salud mental y la escolaridad son de las mejores que he visto en el mundo”.

Ésa era la República Argentina. ¡Ojo! Teníamos otra serie de problemas, todavía estábamos a unas décadas de la década infame, seguramente los conservadores manejaban las cosas a su manera, pero era el mismo país que le aprobó a Alfredo Palacios, primer diputado socialista en la Argentina por el distrito de La Boca, la ley de la silla que dice simplemente: toda persona que puede estar sentada durante la sesión de su trabajo, debe poder hacerlo y tiene derecho. Hasta entonces, vos podías ser boletero y no podías estar sentado porque estaba estipulado que esa actividad se hacía de pie. ¿Por qué? Si tranquilamente vos podías ser boletero, tener las entradas a mano, dar los boletos, hacer lo que quieras perfectamente estando sentado. Para hacer lo que hizo Palacios hay que ser intuitivo también. Es ese tipo de Congreso el que le aprueba el proyecto a Cabred. En aquel entonces la preocupación sanitaria era muy importante y había una movilización social de gran dimensión. Si vos mirás a los socialistas, Juan B. Justo era socialista y médico, Nicolás Repetto era socialista y médico, había más médicos entre los diputados. Hoy son todos abogados y los que no son abogados tienen un título falso, no son nada.

Perón fue importante también, tuvo un director de salud mental que hizo hacer los paredones. La gente se queja del paredón, hasta Piazzolla y Ferrer se quejan del paredón en “Balada para un loco”. Pero el paredón fue hecho para proteger a los pacientes, sobre todo a las pacientes de las violaciones de los camioneros que estacionaban al lado del Moyano y las violaban, hasta hace unos años esto era práctica común.

Otro salto conceptual importante lo dio Ramón Carrillo. El doctor Carrillo escribe una parte del «Plan Quinquenal», el único que hubo que empezó en el 49 y se mantuvo hasta el 54, sobre «higiene mental» que es como se la llamaba entonces a la salud mental y dice: deberán exigir centros periféricos a los grandes hospitales psiquiátricos donde se atiendan los problemas básicos de la salud mental para que éstos no lleguen al hospital psiquiátrico. Consultorio externo, centros periféricos, hoy son palabra común, sin embargo no hay la cantidad suficiente de psiquiatras en los lugares periféricos para la atención.

John Kennedy fue muy importante, de él recibimos muchas cosas. Kennedy tenía una hermana ligeramente oligofrénica, ni siquiera oligofrénica sino ligeramente retardada mental, creo que de un 10%. Los Kennedy tenían una servilleta debajo de la cual había escrita una pregunta que formulaba la madre para cada uno de ellos: «¿Cuál es la capital de Polonia?». A a los 6 años los chicos tenían que saber cuál era la capital de Polonia. «¿Cuál es la población de Varsovia?»,  ¡Vaya alguien a saber cuál es! Los Kennedy tenían este aspecto intelectual muy interesante de competencia. Para ese nivel, donde todos tenían un coeficiente intelectual de 120 para arriba, que la chica tuviera 90 era «no pródigo». Joseph Kennedy, el padre, hace una consulta y le dicen que existe una técnica moderna que es la lobotomía, así que le practican una lobotomía a la chica y termina toda su vida estupidizada, más que en el nivel donde estaba.

La lobotomía es el corte de las conexiones entre los hemisferios. El cerebro tiene un hemisferio derecho, un hemisferio izquierdo y los hemisferios tienen sus funciones, la interacción es lo que te da una percepción integral. Si cortás las conexiones, ya sea con una mitad o con otra, se pierde la percepción.

Uno de los primeros documentos que Kennedy produjo fue la «Ley de centros de salud mental», que a diferencia de los nuestros que hicimos a partir de esa historia, en los Estados Unidos son con internación y los nuestros sin internación. Cuando visitabas un centro de salud mental en los Estados Unidos (yo lo visité en 1968), eran lugares muy modernos, de atención permanente e inmediata, disponibilidad de personal para atenderte en cualquier momento del día. Ése es el ingrediente que a nosotros nos falta en la parte de la psiquiatría pública: no tenemos suficiente gente disponible para atender las necesidades. Como te decía: acá puede suceder, por ejemplo, que ingrese una persona un jueves y no se lo revise hasta el martes y cuando lo ves quizás informó un cabo de sala qué es lo que le pasó al ingresar.

Hoy la psiquiatría institucional en el país, inclusive la privada, es pobre. No existen las formas de trabajo grupal, en muchas de las clínicas psiquiátricas no se hace la terapia familiar, se puede hacer una entrevista familiar pero no es lo mismo. La terapia familiar es la base sobre la cual se estructura un conocimiento que te lleva a un grado en el cual sabés por qué decís lo que vas a decir o te permite mirar las relaciones que explican, para uno y para la familia, cómo los síntomas de esa familia aparecen por una perturbación de las relaciones.

 

–De modo que hoy, claramente, el sistema de terapia está en retroceso sobre experiencias que se hicieron hace más de 40 años.

 

–Seguramente, no hay el nivel de intensidad que hubo hacia fines de los sesenta.

 

–A la vez, por una simple cuestión demográfica, la población en riesgo ha aumentado.

 

–Seguro pero además lo que ha disminuido es la proporción de personal adjudicado y los presupuestos. El Borda está siempre en reparación.

 

–¿Cuántos pacientes tiene el Borda?

 

–Ahora debe tener 1.500 aproximadamente, quizás menos, pero para los parámetros de la Organización Mundial de la Salud deberían estar repartidos en cuatro hospitales separados. Yo propuse, como jefe de asistencia psiquiátrica en los años ochenta, la creación de cuatro hospitales de 500 o 400 camas. Es lo que la OMS había establecido en 1955. Pero los gremios se opusieron porque dijeron que eso les quitaría poder. Les expliqué que no era así. Les decía: si ustedes tiene diez carpinteros tendrán dos en cada hospital y dos más flotando. Pero los gremios insistían: no, nos quita poder porque necesitamos tener todo junto. La necesidad de los gremios no se compadece con la necesidad de los pacientes.

 

–¿Fue durante el gobierno de Alfonsín cuando fue funcionario?

 

–Sí, entre el 83 y el 88 se presentó la propuesta. Además se le había propuesto al Ministro (Aldo Neri) hacer que el Congreso declarara la emergencia sanitaria en salud mental. Pero resultó que las autoridades del Poder Ejecutivo, más altas que el Ministro, decidieron que eso era mal visto. Cuando en verdad, si vos no tenés los instrumentos para cambiar de raíz, hay algo que está mal y que va a seguir estando mal, con presupuestos insuficientes y bajos porcentuales de personal. Para que te des una idea, los sistemas europeos o americanos tienen más de una persona por cada paciente internado. Es decir que cien pacientes se curan con cien de personal. Nosotros debemos tener entre veinte y treinta, es un porcentaje bajísimo y hemos estado peor.

 

–¿Hace 40 años era igual de bajo?

 

–Creo que eso no ha cambiado radicalmente, a lo mejor me equivoco aunque sea en algún porcentual. Pero es así, no hay una política de salud mental de dimensión nacional, todavía hay hospitales psiquiátricos en pésimas condiciones. Cuando se hace una ley de salud mental nueva, se pierde de vista la necesidad de un equipo interdisciplinario. No leyeron la ley 22.914, que es la ley anterior de internaciones psiquiátricas, de la cual yo fui asesor, que fue hecha por jueces civiles que han sido sumamente respetuosos, redactada en 1983 y aprobada por ley por el Congreso.

 

–¿Algún otro aspecto de los tratamientos ha sido descuidado en estos años?

 

–Se hace un culto de los derechos por encima de los servicios. El paciente tiene todos los derechos del mundo pero si vos no prestás los servicios que necesita en el momento, le estás negando esos derechos. Nosotros en el hospital Estéves de Lomas de Zamora habíamos decidido que el paciente tenía derecho a leer su historia clínica. Esto no figura en la ley, sí figura que puede interrumpir su internación y discutir su medicación, cosa que si el paciente está afectado no sé cómo va a poder hacerlo, pero no figura que puedan ver qué es lo que dice el equipo sobre él.

Por otra parte, el equipo interdisciplinario es una realidad de la Ciudad de Buenos Aires, de algunos lugares del conurbano y pará de contar. En el resto del país, salvo algunas provincias más desarrolladas, los equipos interdisciplinarios no están completos.

 

–¿Qué fue de la experiencia del Estéves? ¿Se murió con Manrique o volvió a nacer?

 

–Se conservó como un hospital un poco tradicional, estuvo el “Negro” Soriano ahí, que es alguien muy cuidadoso que hizo con el hospital todo lo que estaba al alcance pero que permanentemente reclamó que hubiera otra consideración de las necesidades presupuestarias. Se mejoró la cocina del hospital pero si todavía lo recorrés, cosa que yo hice hace dos años por un aniversario, encontrás que tiene fallas raras. Los pacientes están rumbeando por ahí con esa actitud de conservar su locura. Me gustaba eso del centro piloto, además en el centro piloto entraba alguien y al rato te miraban con cara extraña y preguntaban: “¿Cuáles son los pacientes?” Porque estaban todos de jean y remera. Yo usaba guardapolvo, porque era el jefe, pero todos los demás no usaban guardapolvo, entonces vos veías cinco personas reunidas en un grupo de terapia y preguntabas: “¿Quién es el terapeuta? ¡Ah! El de remera verde”.

 

 

 

Ricardo “Dicky” Grimson es médico psiquiatra y psicoanalista, ex funcionario del área de Salud Pública durante la presidencia de Raúl Alfonsín. A mediados de los años sesenta había integrado la experiencia piloto del hospital Estéves de Lomas de Zamora, un proyecto de avanzada en la psiquiatría local que terminó clausurado –por “comunista”– por el ministro de Bienestar Social de Alejandro Lanusse, Francisco Manrique.

 

Comments

  1. Cee says:

    Adrián, lejos de ser lo que era…
    Si te interesa el tema, podés remitirte a la nota «Quieren trabajar… ¡Están locos!»

    • Norberto Kelijman says:

      Cee:

      La nota «Quieren trabajar… ¡Están locos!”, que es muy buena y precede a ésta, termina con la frase «Y la colonia sigue ahí, como si hubiera sido tirada.».

      No entendí esa frase final, pero me quedó la sensación de no saber cómo está ahora Open Door.

      Esta nota del Dr. Ricardo Grimson es mucho más rica y exhaustiva y agradezco su publicación pero, en rigor de verdad, la pregunta de Adrián «cómo está ahora el Hospital Cabred» creo que no está contestada en ninguna de las dos notas.

      • Cee says:

        Norberto,
        Muchísimas gracias por tu apreciación e interés. Te invito, si querés, a escribirme a ceeincola@plazademayo.com y me comprometo a responderte brindándote información acerca de la situación actual del hospital.
        Adrián, te ofrezco lo mismo.

        Muchas gracias nuevamente.